UNA MUJER VUELTA AL REVÉS, Patricia Nasello

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PATRICIA NASELLO, Una mujer vuelta al revés, Macedonia, Morón, 2017.
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TE RECUERDO

   Tenías estrellas en los ojos, estrellas que retozaban, o descansaban, o se burlaban del mundo, sobre una agüita verde mar.
   Una noche —ojalá pudiera olvidarla— tus estrellas enloquecieron, se volvieron caníbales. Cuando sucumbió, herida de muerte, la última sobreviviente de aquella carnicería demencial, autoinfligida, vi a tu corazón hundirse en su propio oleaje como se hundiría un barco imaginario bombardeado por la realidad. Era una noche de noviembre, la luz aparente de la luna iluminaba las flores del único jacarandá de la cuadra.
   A pesar de la tristeza y el espanto, acepté; o me resigné, como vos quieras decirlo. Incluso creí comprender. Todo. Excepto que el tiempo siguiera su curso y que luego amaneciera.

DEJAR LA PIEL, Lorenzo Oliván

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LORENZO OLIVÁN, Dejar la piel (Pensamiento y visión). 1986-2016, Pre-Textos, Valencia, 2017, 228 páginas.
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Dejar la piel recoge una selección de los cuatro libros de aforismos publicados anteriormente por el autor (Cuatro trazos, La eterna novedad del mundo, El mundo hecho pedazos e Hilo de nadie) y también del inédito Caja de cambios, donde se mantiene la misma brillantez de una mirada tan poética como lúcida.
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Ésta es mi actitud ante la creación poética: todo dialoga conmigo, sin saber bien de qué hablamos.
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El mar siempre sabe estar colmado. Baja la marea y se colma de hondura.
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Un viajero es alguien con ganas de ver. Un turista es alguien con ganas de que otros le vean ver.
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Mirar bien cómo se mira me parece que ha de ser una de las preocupaciones centrales de la creación poética.
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Tener todo el tiempo del mundo para que el tiempo se tome en ti su tiempo.
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La caracola toca de oídas la sinfonía del mar.
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Un aforismo tiene que ser contundente como un puñetazo y, a la vez, dar la mano.
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Si la luz de las estrellas ha tardado millones y millones de años en llegar a nosotros, imaginaos lo que tardarán todavía en llegarnos sus gritos.
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Siempre me sorprenderá mi propio yo. Por ejemplo, estoy débil y de pronto estornuda en mí alguien muy fuerte.
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Cuando nos sumergimos en el mar, uno siempre escucha ese extraño silencio de barcos hundiéndose.

FELIS BERNANDESII, PANTHERA ONCA, Will Rodríguez

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WILL RODRÍGUEZ, Felis Bernandesii, Panthera Onca, Editorial Essan, Punta Umbría, 2008.
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NARCISO Y LA MUERTA

Le amaneció velando el cuerpo que siempre deseó y que nunca fue suyo. Era la única mujer que se le fue viva, algo imperdonable para un seductor de primera. Luego de pensarlo un rato, decidió meterse al ataúd.

AUTORRETRATO, Emilio Gavilanes

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EMILIO GAVILANES, Autorretrato, Punto de Vista, Madrid, 2005.
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SOBRE EL ABISMO DEL MAR

   Siendo ya un anciano, Turgueniev recordó que de joven hizo una vez la travesía de Hamburgo a Inglaterra en un mercante en el que era el único pasajero, si exceptuamos una hembra de mono que un comerciante hamburgués le enviaba a su corresponsal en Londres. La mona iba encadenada y se pasaba el tiempo forcejeando con la cadena y gimiendo. Cuando el joven Turgueniev pasaba delante de ella, la pobre extendía hacia él su manita. Turgueniev se la tomaba y el animal dejaba de quejarse y se tranquilizaba. El mar y el viento se mantuvieron en calma durante todo el viaje y solo avanzaron porque el barco tenía un motor de vapor. A veces veían alguna foca que asomaba a la superficie y se volvía a zambullir sin conseguir remover el agua. El capitán, que constantemente escupía sobre el mar inmóvil, frustraba con monosílabos los intentos de entablar conversación del joven Turgueniev, que siempre acababa buscando la compañía de la monita. Esta le alargaba la mano y abandonaba su agitación. Se apoyaba en él y así permanecían horas, contemplando el mar. A veces Turgueniev sentía que él era la madre para aquella hembra.

CARACOLAS, Juan Romagnoli

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JUAN ROMAGNOLI, Caracolas, Macedonia, Morón, 2017, 118 páginas.
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PAÑUELO

   Nos besamos largamente. Nos fuimos deshaciendo poco a poco. Te asustaste y solo me miraste, asombrada de que me fuera licuando frente a tus ojos hasta ser un pequeño charco de agua cristalina a tus pies. Te agachaste a tocarme, como si no te convencieras, y te llevaste los dedos a la boca, para beberme. Entonces, por un instante, fui tus lágrimas. Luego, te secaste con un pañuelo (recuerdo que era mío) y te marchaste, solitaria.

¡PATÉNTALO!, Matgorzata Mycielska

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MATGORZATA MYCIELSKA, ¡Paténtalo!, Ekaré, Caracas, 2016, 124 páginas.

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El libro de los inventos inútiles y disparatados de la historia. Ese es el subtítulo de este entretenido paseo por el fecundo ingenio humano que ilustran Aleksandra Mizielinska y Daniel Mizielinski.
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DRAGÓN TRIPULADO [1647]

   Hace muchísimo tiempo, en una mañana helada de febrero, sobre el palacio real de Varsovia, apareció un dragón. No, no se trata de un cuento. El dragón era real, solo que... mecánico. Tenía 1,5 metros de largo (quizá poco para un dragón) y una propulsión que se generaba a través de ruedas, palancas y muelles.
   Fue construido por Titus Livius Boratini, arquitecto italiano e inventor afincado en Polonia. El dragón era un prototipo de una máquina voladora más grande y más compleja, sobre la cual Boratini estaba trabajando. El vuelo de prueba fue organizado para el rey polaco Wladyslawa IV Waza con el fin de entusiasmarlo y conseguir del tesoro real la cantidad (¡nada desdeñable!) de 500 ducados para llevarla a cabo. En la exhibición se usó un mecanismo de propulsión provisional y con un gato como único pasajero, y fue exitosa. Sin embargo, durante el segundo vuelo algo salió mal y el dragón cayó desde gran altura. Pero el constructor no se desanimó y siguió trabajando en su invento. La versión final nunca pudo materializarse. De todas maneras, de haberse construido, no hubiera podido despegar con el peso de tres personas, como planificó Boratini. 



EL LIBRO DE AURORA, Aurora Bernárdez

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AURORA BERNÁRDEZ, El libro de Aurora, Alfaguara, Madrid, 2017, 288 páginas.

