UN ALMA EN INCANDESCENCIA, José Ángel Mañas

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JOSÉ ÁNGEL MAÑAS, Un alma en incandescencia, Buscarini, Logroño, 2008, 92 páginas.

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En el Prólogo (pp. 9-12) a este libro subtitulado Pensando en torno a Franciam Charlot (aforismos sobre pintura) admite Mañas que el lector percibirá en estos pensamientos «una reflexión sobre la pintura y el arte en general».
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Todo objeto estético es una piedra lanzada al lago de nuestra cultura personal: provocará ondas de mayor o menor intensidad en función de la fuerza del artista pero también e nuestra sensibilidad.
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Limpiarse las legañas culturales que entorpecen la mirada.
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El arte es el cobijo del hipersensible, la válvula de escape de quien no soporta la realidad.
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Lo feo y el mal han sustituido a lo Bello y el Bien. La mentira se ha convertido en Verdad.
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Si el arte ya no existe, existen al menos los artistas. Son la vanguardia de la libertad humana. Dentro de la anarquía estética actual, el artista es rey. Su único enemigo es su propia libertad.

HISTORIAS SOMALÍES, Fernando Martínez Álvarez

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FERNANDO MARTÍNEZ ÁLVAREZ, Historias somalíes, KRK, Oviedo, 1998, 132 páginas.

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Escribe Jordi Doce en Madura en el subsuelo (pp. 15-22): «Historias somalíes es el libro de un poeta que desconfía profundamente de la poesía, o de lo que ésta tiene de artificio o de uso de materiales prestigiados por el tiempo o los antepasados».

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PARPADERO

   Aquellos barcos de nuez y miga. Una vela de papel cua­driculado. En algún viaje las ventanillas del tren no pueden abrirse.
   Mientras se vuelve hay pocas ganas de hablar, las mi­radas parecen concretas pero no se posan en ninguna rama, en ningún atardecer.
   El barco de papel que dejaste en la taza y las citas en las carpetas de invierno. Regresar como desenterrar cancio­nes que dolieron. Abrir otra vez los ojos como si sólo hubiese pasado un parpadeo.

LA LENGUA DE LOS AHOGADOS, Fernando Clemot

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FERNANDO CLEMOT, La lengua de los ahogados, Menoscuarto, Palencia, 2016, 160 páginas.

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EDAD

   Tengo la misma edad que mi padre en 1979. 
   Recuerdo cómo era él entonces y me veo conduciendo de noche, en una carretera llena de baches y rectas interminables. El haz de luz ilumina el pasto de los márgenes de la carretera. Voy con mi mujer al lado y con mis dos hijos atrás: uno adolescente y el otro todavía un crío. Trato de adivinar en qué me parezco a él. 
   Conduzco a ciegas, sin pasado ni futuro. Imagino cómo hubiera sido yo si hubiera sido él. 
   Un fogonazo de luz y otro de oscuridad. 
   Ahora. Entonces. 

LECTURAS DE JUVENTUD, Michel Tournier

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MICHEL TOURNIER, Lecturas de juventud, Nortesur, Barcelona, 2009, 192 páginas.

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LEWIS CARROLL EN EL PAÍS DE ALICIA

