CÓMO TRATAR Y MALTRATAR A LOS POETAS, José Luis García Martín

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN, Cómo tratar y maltratar a los poetas, Llibros del Pexe, Gijón, 1996, 260 páginas.

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En La crítica indicativa (pp. 7-11) José Luis García Martín diferencia entre la crítica militante, la crítica de urgencia y la que ciertos críticos como él ejercen: «La crítica indicativa a veces da razones y ofrece unas primeras vías de análisis de las nuevas obras literarias; otras veces se limita a recomendar, a subrayar. También a denigrar títulos muy publicitados y de escaso interés.»
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LA BIBLIA DEL HAIKU

   ¿Cómo puede definirse el haiku? André Bellesort lo ha hecho de manera más sugestiva que precisa: “Exactitud disfrazada de ensueño; poesía de res­plandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los sueños vi­braciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro de un gran paisaje”.
   Para R. H. Blyth es una especie de iluminación por la que penetramos en la vida de las cosas; mediante el haiku “captamos el significado inexpresable de objetos o acontecimientos cotidianos que hasta entonces nos habían pa­sado por completo desapercibidos”.
   El haiku, que para los japoneses tiene un sentido místico y es algo más que un mínimo poema de diecisiete sílabas, se ha convertido entre los poetas occidentales en el soneto de los haraganes: no hay poeta actual que, engaña­do por su facilidad aparente, no haya perpetrado alguno.
   Fernando Rodríguez-Izquierdo, en un libro que es varios libros a la vez, ha querido aproximar al lector español, con rigor erudito, a una de las más se­ductoras y engañosas formas de la poesía universal. El haiku Japonés se editó inicialmente en 1972; inencontrable desde hace bastantes años, se reedita ahora sin otros retoques que la actualización de la bibliografía.
   Rodríguez-Izquierdo analiza el haiku desde las más diversas perspecti­vas; se detiene a contarnos la vida y la obra de sus más destacados cultiva­dores; se ocupa ampliamente de los problemas teóricos de la traducción; resume la fortuna del haiku en las literaturas francesa, inglesa y española; antologa —con especial hincapié en Bashoo— los mejores haikus, o los más característicos, de la ingente producción japonesa.
   El haiku cuenta con muchos devotos, pero también con algún escéptico. En diecisiete sílabas poca poesía cabe, nos dicen; el mínimo texto es sólo un pretexto para la imaginación del lector. La mayoría de los entendidos —y el profesor Takeo Kuwabara lo confirmó experimentalmente— no sabrían dis­tinguir un haiku de un gran maestro de otro compuesto por un aficionado, si se los presenta sin firma. Es posible. Pero si son verdaderamente expertos, sin duda sabrán distinguir un verdadero haiku de una trivialidad o de una inge­niosa ocurrencia, no importa quién sea su autor.
   La mitificación del haiku puede llevar a más de un estudioso a comulgar con ruedas de molino. Para Rodríguez-Izquierdo, “el haiku más crucial e im­portante que se haya escrito jamás” dice así: “Un viejo estanque; ) al zambu­llirse una rana, ¡ruido de agua”. Es posible que algún lector, tras conocer esta presunta obra maestra, no se sienta demasiado tentado a seguir perdiendo el tiempo con japonerías. Pero los mejores haikus tienen esa misma sencillez de trazo, sin alardes de ingenio ni rebuscadas metáforas: “Sobre la rama seca / un cuervo se ha posado; /tarde de otoño”.
   Ante un haiku sólo son posibles dos actitudes: el desdén o el deslumbra­miento; no hay término medio. Tampoco para el autor caben aproximacio­nes, medias tintas: se acierta o no se acierta; la habilidad retórica, el dominio del lenguaje, que en otros géneros evita el estrepitoso fracaso, aquí no sirve de nada.
   Los poetas de lengua española han rondado el haiku, con desigual fortu­na, desde el modernismo. Bien conocidos son los coloristas intentos de Juan José Tablada: “Tierno saúz, / casi oro, casi ámbar, / casi luz . No menos fa­mosas resultan las tentativas de Octavio Paz (por otra parte, sin saber japo­nés, el mejor traductor de poesía japonesa al castellano): “La hora es transparente: / vemos, si es invisible el pájaro, / el color de su canto”. Pero el haiku en español que yo prefiero es de un poeta desconocido, Rafael Lozano, quien lo publicó, a sus veintidós años, en un olvidado volumen de 1921: “El barco / deja sólo una estela. / Nosotros, ¿qué dejamos?’

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