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Subtitulado Textos, conversaciones y notas de Aurora Bernárdez este volumen, editado por Julia Salyzmann y Phillippe Fénelon, está dividido en las siguientes secciones: Poesía (pp. 15-88),  Relatos (pp. 91-138), De los cuadernos (pp. 149-196) y Conversaciones (pp. 201-279). El compositor francés Phillippe Fénelon, también amigo, en ¿Quién fue Aurora Bernárdez? (pp. 7-10) la presenta como una mujer que nunca debió permanecer al margen.
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Pizarnik
La poesía de Alejandra: un pájaro que dibuja en el aire la palabra clave.
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Una sola palabra
Le decía a Héctor Biancciotti: «Todo escritor quisiera ser poeta. Entre tanto va escribiendo Guerra y paz». Es cierto. Quizá porque la meta es la de mi sueño: llegar a decir en una sola palabra el nombre de un pez con circunstancias de tiempo y lugar.
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Preferencias
Clásicos que me llevaría a la isla desierta: Don Quijote, Ensayos de Montaigne, La Recherche de Proust, el Cántico espiritual. Modernos. Cortázar, Calvino y algunos poetas.
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Dioses
Los antepasados del hombre primitivo son los dioses; los nuestros son los hombres. Nostalgia del padre dios, de la madre diosa, eterna, invariable, que aparece desgarradora en los sueños. Quizás eso explica nuestros remordimientos hacia quienes alguna vez, en nuestra mente infantil, fueron dioses.
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Muerte
¿Qué le dijo a Eva la serpiente? Le reveló que era mortal. Y ahí comienza el pecado: los gorriones que arrancan inocentes su tal vez último vuelo del árbol peludo en el patio gris. Vuelan con la alegría de antes de la revelación. Ya no somos capaces de esa alegría, porque sabemos que todo se acaba y de la peor manera. El orden de los dioses se llama ciclón o leucemia.

UN ASESINO BLANCO COMO LA NIEVE, Christian Bobin

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CHRISTIAN BOBIN, Un asesino blanco como la nieve, La Cama Sol, Madrid, 2017, 88 páginas.
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Muy probablemente, el lector acertará a reconocerse en el reflejo de estas palabras que al final del libro firma Victoria Gómez Casado, su traductora: «Sólo puede traducirse a Bobin del mismo modo que hay que leerlo: con el corazón, con el asombro del niño que descubre un color nuevo, que nombra por primera vez un recuerdo. Solamente así dejaremos que nos inunden esas imágenes que nos rodean, en las que vivimos. Nadie sabe contarlas como Christian Bobin.»
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La muerte no apaga la música, no apaga las rosas, no apaga los libros, no apaga nada.
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El recién nacido tiene ante sí un bosque incendiado que deberá cruzar descalzo.
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Siempre habrá una lluvia para tocar el clavicordio o un mirlo para componer una fuga.
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Al tiempo se le espanta como a una mosca. La ventana abierta de par en par da a lo eterno. Nunca ha habido más que un solo día.
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Me pregunto qué le falta a la vida cuando la belleza la cruza durante un instante. Tal vez nada.
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El petirrojo hallado muerto ante la puerta del garaje conserva bajo el plumón el calor de los días felices. Dios es un asesino blanco como la nieve.
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A veces veo cosas tan bellas que me alegra no poseerlas.
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Las nubes son maravillosas enfermeras.
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Leer es añadir al libro: descubrir, al inclinarnos sobre él, nuestro propio rostro en la fuente de papel blanco.
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Dios escribe mucho, sin duda por angustia.
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Saber que estamos vivos es saberlo todo.

LAS PALABRAS DE MI VIDA, Bernard Pivot

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BERNARD PIVOT, Las palabras de mi vida, Confluencias, Almería, 2014, 272 páginas.

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Dice Pivot en Palabras de bienvenida (pp. 9-11): «Todas estas palabras no pretenden relatar una vida de la A a la Z, sino que hacer que surjan olores, sonidos y colores».
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CHOCOLATE (CHOCOLAT)

   ¿El chocolate es una droga? Seguro. Muchos tragones impenitentes están enganchados al chocolate como quien esnifa cocaína de forma empedernida. Con la diferencia de que las semillas de cacao son de comercio libre y que el chocolate desata en nosotros, ya sea en polvo, sólido o líquido, una glotonería autorizada por la República y por la Facultad.
   El que tiene mono de chocolate no abre una tableta de forma delicada. La agarra con impaciencia, desliza un dedo por debajo de la solapa del envoltorio, la arranca, rompe el papel de plata, deja al descubierto la tableta que ahora está prisionera de sus manos y sus ojos y pronto se someterá a su concupiscencia. Con la caja de bombones no tiene miramientos. Se tarda demasiado en deshacer el nudo. Si tiene unas tijeras, lo corta. Si no, tira de la cinta hasta que cede. O bien, si no está muy apretada, la desliza a lo largo del embalaje, cuyas solapas abre rápidamente a continuación. Arranca el papel fantasía de arriba y, mientras analiza los diferentes tipos de bombones que se le ofrecen, escoge el primera en lo que será una larga ascensión al paraíso de los aztecas.
   El hígado, por supuesto. ¡Ay, el hígado! ¿Cómo se presenta el hígado de un loco del chocolate? La imagen aparece alterada. Rojo oscuro. Color burdeos, cacao. Con el que se fabrica la bilis. Frédéric Dard se jactaba de haber llevado a cabo la «unión sagrada» de su hígado con el chocolate.
   Había conseguido educarlo e incluso adiestrarlo, pues «el hígado es, mucho antes que el caballo, la conquista más hermosa del hombre». (Prefacio del libro de Martine Jolly El chocolate, una pasión devoradora).
   Una vez domado el hígado, quedan los riñones, indomesticables e incluso nada influenciables. Dos cabezas de chorlito. Fabrican piedras. Y cuando esas piedras quieren abrirse paso por nuestros bajos fondas, ¡ay, ay, ay! Durante mi segunda crisis de cólico nefrítico, el cirujano me pidió que observara la cosita dura que había extraído de mis conductos íntimos y que sostenía entre el pulgar y el índice. «Se distinguen bien —me dijo— los estratos de chocolate. Desde arriba hacia abajo: La Maison du Chocolat, Bernachon, Valrhona, Côte d’Or, Lindt, aunque algunas marcas seguramente se me escapen. Yo no poseo la maestría que tiene usted...».
   Cuando los periodistas le preguntaban a Frédéric Dard, con aires de inspectores de hacienda, por qué vivía en Suiza, él respondía: «Porque me gusta el chocolate». Era más el chocolate con leche que el chocolace negro lo que, cuando las fronteras no eran convencionalismos, merecía una excursión por Ginebra. Vladimir Nabokov: «Es imposible recuperar el sabor del chocolate con leche suizo de 1910, ya no existe». (Aposthrophes, 30 de mayo de 1975).
   Creo que todos hemos degustado alguna vez un chocolate, crujiente entre los dientes o fundente en la lengua, que nos ha dejado un recuerdo tan exquisito que a lo largo de la vida nos ha hecho devorar montañas de chocolate para recuperar lo que sabemos que hemos perdido para siempre. Pues lo que ya no existe no es aquel chocolate, sino nosotros, tal como éramos cuando tanto nos gustó.

Por cierto... 

   Ser chocolate: en francés significa estar engañado, como mínimo frustrado. No haber obtenido lo que se esperaba. Que te han timado. Antiguamente había dos payasos en el Circo de París que se llamaban Footit y Chocolate. Este último era la víctima del otro. Al final de cada escena, Footit se burlaba de su compañero diciendo: «Él es Chocolate», a lo que el otro contestaba mientras fingía consternación: «Yo soy Chocolate». El éxito que tuvo el número propició la expansión de la expresión francesa ser chocolate.