   El 4 de julio de 1862 debiera figurar entre las grandes fechas de la literatura universal. Fue ese día cuando Lewis Carroll, navegando en barca por el río Isis con las pequeñas Liddell, les contó las aventuras de Alicia bajo tierra. Esta historia daría lugar a Alicia en el país de las maravillas, que se publicaría en 1865 entre un tratado de geometría euclidiana y una selección de fórmulas de trigonometría plana.
   ¡Qué extraño personaje este clergyman, profesor de matemáticas en la universidad de Oxford! Nació el 27 de enero de 1832 en Daresbury en el condado de Lancashire. Su padre era pastor de la parroquia y un apasionado de las matemáticas. Dio a Lewis dos hermanos y ocho hermanas. Todos tenían en común dos particularidades: eran tartamudos y zurdos. La tartamudez impedía a Lewis predicar en el templo. Es posible —si se quiere— ver en este rasgo el origen de un tema recurrente en su obra, la inversión, la transposición izquierda-derecha, antes-después, causa-efecto, así como la del espejo que reproduce el mundo al revés.
   Conviene señalar que J.-K. Huysmans —que no cita nunca a Carroll— dedicó su obra principal, A contrapelo (1884), a un héroe, Des Esseintes, que adopta la postura del «todo al revés».
   Gilles Deleuze analizó con brillantez, en su obra Lógica del sentido, esta actitud de Carroll: «En Alicia, como en Al otro lado del espejo, se presenta una categoría “de cosas muy especiales”: los acontecimientos, los acontecimientos puros. Cuando digo ‘Alicia crece”, quiero decir que se vuelve mayor de lo que era. Pero, por ese mismo motivo, se vuelve más pequeña de lo que es ahora. Por supuesto, ambos estados no ocurren al mismo tiempo: ahora es mayor, era más pequeña antes. Pero sí es al mismo tiempo, en virtud de la misma acción, como uno se vuelve mayor de lo que era y más pequeño de lo que llega a ser. Tal es la simultaneidad de un devenir cuya característica esencial es eludir el presente. En la medida en que elude el presente, el devenir no soporta la separación ni la distinción del antes y el después, del pasado y el futuro. Pertenece a la esencia del devenir el avanzar en los dos sentidos a la vez: Alicia no crece sin menguar, y a la inversa. El sentido adecuado es la afirmación de que en todas las cosas hay un sentido determinable; pero la paradoja es la afirmación de los dos sentidos a la vez».
   Es cierto que Alicia es sometida a una serie de pruebas que se asemejan mucho a una dolorosa iniciación. Es arrastrada a un agujero por un conejo, se ahoga en sus propias lágrimas, ve cómo se le alargan desmesuradamente las piernas, etc. Es una cruel ironía denominar todo eso «el país de las maravillas». ¿De qué se trata en realidad?
   Debemos recordar aquí la extraña pasión de Lewis Carroll por las niñas. Según una fórmula muy propia de su estilo, declaraba: «Adoro la infancia, a excepción de los muchachitos». Sus mejores horas las pasaba con todo un coro de niñas menores de diez años. A un amigo que le preguntó si no le exasperaba de vez en cuando la multitud de muchachas de que se rodeaba, le respondió: «Son tres cuartas partes de mi vida», mintiendo púdicamente sobre la cuarta parte, que también les correspondía. Siempre preocupado por hacer nuevas conquistas, solía desplazarse con un maletín de juguetes y muñecas destinados a engatusar a la niña de sus sueños, en el supuesto de que se la encontrase en un ómnibus o en un jardín público. Se reunía con sus amiguitas en veladas donde los padres estaban absolutamente excluidos. Con té, cháchara, juegos, historias fantásticas, cajas de música, el tiempo se pasaba muy rápido.
   Pero ahí también la barrera de la edad era infranqueable. Carroll lo afirma con todas las letras: «La niña se convierte en un ser tan diferente cuando se transforma en mujer que nuestra amistad también se ve obligada a evolucionar. En general, esta evolución se plasma en el tránsito de una intimidad afectuosa a relaciones de mera cortesía, que consisten en intercambiar una sonrisa y un saludo cuando nos encontramos». Sí, la pubertad constituía una catástrofe que expulsaba a la niña adorada al infierno de la sexualidad y rompía toda relación con ella.
   Por ello uno se ve tentado a interpretar las desventuras de Alicia como una caída en las tinieblas del sexo. Denominar este infierno «el país de las maravillas» es una inversión irónica totalmente acorde con el estilo habitual de Carroll.
   Afortunadamente, tenemos la fotografía que detiene la evolución fatal y congela a la niña en su verde paraíso. Entre los «juegos» rituales de su corte, Carroll incluía una sesión fotográfica —ardua y pesada por el material de la época—, que constituía en cierto modo el tributo obligatorio de su harén en miniatura. Él mismo, con la mano trémula de alegría, desnudaba a sus aduladas para disfrazarlas de chinas, turcas, griegas o romanas. Las más queridas eran enviadas a una amiga, Miss Thomson, que se encargaba de fotografiarlas desnudas según las instrucciones del reverendo. No es necesario añadir que estos negativos fueron destruidos después de su muerte.
   ¿Erotismo? Sin duda, pero de la más alta especie, erotismo-amor, erotismo-ternura que compromete toda la vida de un hombre de genio y cristaliza en una obra sublime.