LEER (TE). I CERTAMEN DE MICROCUENTOS, Varios Autores

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VARIOS AUTORES, Leer (te). I certamen de Microcuentos, Cerezo, 2016, 248 páginas

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CAFE

   Es invierno, quizás.., un café en Praga o Madrid. Kafka en un rincón corrige un cuento.
   La puerta se abre, una muchacha alegre de Toulouse mira al que entra.
   En el café hay bohemios, prostitutas y escritores, ahora también hay un mago.
   El mago se quita un abrigo negro.
   Lo espera un sillón de terciopelo rojo algo raído pero reconfortante.
   Un camarero lo mira, está acostumbrado a que los pobres se refugien del frío, él también es pobre.
   Se acerca al mago y le lleva un café muy caliente, el mago coge el vaso y lo aprieta entre sus manos, el mago no tiene que hacer ningún gesto, para que el camarero entienda su agradecimiento.
   La cocotte sigue mirando al mago, este saca una moneda del bolsillo, caracolea sobre sus dedos, salta, cambia de color, desaparece, y aparece en su escote, ella se sorprende, llama al camarero y pide un café con coñac. Paga con la moneda, y revive.
   Kafka mira la escena, toma una hoja y comienza otra historia, el mago termina su café, se dirige a la puerta. Kafka mira al mago que devuelve su mirada, mete la mano en el bolsillo saca una moneda y se la arroja al mago, este la toma en el aire, la hace caracolear y desaparece.
   El mago sale del café, el frío le golpea en la cara, entrecierra los ojos y se pierde por las calles de Praga... o de Madrid. 

Gustavo Otero Ramos

GRANDES ARTISTAS MODERNOS: AZ, Andy Tuohy & Christopher Masters

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ANDY TUOHY & CHRISTOPHER MASTERS, Grandes artistas modernos: AZ /, Editorial Juventud,  Barcelona, 2017, 224 páginas.

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Christopher Masters escribe estas breves semblanzas sobre 52 artistas modernos a los que Tuohy ha dedicado un retrato; entre todos ellos, sólo siete mujeres: Saloua Raouda Choucaiar, Barbara Hepworth, Yayoi Kusama, Georgia O'Keeffe y Frida Kahlo.
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FRIDA KAHLO [1907-1954]

   El gran logro de Frida Kahlo (nacida en 1907 en Coyoacán, cerca de Ciudad de México, México) fue transformar su persona en una rica iconografía en la que sus propios rasgos se combinan con motivos relacionados con su vida, así como con el complejo patrimonio de su México natal. Al igual que su marido, el muralista Diego Rivera, Kahlo fue una entregada comunista: Marx y Stalin aparecen en El marxismo dará salud alos enfermos (1954), y pintó varios cuadros con desolados paisajes industriales claramente identificados con el capitalismo estadounidense.
   Kahlo, que nació en el seno de una familia de clase media, sufrió un grave accidente a los 18 años, cuando un tranvía chocó con el autobús en el que viajaba, en Ciudad de México. Nunca se recuperó por completo y tuvo que someterse a más de treinta operaciones a lo largo de su vida. Empezó a pintar en los meses que siguieron al accidente y un año después pintó su primer autorretrato, en el que unas manos y un cuello alargados sugieren la elegancia de una pintura renacentista italiana. Poco a poco fue desarrollando una identidad más claramente mexicana. En Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos (1932), se representa con la bandera nacional en la mano junto a una pirámide precolombina. En cuadros posteriores se pintó con un mono, un loro o una flor tropical, con un tocado de encaje mexicano.
   A veces Kahlo se representaba con la cara de Rivera, con quien se casó en 1929, superpuesta sobre su frente, con los hombros de él cómodamente apoyados sobre las exuberantes cejas de ella. Otras imágenes son reflejo de los aspectos más oscuros y trágicos de su matrimonio. Autorretrato con el pelo cortado (1940) puede interpretarse como una exploración de una identidad andrógina alternativa; no obstante, con la inscripción de la letra de una canción mexicana, también representaba la reacción de Kahlo ante su reciente divorcio de Rivera. El año siguiente volverían a casarse.
   Cuando murió en 1954, en México se lamentó mucho su muerte. Pero su fama mundial no llegó hasta la década de 1970. Su obra ha sido codiciada por coleccionistas famosos, como Madonna, y en 2002 Julie Taymor dirigió una memorable película sobre su vida, Frida, protagonizada por Salma Hayek.


DÓNDE VER LA OBRA DE KAHLO

  • Museo de Arte Moderno, Secretaría de Cultura INBA. Ciudad de México.
  • Museo Dolores Olmedo. Ciudad de México.
  • Museo Frida Kahlo. Ciudad de México.
  • Museum of Modern Art (MoMA). Nueva York.
  • National Museum of Women in The Arts. Washington. D.C.

¿SABIAS QUE...?

La relación de Kahlo y Rivera fue tormentosa: se casaron, se divorciaron y se volvieron a casar un año después. Ambos tuvieron romances extramatrimoniales, entre los que cabría destacar el de Rivera con la hermana menor de Kahlo y el de Kahlo con el destacado comunista León Trotski, tal vez, un acto de venganza por la traición de Rivera y su hermana.

PALABRAS MORIBUNDAS, Álex Grijelmo & Pilar García Mouton

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ÁLEX GRIJELMO & PILAR GARCÍA MOUTON, Palabras moribundas, Taurus, Madrid, 2011, 386 páginas.
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Álex Grijelmo condujo el espacio radiofónico «Palabras moribundas» de RNE desde septiembre de 2004 hasta julio de 2007; después fue responsabilidad de la filóloga Pilar García Mouton. Lo que entonces era oído ahora puede ser leído gracias a la Editorial Taurus.

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DANDI

   Suena algo pasada de moda, pero se decía para alguien elegante, bien vestido, refinado y de buenos modales. Ahora se considera un elogio calificar a alguien de dandi, al menos es lo que se deduce de la definición actual del diccionario de la Real Academia: «Hombre que se distingue por su extremada elegancia y buen tono», pero no siempre fue así. La edición de 1927, que es cuando entra la palabra, decía: «Anglicismo por petimetre». Y petimetre venía a ser alguien muy presumido, del francés petit maître, ‘pequeño señor, señorito’, voz que admite femenino, definido como «Persona que se preocupa mucho de su compostura y de seguir las modas», con un matiz un poco despectivo. Así que, al principio, un dandi era un petimetre. La cosa empeoró después, porque los académicos cargaron la mano mucho más con esta palabra en la edición de 1950. Decían allí: «Anglicismo por lechuguino o pisaverde». Un lechuguino es un «Muchacho imberbe que se mete a galantear aparentando ser hombre hecho» y un «Hombre joven que se compone mucho y sigue rigurosamente la moda», un presumido también. La definición de pisaverde es un poco más cruel: «Hombre presumido y afeminado, que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos». Así que petimetre, lechuguino y pisaverde son términos que censuran este tipo de presunción en los hombres. Pero la definición de dandi cambió en la edición del diccionario de 1983 por la que vemos ahora, que es más bien elogiosa.
   Juan Ramón Jiménez escribió sobre los dandis en Españoles de tres mundos:
   Mal está siempre el dandismo, sobre todo el dandismo esteriorizado, en cuanto es representación inútil, teatralidad fuera de tiempo y espacio, estravagancia en la vida cotidiana. Todavía puede comprenderse, no aguantarse, el dandismo auténtico y posible, es decir, cuando el dandi puede serlo plenamente, cuando no es un cursi. [...]. El dandismo de quiero y no puedo, de imitación poblana, me parece nauseabundo.
   Mucho más reciente, del 2 de septiembre de 1994, es un artículo de La Vanguardia, que decía de Jorge Valdano: «De labia grandilocuente y maneras de dandi, el técnico argentino también tendrá que sortear el fuego cruzado entre las emisoras madrileñas, polarizadas por la guerra de audiencias entre la COPE y la SER».
   Es relativamente frecuente oír o leer que alguien tiene aires de dandi, que está o va hecho un dandi. Y mucha gente escribe dandy, a la inglesa, quizá recordando aquella colonia de caballero que se llamaba Varón Dandy, y lo definen como «un señor de cierta edad que siempre aparece impecable», como los galanes del cine o teatro del tipo de Arturo Fernández. Actualmente la palabra se oye poco. Algún exagerado afirma no haberla oído en los últimos treinta años, y cree que se ha ido quedando en el ámbito familiar, donde se usa como piropo normalmente para un señor mayor, padre o abuelo, que cuida de forma especial su aspecto general y, sobre todo, su forma de vestir.
   Ya en 1894, en su zarzuela La verbena de la Paloma, Tomás Bretón y Ricardo de la Vega ponen en boca de don Hilarión la palabra dandy, cuando canta en la escena anterior al famoso «¿Dónde vas con mantón de Manila?»: «¡Soy un dandy!, ¡soy un bribón! Nadie dirá, lo que yo soy». También aparece en la zarzuela La Gran Vía. Y Juan Luis González-Ripoll estuvo a punto de ganar el premio Nadal en 1981 con una novela titulada El dandy del Lunar. Resulta evidente que la palabra está en retroceso, porque siempre surge en referencias a los padres y a los abuelos, no a los hijos. Pero todavía hay gente que la usa.

PERROS EN LA PLAYA, Jordi Doce

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JORDI DOCE, Perros en la playa, La Oficina, Madrid, 2011, 222 páginas.

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Las tintas de Javier Pagola embellecen las paredes del hogar de Jordi Doce. Hay libros en los que uno se quedaría a vivir.
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La tierra apelmazada de la página. Esperas, para tu suerte, que haya hormigueros.
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El regreso es siempre a otro lugar.
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Hay alguien en mí que no conozco: habla conmigo para saber quién soy.
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Existes siempre en el hueco que dejan los demás.
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Escarbar en los estratos de uno mismo como un arqueólogo. Pero primero hay que dejarse arruinar.
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Días que pasan a la carrera, para no vernos.
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Robó el hilo con que zurcieron nuestros cuerpos y lo cortó en pequeños fragmentos: eran palabras.



RELATOS REALES, Javier Cercas

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JAVIER CERCAS, Relatos reales, Acantilado, Barcelona, 2000, 216 páginas.

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Puede leerse como un dietario. Eso dice Cercas de este libro que «reúne un puñado de crónicas». Con ellas demuestra que el periodismo no es un género menor.
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UNA CANTIDAD INFINITA DE ESPERANZA

   ¿Qué piensa un hombre antes de quitarse la vida? Hay una cantidad infinita de esperanza, dice Kafka, sólo que no para nosotros. Nada nos impide imaginar a Walter Benjamin, a quien tanto gustaba esa frase, recordándola el 26 de septiembre de 1940, en una habitación del hotel França, en Portbou, horas después de que en la aduana le anunciaran que iban a repatriarlo y justo antes de administrarse la dosis de morfina que le ahorraría la desdicha de regresar a la Francia ocupada por los nazis. Huyendo de ella, Benjamin había llegado el día anterior a Banyuls, desde donde, guiado por Lisa Fittko y en compañía de Henny Gurland y del hijo de ésta, cruzó a pie la frontera y entró en España tras nueve horas de penalidades, enfermo y aferrado a una maleta que contenía las Tesis sobre la filosofía de la historia y que, aunque se perdió a su muerte, conocemos gracias a que Georges Bataille conservó una copia. «Había nacido con mala suerte», dijo de él Lisa Fittko.
   En Portbou todo el mundo conoce esa historia, o al menos esa es la impresión que tuve hace unos días cuando fui a visitar la tumba de Benjamín en compañía de mi hijo y de mi amigo Enrique. El cementerio está enclavado en la ladera de una montaña que domina el pueblo. Frente a la fachada se halla el monumento a Benjamin, obra de Dani Karavan. una construcción de metal excavada en la roca, al fondo de la cual, tras un cristal, puede verse un mar transparente lamiendo los arrecifes; en el cristal se lee una frase de Benjamin: «Es tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica está consagrada a la memoria de los que no tienen nombre.» Entramos en el cementerio. Aunque Benjamin fue enterrado en el nicho n.° 563, en 1945 sus restos fueron trasladados a una fosa común. Allí siguen, prestigiados por una lápida en la que están grabadas otras palabras de Benjamin: «No hay documento de la cultura que no lo sea también de la barbarie.» Mientras persigo a mi hijo por el cementerio, Enrique me cuenta riéndose que, cuando se inauguró el monumento, la frase de la lápida, elegida al parecer por Jordi Llovet, no les gustó un pelo ni al embajador de Israel ni al representante del Gobierno alemán, pero la risa se le congela en la cara cuando ve que mi hijo se ha parado muy serio delante de un nicho donde figura un nombre exactamente igual al suyo. Salimos sin correr del cementerio, bajamos a Portbou y localizamos el hotel França. Es un edificio de paredes leprosas, con un porrón de madera y un patio rodeado por una verja verde; está abandonado. Mientras miro el portón que Benjamin cruzó hace casi cincuenta años sabiendo que toda la infinita esperanza del mundo ya no era para él, Enrique charla con dos señoras de la familia González, que fue la que administró el hotel hasta que cerró. Aseguran que todo está más o menos igual que hace cincuenta años; también que, cuando iban a cerrar el hotel, el alcalde les dijo: «No lo hagáis. Es una institución en Portbou.»
   Caminando en busca de un bar, Enrique me cuenta que el alcalde, que se llama Paco Martínez y fue interior izquierdo del Barca, compró no hace mucho el antiguo edificio de la aduana, el mismo que pisó Benjamin, el mismo que se ve, al otro lado de la bahía, desde la terraza del bar Riky, donde nos sentamos mientras mi hijo juega a tirar piedras al agua y nosotros seguimos hablando de Benjamin hasta que una camarera nos interrumpe y, mientras le hacemos el pedido, nos cuenta que gracias al suicidio del escritor no sólo se salvaron Henny Gurlana y su hijo, sino también muchos otros fugitivos, a quienes la red que Lisa Fittko y su marido organizaron a raíz de la muerte de Benjamin permitió huir de la Europa nazi; luego la camarera concluye: «De todos modos, habiendo tanto vivo de qué preocuparse, no sé por qué nos preocupamos tanto de los muertos.» El comentario nos corta en seco la conversación, así que nos bebemos la cerveza y pagamos y nos vamos en silencio, viendo cómo cae la noche sobre la bahía, pensando que la camarera, que quizá ha leído a Benjamín, tiene razón y que es más difícil honrar a las personas que no tienen nombre que a las personas célebres, pensando en Henny Gurland y en su hijo y en todos los prófugos que nacieron con más suerte que Benjamin y salvaron la vida, y pensando también, como quien formula un deseo, mientras nos alejamos de Portbou y mi hijo se me ha dormido en el regazo, que hay una cantidad infinita de esperanza y que después de todo quizá una parte mínima sí sea para nosotros. Para alguno de nosotros.