LA MEMORIA DE LOS CUENTOS, Antonio Rodríguez Almodóvar

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ANTONIO RODRÍGUEZ ALMODÓVAR, La memoria de los cuentos, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2010, 260 páginas. 

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Subtitulado Los últimos narradores orales, contiene el DVD dirigido por José Luis López-Liñares que recoge los relatos de esta última generación de narradores orales. Además de los relatos, el libro contiene En busca del cuento perdido (pp. 13-21), ensayo de Rodríguez-Almodóvar, (guionista también del documental), en el que anota que estos relatos surgen de «la necesidad de dar expresión a las fuertes contradicciones que genera en todas partes el tránsito de la sociedad tribal cooperativa y endogámica, nómada o seminómada, a la sociedad agrícola estamentaria, nucleada en torno a la propiedad privada hereditaria y al matrimonio exógamo».  
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EL GALLO ZARAPICO

(La boda en el cielo)

   Era un gallo Quirico, que le invitó su tío a la boda al cielo. Y se puso muy preparado y muy preparado, pero se le olvidó comer. [Al comer se le manchó el pico.]
   Y marchó, y fue por allí alante y encontró una hierba.
   —¡Yerba, limpíame el pico para la boda de mi tío Zarapico!
   —No quiero.
   Fue más alante, encontró una oveja:
   —Oveja, come a yerba, porque yerba no quiso limpiarme el pico para la boda da mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Más atante encontró un lobo:
   —Lobo, come a oveja, porque oveja no quiso comer a yerba, porque yerba no quiso limpiarme el pico para la boda de mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Fue más alante, encontró un... perro. Encontró un perro.
   —Perro, come a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso corner a yerba, parque yerba no quiso limpiarme el pico para la boda de mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Fue más alante, encontró un palo:
   —Palo, pega a perro, porque perro no quiso comer a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a yerba, porque yerba no quiso limpiarme el pico para la boda de mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Fue más alante, encontró una lumbre.
   —Lumbre, quema a palo, porque palo no quiso pegar a perro, porque perro no quiso comer a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a yerba, porque yerba no quiso limpiarme el pico para la boda de mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Fue más alante, encontró un río.
   —Río, apaga a lumbre, porque lumbre no quiso quemar a palo, porque palo no quiso pegar a perro, porque perro no quiso comer a lobo, porque lobo no quiso comer a oveja, porque oveja no quiso comer a yerba, porque yerba no quiso limpiarme el pico para ta boda de mi tío Zarapico.
   —No quiero.
   Y fue más alante, encontró un papel, se limpió el pico y dijo:
   Si de ésta salgo y no muero,
   no quiero más bodas en el cielo.
Juana Rodríguez López [Prioro, León]

EL BUDÍN ESPONJOSO, Hebe Uhart

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HEBE UHART, El budín esponjoso, Cuarto Mundo, Buenos Aires, 1977, 118 páginas.