¿QUÉ HACE TAN EXTRAORDINARIA A LA TORRE EIFFEL?, Jonathan Glancey

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JONATHAN GLANCEY, ¿Qué hace tan extraordinaria a la Torre Eiffel?, Blume, Barcelona, 2017, 176 páginas.

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Subtitulado 70 preguntas que cambiarán su forma de pensar sobre la arquitectura recoge los prometidos microensayos con los que el lector común podrá repensar la tarea de Mies van der Rohe, Albert Kahn, Gaudí o calcular la grandeza de la Gran Pirámide de Guiza, Venecia o Stonehenge.
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EL GUGGENHEIM DE BILBAO. ¿DISPARATE EMBLEMÁTICO O ESCULTURA URBANA INSPIRADA?

   La inauguración del impresionante Museo Guggenheim de Bilbao fue tan espectacular como el propio edificio. El 17 de octubre de 1997, el día antes de que el rey Juan Carlos I declarase el museo abierto, se descubrió un plan de ETA para asesinar al monarca. Tres terroristas disfrazados de jardineros intentaron colocar bombas en macetas junto a la divertida escultura Puppy, de Jeff Koons, situada cerca de la entrada al museo (donde el rey habría recibido a los asistentes al evento). Un policía vasco, José María Aguirre, abortó el atentado, pero murió por disparos de los falsos jardineros.
   Resulta indiscutible que el museo de Frank Gehry ha ejercido un impacto explosivo en Bilbao, así como en la arquitectura y la planificación urbana contemporáneas. No se parece a ningún otro edificio. Sus pliegues escultóricos de titanio curvado atrapan y reflejan la luz diurna, al tiempo que deslumbran (intelectual y emocionalmente) a visitantes, críticos y políticos de todo el mundo. Se trata de una pieza bonita y caprichosa que se alza en los antiguos muelles de Bilbao, y muy distinta al diseño de 2015 tan falto de ingenio para una sucursal del Guggenheim situada en el centro de Helsinki, por ejemplo. La hazaña de Gehry aportó nueva vida a una zona de Bilbao casi olvidada, a su paisaje urbano y, en el proceso, atrajo a 4 millones de visitantes entre 1997 y 2000. El gobierno vasco informó de que los ingresos obtenidos por esas visitas habían amortizado la construcción del edificio.
   Popular entre los visitantes, cautivó a la mayoría de críticos y estimuló la imaginación de muchos políticos. ¿Y si el «efecto Bilbao» podía repetirse en otras ciudades? ¡Los visitantes, los ingresos, la popularidad y los premios para los políticos! Eso es, más o menos, lo que ocurrió. Ciudades de todo el mundo empezaron a competir por tener los edificios más extravagantes, caprichosos o «emblemáticos». En cuestión de una década brotaron no solo museos y galerías de arte, sino también bloques de oficinas e incluso ayuntamientos en una especie de parque urbano global.
   El problema, como ocurre con el trabajo de Le Corbusier y Mies van der Rohe, es que no todos los arquitectos a los que les gustaría ser tan creativos como Frank Gehry son tan creativos como él. Tampoco todos los grandes centros urbanos necesitan un edificio tan diferente a todo como el Guggenheim de Bilbao. El encargo de edificios y la planificación urbana son artes, además de tratos económicos y ciencias imperfectas. Bilbao acertó. Muchas otras ciudades no, y ahora cuentan con edificios irracionalmente extravagantes que ridiculizan la ciencia y el arte.
   Los críticos groseros y oportunistas aprovecharon la ocasión para atacar a Frank Gehry, como si este inconformista arquitecto canadiense estadounidense hubiese dado rienda suelta de manera consciente a una arquituectura de chiste en todo el mundo. En 2015, la reacción contra la arquitectura «icónica» era la norma entre la crítica. Mientras tanto, Gehry, arquitecto-artista, continuó deleitando e irritando a partes iguales, como ocurrió con el Guggeheim de Bilbao, que es una de las maravillas arquitectónicas indiscutibles del siglo XX?


MICRORRELATOS DOMÉSTICOS, Elías Moro

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ELÍAS MORO, Microrrelatos domésticos, Takara, 2017, 90 páginas.

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TUERTO

   Poco después del accidente en el que perdió el ojo empezó a olvidarse de la mitad de las cosas que había visto hasta entonces, a no tenerlas en cuenta, a perderlas de vista, como si dijéramos.
   De sus dos hijos solo se acordaba de uno, a su mujer la reconocía de frente pero no de espaldas, jugaba al fútbol con la mitad del equipo, se extraviaba de continuo por el barrio que antes del accidente hubiera podido recorrer con los ojos cerrados…
   Los médicos se echan las manos a la cabeza sin encontrar explicación al fenómeno.
   Tampoco el ojo de cristal —última tecnología alemana— ha servido para nada.
   De vez en cuando, sin que nadie lo vea, el ojo bueno llora su desgracia con lágrimas que añoran a sus hermanas del otro lado, perdidas para siempre.

PALABRAS MENORES, Juan Ramón Santos

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JUAN RAMÓN SANTOS, Palabras menores. Cortometrajes, De la Luna Libros, Mérida, 2011, 90 páginas.
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BIBLIOTECA

   Ordenó la biblioteca por colecciones y vio que no le gustaba. Se le antojaba vulgar. Parecía como si hubiese comprado los libros por el mero afán de adornar las paredes. Por eso decidió cambiar y probó a alinearlos por tamaño. El efecto era interesante. Transmitía el carácter práctico y desenfadado de un lector voraz y algo desastroso, pero no acababa de convencerle. Por eso probó a colocarlos por orden cronológico de escritura, en función de la lengua en que habían sido escritos e incluso en el idioma en que habían sido publicados sin llegar a encontrarse del todo satisfecho. Demasiada pedantería, se dijo, y concluyó que quizá lo mejor era un estricto orden alfabético de autores, el criterio aséptico que empleaban las grandes bibliotecas. «Por algo lo harán», pensó. A continuación se puso manos a la obra y comprobó que aquello comenzaba a gustarle, pero que aún le faltaba un toque, un pequeño detalle, el que había de otorgarle verdadero rigor a su biblioteca, la distribución por materias, y repartió escrupulosamente los libros entre poesía, novela y ensayo. «Mucho mejor», se dijo luego, aunque enseguida se dio cuenta de que la colección había de crecer, de que se incorporarían nuevos géneros, nuevos títulos, nuevos autores, y fue dejando hueco en función de esas futuras adquisiciones. Al terminar tomó aire y un poco de distancia, contempló el trabajo en toda su magnitud y el resultado le pareció casi perfecto, pero solo casi, pues algo no funcionaba del todo. Después de darle muchas vueltas comprendió que el problema era que la biblioteca no podía estar desterrada en la soledad recóndita de un dormitorio, que tenía que encontrarse en el mismo corazón de la casa, que solo así alcanzaría la perfección. Entonces recogió solemne sus tres libros y se los llevó al comedor.