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EL PREDICADOR Y LA ISOCA

   Las circunstancias imprevisibles de la vida, puestas esta vez de manifiesto en forma de un interminable aguacero, habían reunido en una oscura caverna a un predicador y a una isoca. El predicador decía así:
   —Amados hermanos, debemos distinguir, según lo hiciera el sabio filósofo Spinoza, entre la natura naturans y la natura naturata. La segunda es engendrada pero no infundida por la primera, la primera es viceversa de la segunda.
   La isoca decía que sí y mientras tanto comía el poco yuyo que crecía en la caverna. El predicador continuó:
   —El ser primero contiene, sostiene, sobreviene y mantiene a todos los demás seres, y es razón y causa non causata.
   La isoca dijo que sí y que iba a ver si llovía.
   —Voy a ver si todavía llueve. 
   Salió afuera y dijo: 
   —No llueve más, pero me gustaría escuchar la crítica del voluntarismo leibniziano.

NADA SE PIERDE, Jordi Doce

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JORDI DOCE, Nada se pierde, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2015, 178 páginas.

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En estos Poemas escogidos que recogen una selección de los libros publicados entre 1999 y 2015 hay cabida para un ramillete de hermosísimos poemas breves. 
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Alguien izó
las velas donde el viento
tartamudea.

EL HILO DE LA LUZ, Gabriel Insausti

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GABRIEL INSAUSTI, El hilo de la luzLa Isla de Siltolá, Sevilla, 2016, 80 páginas.

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Intentar que las cosas se atengan a nuestra idea como las dunas a un mapa del desierto.
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Mercaderes de ideas: su ideal de debate es la Bolsa.
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La ironía de tener, como el erizo, mucha vista y poco tacto.
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Los principios, como el maquillaje, se notan más cuando no están.
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El naufragio sólo es otra singladura.
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A falta de luz propia no es poco, como la luna, reflejar la ajena.
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Lo que realmente demuestra tanta teoría moderna es nuestra capacidad para equivocarnos del modo más brillante posible.
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Hace falta mucha astucia para conservar intacta la inocencia.
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Se escucha un consejo como se lee un libro subrayado por otro.
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 Hay algo peor que decepcionar a todo el mundo: no decepcionar a nadie.

SIESTA NÓMADE, Débora Vázquez

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DÉBORA VÁZQUEZ, Siesta nómade, Beatriz Viterbo Editora, Buenos Aires, 2006, 96 páginas.

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MENS SANA

   Hace cuarenta minutos que no se acuerda de nada. La percusión late a la altura de las caderas, entre las costillas, en la sien. El presente deja de ser un espejismo. La transpiración la vuelve lúcida. La tarima no es alta pero desde allí todos pueden verla.

LABERINTO DE EFECTOS, Ricardo Virtanen

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RICARDO VIRTANEN, Laberinto de efectos, Amargord, Madrid, 2014, 98 páginas.

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En Algunas palabras (p. 93) Virtanen señala que le falta a Laberinto de efectos el libro, lamentablemente todavía inédito,  La idea en el hecho, para recoger toda su obra aforísitica.
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Epitafios. Tarjetas de embarco a la eternidad.
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La pompa de jabón estalla en el aire, pero sigue flotando en tu pensamiento.
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A la brevedad le sienta mal el hipo.
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Contra pronóstico, el río no desea ir a contracorriente.
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Te has dormido en mi mano. Y mi corazón te piensa.
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La copa del árbol presume de su altura pero añora ser raíz.
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¿Podrá el cielo elegir las nubes de su verano?
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Un amor que se columpia de por vida en las telarañas minúsculas de la subconsciencia.
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Los himnos son canciones de cuna para nacionalistas.

SIN CONTAR, W.G. Sebald & Jan Peter Tripp

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W.G. SEBALD, Sin contar, Nórdica, Madrid, 2007, 90 páginas.

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Subtitulado 33 textos y 33 grabados contiene además de las obras de Jan Peter Tripp un poema de Hans Magnus Ensensberger. En El paso a través de la oscuridad (pp. 74-83) Andrea Köhler dice de estos textos: «No son aforismos ni poemas sino más bien imágenes del pensamiento y relámpagos de recuerdos, momentos que iluminan las lindes de la percepción.»
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Hierba

azul
vista
a través de una fina
capa 
de agua
helada

CUENTOS AFRICANOS PARA DORMIR EL MIEDO, Ernesto Rodríguez Abad

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ERNESTO RODRÍGUEZ ABAD, Cuentos africanos para dormir el miedo, Factoría de cuentos, Tenerife, 2010, 88 páginas.