CUENTOS DE FLÂNEUR, Laura Ciancaglini

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LAURA CIANCAGLINI, Cuentos de flâneur, Bubok, Barcelona, 2009, 106 páginas.
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MISMA PLAZA, IGUAL SIEMPRE

   En la plaza Rius i Taulet las terrazas rebozan. Los parroquianos apoyan su humanidad para ver lo que sucede siempre delante del reloj, y hasta podrían tasarse por lo que beben: la cerveza helada para rebajar una dura tarde que termina, y el café oportuno para una conversación más animada.
   Pero dentro de los bares también se sientan los habitués solitarios, que a horas pico nunca hallan una mesa para leer el periódico y matar el tiempo.
   Al entrar, los camareros me traen mi café sin preguntar. Tengo a mano dos diarios para comparar la creatividad o la chatura del armado cotidiano de mentiras. Y de repente, un conocido que entra a comprar tabaco me saluda y se sienta a mi mesa con confianza. Comentamos alguna noticia del día o hacemos una broma por pura cortesía. Nos hemos reconocido sin mayores entusiasmos, y no existen tampoco grandes agasajos ni sorpresas; formamos parte de un paisaje que acontece y se renueva sin mucha novedad. Somos una identidad portátil que se traslada en lo gregario, aunque en el fondo nadie sepa mucho del otro y la profundidad sea un espejismo o una graciosa conjetura.
   Ignoro si se trata sólo de Gràcia, pero la Rius es un raro micropueblo fundido en un enorme anonimato. Sin embargo, reconocemos jetas de la vecindad y también a aquellos personajes pintorescos que repiten las escenas: el rumano del perrito blanco que toca la armónica, el viejo Eusebi y sus dibujitos por un euro, o aquel señor amable y discreto que ofrece pañuelos de papel, mesa por mesa.
   En el verano, los niños arman tienditas contra la fuente del reloj, y comercian chucherías entre los camareros de Las Euras, que van equilibrando las bandejas de patatas bravas y boquerones en vinagre. A veces, según la disposición, me recuerda el cuadro Juego de niños, del viejo Brueghel.
   Cada primavera y cada verano, la misma escena de patio se repite sin mayores variaciones. Imaginar, entonces, a otras personas de hace cuarenta años en esta misma plaza no es difícil. Secuencias iguales en las que todos pasan, van o regresan, entran o salen, cargan paquetes o se encuentran con los otros para beber sus cervezas y cafés.
   El tiempo pone en el cordel lo vivido ayer. ¿Quién será aquella muchacha que corre llorosa al otro extremo de la plaza? Y esa señora que lleva un previsible paquete de pastas, ¿con qué amiga compartirá hoy su merienda, y a cuántos sacarán el cuero mientras sorben sus tazas de té indio edulcorado? Y ese adolescente crispado y con el sobaco lleno de libros, que apura impaciente el paso retrasado por los pelotazos de los niños, ¿dónde se dirige nuevamente y para qué todo ese esmero?
   La plaza es el vínculo del aire que traspasa las siluetas. Hoy estoy aquí, mañana estaré en otro escorzo menos arduo, como cuando en el sueño vemos nuestro cuarto, colgados de un imposible vértice del techo.

HORMONAUTAS, Paz Monserrat Revillo

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PAZ MONSERRAT REVILLO, Hormonautas, Nazarí, Granada, 2015, 134 páginas.
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HIPÓTESIS

   Para paliar la falta de mujeres en la Australia repleta de convictos de 1840, cuatro mil huérfanas fueron sacadas de los orfanatos de Irlanda y enviadas como sirvientas a la tierra de los canguros y las ovejas. De esta manera, se limpiaban los orfanatos irlandeses y de paso se contribuía a la repoblación de la tierra más esquiva y lejana del planeta.
   Las que consiguieron sobrevivir a los largos meses de travesía insalubre desembarcaron indomables y hambrientas en las costas de un mundo aún por crear. En cuanto posaron sus pies en la escalerilla del barco y se sintieron observadas por centenares de ojos sedientos, supieron de una sola vez y con rotundidad cuál era su misión para con la historia: dar placer al máximo número posible de hombres, abarcar lo inabarcable, intentar remediar y compensar la inquietante proporción de una hembra por cada ocho varones en esa isla que parecía un continente.
   Ellas eran bravas, una raza de supervivientes, y se pusieron manos a la obra. No sólo sirvieron con dedicación a sus señores, proporcionándoles solaz y muchos bastardos, sino que, libres de las imposiciones de la religión y la familia, tuvieron tiempo para atender  a los otros siete caballeros faltos de cariño que les tocaban en el reparto.
   Ninguna feminista ha elogiado nunca el papel crucial de estas heroínas en la construcción de una nación. Un linaje de mujeres que, aprovechando la vulnerabilidad que la testosterona crea en los hombres, fueron las pioneras del amor libre y de la promiscuidad practicada sin complejos, con la alegría que produce el deber cumplido. Esas jóvenes irlandesas, algunas de ellas todavía unas niñas, hicieron de su obligación un arte y fornicaron con valentía con todo tipo de hombres rudos y difíciles, sin saber nunca si le estaban prestando su cuerpo a un auténtico asesino, a un simple disidente político o, en el peor de los casos, a un inglés.
   Trabajaron sin desmayo, cumplieron con su propósito de proporcionar alivio a los constructores de un continente y trajeron al mundo miles de criaturas, como era su obligación. Esos niños tenían la fortaleza y la osadía que solo poseen los hijos del placer y de la impureza. Y así, mezclando la rebeldía de sus padres con el arrojo de sus madres, se convirtieron en resistentes granjeros y, más adelante, en pragmáticos tecnólogos.
   Pero toda esa generación de niños asumió un déficit que aún hoy no se ha podido subsanar, un vacío que jamás se podrá llenar y en el cual nadie pensó en su momento. Y es que fue la única generación entera en la historia que no conoció a sus abuelos. Nunca nadie les contó cuentos, pues sus madres estaban siempre muy ocupadas mientras eran pequeños. Y cuando, por fin, la edad las liberó de sus deberes demográficos y pudieron dedicarse a cuidar de sus nietos, ellas no supieron cómo  transmitirles el sosiego y la calidez que emana de las auténticas abuelas cuando escenifican historias, susurran secretos o cantan nanas antiguas. No sabían cómo hacerlo, ellas habían sido criadas por monjas.
   El tronco por el cual se transmite la savia de las narraciones que fluyen de abuelos a nietos se había cortado de cuajo a la altura de aquel barco lleno de hijas sin padres; las lluvias irlandesas disolvieron las historias, los cuentos, las canciones…
   Tengo una sospecha. La formularé en forma de hipótesis: el hecho de que la literatura australiana sea tan escasa (probad si no, preguntad entre vuestros conocidos a cuántos escritores australianos son capaces de citar) es debido a esa generación de niños sin abuelos, sin historias que contar a sus nietos y a los nietos de sus nietos.
   No me explico cómo todavía a nadie se le ha ocurrido hacer una investigación seria para comprobar esta hipótesis.

MENOS DE 100, David Lagmanovich

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DAVID LAGMANOVICH, Menos de 100, Editorial Martín, Mar del Plata, 2007.

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LOS OJOS

   Estoy harta de sus críticas. Lo que más irrita a mis compañeros de excursión es la mirada que me atribuyen: murmuran que observo todo en derredor, que no dejo de percibir ningún movimiento de ellos, que no se me puede sorprender, que mi nerviosismo es extremo y que todo me entra por los ojos, esos ojos que ellos sienten como una amenaza que les impide toda intimidad. No los culpo: yo también, a veces, querría tener otros ojos. Pero todas las moscas somos así. 

FICCIONARIO, Ricardo Bugarín

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RICARDO BUGARÍN, Ficcionario, La Tinta del Silencio, México, 2017, 22 páginas.

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ADVERTENCIA

   Jonás le andaba con ganas a la ballena y su mamá le decía: «Mira, Jonasito, esos bichos son muy traicioneros. Muchos gorgoritos por la cabeza, mucho vaivén con las olas pero en cuanto más, ¡zas!, te dan un bocanazo». Y no agregó nada más, porque en cuanto se dio vuelta, Jonás ya no estaba.

VI MICROCONCURSO LA MICROBIBLIOTECA

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IV Microconcurso La Microbiblioteca, Biblioteca Esteve Paluzie, Barberà del Vallès, 2017, 194 páginas.
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La última edición del concurso de la Microbiblioteca (Biblioteca Esteve Paluzie) de Barberà del Vallès deja como cosecha esta excelente antología, donde los textos de finalistas y ganadores, tanto en la modalidad de catalán como la de castellano, se encuentran entre la mejor microliteratura cultivada recientemente.
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LAS MUSAS

   No había visto llorar a mi madre hasta el día en que mi padre murió. Hay algo antinatural y sobrecogedor en el llanto de una madre. Uno no sabe cómo consolarla.
   Papá murió un lunes de madrugada. Estiró su mano y agarró la de mi madre tan fuerte que le rompió los veintisiete huesos de su mano. Si le preguntas a mi madre cuál es el sonido de la muerte, te dirá que es muy semejante a un estallido de pajas secas. Ella, como pudo, se liberó de la mano inerte de mi padre. Luego se levantó, se aseó y se vistió de luto riguroso. A mi padre lo velaron en la biblioteca, rodeado de toda su obra: doce novelas, un libro de cuentos y tres ensayos.
   Anochecía cuando llegaron ellas. Altas, hermosas y sutilmente transparentes. Así las recuerdo. La mayor de todas se acercó a darnos el pésame. Mamá, que llevaba toda la vida esperando este momento, levantó su mano sana y le dio un bofetón. “Ahora es solo mío”, dijo. Las musas, respetuosas, retrocedieron en silencio. De repente, sus ojos dorados se fijaron unánimemente en mí. Sentí sus voces susurrantes. La menor de todas se me acercó y me miró fijamente a los ojos.

   Fue en ese momento cuando mi madre, totalmente vencida, rompió a llorar.

Arantza Portabales Santomé
Ganador mensual de abril y anual

CUENTOS PARA LOS HOMBRES QUE SON TODAVÍA NIÑOS, Teresa Wilms Montt

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TERESA WILMS MONTT, Cuentos para los hombres que son todavía niños,  Otero & Co., Buenos Aires, 1919, 104 páginas.
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Cuentos para los hombres que son todavía niños fue el quinto y último libro de la escritora chilena Teresa Wilms Montt (1893-1921).
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EL RETRATO

   —¿Qué es el dolor? —preguntó una vez un chiquillo a su madre.
   —Qué dices hijito? —contestó ella, enarcando sus cejas en movimiento de complejidad y duda.
   —¿Qué es el dolor? —repitió la criatura, alzando su vocecita de flautín, con el gesto mimoso de su boca rosada.
   ¡Oh santa ignorancia de las pasiones! ¿por qué no anidas para siempre en la cuna amorosa del alma infantil?
   Dejó la joven madre su labor cerca de la lámpara, que alumbraba tibiamente el grupito amable, y tomando al nene entre sus brazos, enternecida, le habló:
   —¿Por qué me haces tan extraña pregunta, nene de mis entrañas? ¿Quién ha pronunciado a tu lado esa palabra?
   Y la mamá, apretaba con sus manos largas desnudas de joyas, manos de monja o de mujer honrada, la fina cabecita.
   —Mamita, me lo dijo la vecina, aquella viejecita que suele traerte flores para la Virgen.
   Verás. Primero me preguntó por ti, con esa voz que parece estuviera siempre llorando. “¿Cómo está tu mamita, nene? ¿Siempre tan sola? Tienes que cuidarla mucho”, dijo: Y después, suspirando, mientras yo jugaba con el gato en su puerta, ella hablaba sola y murmuraba: —Santa de Dios, y dicen que hay justicia cuando en esa pobre alma parece que la tierra se hubiese ensañado. ¡Oh dolor, dolor!, exclamó tan fuerte la viejecita, que yo me asusté y vine corriendo.
   —¿Decía así?… —interrogó la madre, estremeciéndose en un impulso helado de su alma.
   —Sí mamita, sí. Por eso te pregunto qué es el dolor.
   Palideció la mujer; un gotear de lágrimas silenciosas rompió el cristal de sus ojos enigmáticos: ojos de iluminada y de bestia humilde.
   —¿Por qué lloras mamá? ¡No quiero que llores! —gimoteó el chiquitín, acomodando su minúscula personita en el regazo maternal.
   El chico miraba hacia la ventana donde se veía, a través de los cuadrados, caer la espesa obscuridad de la noche, como un presentimiento agorero en el silencio de los campos.
   —Tengo miedo, mamita; tengo miedo.
   —De qué, hijito mío?
   —De tu llanto y de la oscuridad que veo desde aquí —y el chiquillo señalaba la ventana.
   —No te asustes, nene mío, no es nada. ¿Quieres dormir?
   —Bueno, mamita, —y la cabecita confiada, buscó el hueco blando de los brazos maternos.
   La llama de la lámpara tenía el palpitar desmayado de un corazón enfermo. Colgado a los barrotes del lecho se balanceaba, imperceptiblemente, un negro crucifijo de ébano con sus brazos de plata, abiertos como alas lunares.
   Las dos camas blancas, extendidas sin una arruga en las simples colchas, daban la impresión de que hubiese puesto en ellas las sonrisas de sus ojos la Madre de Dios.
   Suspendido entre las cabeceras, relucía un marco acerado, sosteniendo, en sus extremidades la imagen de un hombre.
   Dulce la mirada, correcto el corte de la nariz, funesto el pliegue de la boca.
   —¿Qué es el dolor, mamita?, — balbuceó débilmente entre sueños el hijito.
   La madre nada dijo, pero sus dedos afilados se crisparon, y levantándose en un gesto desconsolado y rebelde, señalaron el retrato, donde reía y reirá siempre la eterna causa del dolor femenino.