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EL VIEJO QUE ASUSTABA AL MIEDO

   El niño se acercó, curioso, al anciano. Le habían dicho que era el viejo más sabio del continente africano. Se pasaba los días sentado bajo el gran baobab que daba sombra a la sabana. El árbol era su trono y, él, el rey de las tierras calientes y secas.
   El niño tenía los ojos grandes y brillantes como pelotas de cristal negro, el pelo rizado y la piel oscura como una hermosa noche. Siempre en su mirada asomaba una pregunta. Quería conocer el mundo, quería saber cómo era África.
   El anciano tenía palabras incrustadas en las arrugas, las manos se habían acostumbrado a tejer historias, la voz sabía volar como los pájaros, brillar como las estrellas, escurrirse entre las sombras como los peces de colores.
   Le contó, al muchacho que quería saberlo todo, que la única forma de conocer África y el mundo era oír todos los cuentos y todas las leyendas. Las palabras que viajan desde los tiempos remotos dentro de las historias dicen más de lo que significan.
   Ellas están escritas con hilos de la noche.
   —¿Y cómo descubriré los cuentos?
   ¿Quién me contará las leyendas? —se apresuró a decir el muchacho de la mirada ansiosa.
   El viejo sonrió. En aquella sonrisa había misterios, sabidurías que venían del pasado, magia de otros mundos.
   Llenó la vasija de barro negruzco que siempre lo acompañaba con un puñado de tierra y piedrecillas. Luego, levantó el recipiente por encima de su cabeza y volcó la tierra. Se mezcló en el aire y cayó entre las yerbas y las hojas secas. El niño lo escuchaba en silencio. Estudiaba todos los movimientos y acciones del viejo. Sabía que el gesto, la acción y la palabra tenían un significado mágico. Más tarde la llenó de agua y pidió al muchacho que lo acompañase hasta el río. Volcó el líquido sobre el torbellino de aguas corrientes.
   —Escucha como la tierra se mezcla con el viento. Escucha las palabras que dicen las aguas al arrastrar otras aguas. Estaba muy serio. Sabía que tenía que hacer comprender al muchacho lo importante que es aprender lo que la tierra nos quiere contar.
   —Todo el mundo en África sabe que sólo hay que escuchar a la tierra. Los cuentos están en ella—las palabras del viejo parecían quedarse prendidas a las ramas del gran baobab.
   En los cuentos se encierran secretos. Cada palabra sirve para algo más que para decirla y dejarla volar al viento. Las palabras pueden matar a las personas o pueden acariciar los oídos en las frías noches.
   Si maltratamos la naturaleza, se pierden los relatos.
   Es la tierra la que cuenta, pues las historias nacieron en ella, por eso decimos que en África se cuentan cuentos para dormir el miedo.

HECHOS INQUIETANTES, Juan Rodolfo Wilcock

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JUAN RODOLFO WILCOCK, Hechos inquietantes, Sudamericana, Buenos Aires, 1998, 242 páginas.

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TRADUCCIONES MODERNAS

   En ciertos ambientes universitarios de los Estados Unidos se ha puesto de moda y traducir los clásicos latinos como hizo Ezra Pound con Propercio, pero mucho más libremente. Un ejemplo reciente lo encontramos en las Poesías Completas de Cayo Valerio Catulo, traducidas por Frank O. Copley y publicadas por la Universidad de Michigan. Copley observa en su prefacio: “¿Quién fue Catulo? Un rebelde, un radical, un experimentador, un innovador, un pionero. En Roma, en aquellos tiempos, había muchos como él”. Según Copley, el rebelde Catulo escribía así:

Hay como te digo, viejo, viejo mío
Te vendrá bien una buena comida
?
qué
será
de MI
bien
bien, mira esta billetera
sí, ésas son telarañas
pero oye
yo también te diré algo
I CAN'T GIVE YOU ANYTHING BUT LOVE,  BABY

99 POR 99, Miguel Ángel Molina

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MIGUEL ÁNGEL MOLINA LÓPEZ, 99 por 99. Microrrelatos a medida, Baile del Sol, Tegueste, 2016, 108 páginas.