CRÓNICAS DE LA INDIA, Miguel Ángel Gayo Macías

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MIGUEL ÁNGEL GAYO MACÍAS, Crónicas de la India, 2017, 248 páginas.
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La motivación de estas breves crónicas, publicadas originalmente en el diario El mundo, queda explícita en palabras del propio autor: "Con curiosidad, sin prejuicios y con un poco de humor intenté componer una colección honesta de estampas de la India real, la que yo ví y en la que viví."
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LA GUERRA DE LAS CASTAS

   El 1 de diciembre de 1997, un grupo de integrantes del Ranvir Sena, una especie de milicia ultra-hinduista rural, acorraló y abatió a tiros a cincuenta y ocho personas en una remota zona del norte de la India. Las víctimas eran dalits, también conocidos como “intocables”; personas excluidas del sistema de castas y consideradas impuras desde su nacimiento e incapaces, según los textos sagrados hindúes, de alcanzar la iluminación.
   A pesar de que el sistema de castas fue abolido en la India hace sesenta años, sigue vigente el “apartheid” social que hace que doscientos millones de personas dalits sean consideradas inferiores al resto.
   La masacre cometida por los brahmanes del Ranvir Sena en Laxmanpur es sólo una batalla más en la larga guerra de castas que divide a la sociedad india y que de vez en cuando se torna cruenta. En esa ocasión, el objeto de disputa eran unas tierras que permanecían sin cultivar desde hacía años y que ambas comunidades reclamaban. Otras veces, el detonante es el derecho a usar un camino o un pozo; en otras ocasiones, una simple mirada puede interpretarse como la provocación que dé lugar a un enfrentamiento.
   Los dalits de Laxmanpur se negaron a incinerar los cadáveres de las víctimas hasta que un político se dignase a visitar la ladea y se pusiera en marcha una investigación. Hace unos días, un juez de la capital de Bihar sentenció a muerte a dieciséis de los brahmanes y condenó cadena perpetua a otros diez. Varios de los acusados consiguieron huir de la justicia y están en paradero desconocido, y otros diecinueve fueron absueltos por falta de pruebas. Tres más murieron durante el largo proceso judicial, que ha durado trece años.
   La prensa india dio cuenta de la noticia diciendo que el suceso pertenecía a “un oscuro período de la historia” india, que ya ha quedado atrás para siempre.
   Hace solo unos días, un dalit y su hija discapacitada fueron quemados vivos cerca de Nueva Delhi.

RELATOS DE YÁSMINA POLINA, Leon Tolstói

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LEON TOLSTÓI, Relatos de Yásmina Polina, Rey Lear, Madrid,  2010, 152 páginas.

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Sara Gutiérrez ofrece una nueva traducción de estos cuentos escritos por Tokstói entre 1871 y 1875, para enseñar a leer y a escribir a los niños de su escuela de Yásnaia Poliana.
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ALDEANO Y LOS PEPINOS [FÁBULA]

   Érase una vez un aldeano que fue a robar pepinos a un huerto. Se arrastró hasta los pepinos y pensó: «Veamos, me llevo un saco de pepinos y los vendo, y con el dinero me compro una gallina. La gallina me pone huevos, los empolla, y cría muchos pollitos. Alimento los pollitos, los vendo, y compro un lechón, y se convierte en una cerda; me pare la cerda lechones. Vendo los lechones y compro una yegua; me pare una potrada. Crío los potros, y los vendo; compro una casa y planto un huerto. Planto un huerto y siembro pepinos. Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: “¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!”». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.

CUIDADOS PALIATIVOS, José Antonio Llera

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JOSÉ ANTONIO LLERA, Cuidados paliativos, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017, 172 páginas.

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Las manchas amarillas que le salen de repente a las almohadas, como si enfermaran de hepatitis. Mi mujer dice: «Mira, esa mancha amarilla». ¿Por qué? ¿Sueña nuestra cabeza en humores otoñales? La respuesta es sencilla: es el color nicotínico de la angustia. 
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Me pregunta una alumna: ¿a quién prefieres a Borges o a Cortázar? Borges es un gran paquidermo de pisada firme e irreprochable, de ahí que perezcamos por aplastamiento cuando lo leemos. En cambio, Cortázar es un rinoceronte, más veloz y capaz de lanzarte por los aires con su cuerno-nariz. 
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Decía Dégas que, entre el amor y el trabajo, él eligió el trabajo, pues no tenemos más que un corazón. Sin embargo, en el trabajo no es imprescindible el corazón; sí el estómago y el hígado. Para pirañear la vida, para cerbatanear la muerte. 
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Solo los muertos no tienen nostalgia. No estoy de acuerdo con tos que dicen que la nostalgia es reaccionaria. Eso sucede solo cuando se quiere vivir de ella. en un ataque de proxenetismo imperdonable.
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Toma una piedra al rojo vivo y enciérrala en el puño. En la otra mano, atrapa el vacío. Que nadie pueda saber, si observa ambas manos, cuál te abrasa más la piel.

NO SER O SER, Claudia Cortalezzi

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CLAUDIA CORTALEZZI, No ser o ser. Antología personalMicrópolis, Lima, 2016.
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INOPORTUNO

    En un rincón del dormitorio, el nudo se aprieta a sí mismo. No quiere que ellos —una pareja que acaba de entrar— adviertan su presencia.
    —Desnudate —oye.
    Sonamos, se dice, me descubrieron.

TIEMPO ESCRITO, Antonio Merayo

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ANTONIO MERAYO, Tiempo escrito, Danime, León, 2017.
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Que lo que la poesía une, no lo separe la prosa.
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La mariposa odia a quien le recuerda que fue gusano.
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No dejes para mañana lo que puedas soñar hoy.
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Una flor es el aforismo de la naturaleza.
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Si no encuentras la puerta, invéntatela.
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No seas menos que tú mismo.
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Escribir y leer ayuda a descubrir cómo somos, cómo no somos y cómo podríamos ser.
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El corazón del aire son los pájaros.
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De poco le sirven las puertas abiertas a quien tiene la mente cerrada.
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Los animales llevan millones de años observando a los hombres y siguen sin entender su brutalidad.

PARVA MEMORIA, Francisco Pérez de los Cobos Orihuel

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FRANCISCO PÉREZ DE LOS COBOS ORIHUEL, Parva memoria, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2006, 54 páginas.
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Dice Cristóbal Serra en El rastro de Agur (pp. 9-10): «Potentísimos son los análisis de esta mente lúcida, que desecha a ratos la expresión figurada en aras del sondeo mental». 
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La envidia es mera falta de información.
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No pesa estar solo, sino estar consigo.
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La más fructífera siembra del diablo es el cinismo.
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A fuerza de descender a los infiernos, los hemos hecho ascender a la superficie. La frecuentación del infierno demoniza.
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También el amor fatiga.
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Somos vulnerables a cualquiera que nos haya rescatado de la soledad.
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El silencio prudente es raro. Normalmente calla quien no tiene qué decir.
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El amor que muere requiere el trabajo del duelo.

LA TRAYECTORIA DE LA LUZ, Diana Aradas

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DIANA ARADAS, La trayectoria de la luz, Torremozas, Madrid, 2017, 96 páginas.

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SILENCIO INVERNAL

Buscas la aguja de coser
que cierre la herida 
azul del frío.

AFORISMOS, Ludwig Wittgenstein

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LUDWIG WITTGENSTEIN, Aforismos. Cultura y valor, Espasa, Madrid, 2013, 176 páginas. Traducción de Elsa Cecilia Frost.
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¡No juegues con las profundidades del otro!
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El rostro es el alma del cuerpo.
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Seamos humanos.
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Tocar el piano; una danza de los dedos humanos.
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Se podría poner precio a los pensamientos. Algunos cuestan mucho, otros poco. Y ¿con qué se pagan los pensamientos? Creo que con ánimo.
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Los pliegues de mi corazón quieren estar siempre juntos y para abrirlos tendría que desgarrarlos continuamente.
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Hay reflexiones que siembran y reflexiones que cosechan.
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Es difícil saber algo y actuar como si no se supiera.
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Una época entiende mal a otra, y una época mezquina entiende mal a todas las demás en su propia y fea manera.
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¡Cree! Eso no hace daño.
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Si alguien puede creer con toda certeza en Dios ¿por qué no en el alma de otro?
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Lo que el lector también puede, déjaselo a él.