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En este volumen, que contiene 99 microrrelatos de 99 palabras cada uno, las cifras acaban volviéndose anécdota frente a lo que en él realmente cuenta: las sugerencias y silencios que hilvanan estas historias, a medida de la buena literatura.

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AMOR POR LO PEQUEÑO

   Cuando Marta le conoció en una feria de nanotecnología no se imaginó hasta qué punto el amor de Gabriel por las cosas pequeñas marcaría su relación. Él trabajaba en un laboratorio de microbiología clínica pero su verdadera pasión eran los bonsáis, coleccionar miniaturas y aquel blog en el que publicaba microrrelatos, haikus, aforismos y greguerías
   A los pocos días se mudaron a un apartamento de veinticinco metros cuadrados donde solo convivieron dos semanas. Aquella mañana de febrero cuando la policía se lo llevó. Marta descubrió horrorizada las fotos que Gabriel archivaba en aquel portátil que nunca le dejó tocar.

MÁS QUE PALABRAS, Pedro Álvarez de Miranda

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PEDRO ÁLVAREZ DE MIRANDA, Más que palabras, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016, 272 páginas.
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Manuel Seco en el Prólogo (pp. 9-12) a «esta colección de cuarenta y cinco instantáneas sobre la vida privada de las palabras» señala como característica más notable del trabajo del Académico de la Lengua Álvarez de Miranda «la solidez de su apoyo en una documentación, a menudo con esfuerzo buscada y rebuscada, a menudo multicolor y divertida, que sin cesar provoca nuestra admiración de lectores».
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MICHELIN

    Entre los mecanismos un tanto marginales pero sumamente interesantes de enriquecimiento del vocabulario de una lengua se halla el de la lexicalización de marcas comerciales. Se produce cuando un determinado producto tiene tal éxito en el mercado que su nombre de marca pasa a designar el objeto genérico correspondiente, sea de la marca que sea. Si yo le pido a alguien que me dé un kleenex, mi interlocutor entiende perfectamente que le estoy pidiendo un ‘pañuelo desechable de papel’; y si me lo da, lo acepto agradecido cualquiera que sea la marca a la que pertenezca, pues no le estaba exigiendo, en absoluto, que fuera precisamente de la marca Kleenex. Se ha producido la lexicalización plena: el nombre propio puesto por el fabricante ha pasado a comportarse como un nombre común y a escribirse con minúscula. Lo mismo ha ocurrido con maicena o maizena, aspirina, rímel (< Rimmel), baedeker ‘guía turística’, casera ‘gaseosa’, minipímer, chupachups, dónut, zódiac o támpax.
   No es infrecuente que las empresas fabricantes de los productos en cuestión protesten al ver en el diccionario el nombre de su marca convertido en palabra de uso general. En vez de valorar como un hecho positivo y halagador el éxito indiscutible que ello supone, disgusta a los dueños de la marca que se pueda aplicar su nombre a cualesquiera otros productos de la competencia. Sin embargo, la lexicografía está obligada a dejar constancia de las novedades léxicas, y estos fenómenos lo son. La solución al conflicto de intereses está en que el diccionario advierta de que el signo en cuestión es una «marca registrada». Es lógico y legítimo que a los fabricantes de esos otros productos les esté vedada, en el modo en que los presentan y etiquetan, la utilización del exitoso nombre de marca convertido en genérico. Pero al uso de los hablantes nadie puede ponerle trabas.
   El caso que aquí vamos a considerar es bien curioso. Todo parte del apellido de dos emprendedores franceses, los hermanos André y Édouard Michelin, que fundaron, en 1889, la compañía que lleva su nombre, dedicada fundamentalmente, pero no solo, a la fabricación de neumáticos. Pues bien, en diccionarios de varias lenguas dicho nombre figura como entrada léxica. En el inglés de Oxford con dos acepciones:

    A proprietary name for: a rubber tyre manufactured by the Michelin Tyre Company.
   A proprietary name for: any of various touring guides (originally to France, later also to other countries) produced by the Michelin company.
   
    Estamos, en realidad, ante lexicalizaciones imperfectas o no plenas, dado que en estas explicaciones se precisa que tanto ese neumático como esa guía de viaje han de ser precisamente, para ser llamadas así, de la marca Michelin.
    Mayor grado de lexicalización se produciría en el caso de la palabra francesa micheline, que según el Trésor de la langue française significa esto:
   
    Voiture automotrice circulant sur rails, montée sur pneumatiques et utilisée par les sociétés de chemin de fer pour le transport des voyageurs.
   
    Y el propio diccionario agrega, en la explicación etimológica: «Dérivé du nom de la firme Michelin, constructrice de cet autorail sur pneumatiques». Cabe añadir que la palabra ha pasado al italiano, o al menos así lo testimonia el Grande dizionario italiano dell’uso de Tullio De Mauro, al recoger micheline como «automotrice con speciali ruote cerchiate in gomma».
   
    Pero la lexicalización sin duda más original, y semánticamente más ‘violenta’, de este nombre de marca es la que se ha producido en español, pues en nuestra lengua, como es bien sabido, michelín designa, en audaz y bienhumorada metáfora, el «pliegue de gordura que se forma en alguna parte del cuerpo» (Academia), y especialmente —como señalan los diccionarios de Moliner y Seco— en la zona de la cintura. Un etimólogo que dentro de mucho tiempo, cuando las pistas que derivan de hechos culturales extralingüísticos acaso se hubieran borrado, tuviera que desentrañar el origen de esta palabra española se hallaría un tanto perplejo mientras que alguien no le mostrara la imagen del muñequito que es divisa de la marca Michelin, haciéndole ver que las lorzas o roscas de gordura recibieron ese nombre por su similitud con los neumáticos o aros de goma que forman el cuerpo del tal muñequito.

    Si pudiéramos saber quién fue el hablante al que se le ocurrió semejante genialidad, deberíamos erigirle un monumento. Como es imposible, contentémonos con tratar de averiguar cuándo nació la palabra; lo que tampoco es fácil, pues es obvio que el alumbramiento hubo de producirse de preferencia en la lengua hablada, siempre, por su propia naturaleza, esquiva, prácticamente inaprehensible para el historiador.
    El Diccionario del español actual de Seco, Andrés y Ramos, sin ser un diccionario histórico, ya nos proporciona una referencia cronológica valiosa, pues cita sub voce un texto de una novela de Álvaro de Laiglesia que es de 1956, Todos los ombligos son redondos: «El árido paisaje abdominal, desierto solo interrumpido por la duna adiposa de algún “michelín”». Téngase en cuenta que el corpus de dicho diccionario se inicia en 1955.
   
    Podemos llevar la fecha de nacimiento de la palabra algo más atrás, pero tampoco mucho. Curiosamente, en un cuento de Juan Antonio de Zunzunegui de 1935, incluido en su libro Tres en una o la dichosa honra, se aplica a los pliegues abultados de un traje:
   
    Llevaba consigo el viejo traje de su hermano. Los bolsillos de la chaqueta aún conservaban su antigua forma de charcos y el pantalón seguía haciendo inelegantes michelines.
    
   Para la comprensión del texto conviene añadir que el propietario del traje en cuestión es una persona gruesa y desastrada, a propósito de la cual ha podido leerse previamente: «¿Han visto ustedes qué aros de arrugas le hacen los pantalones?».
    Lo que no permite saber este testimonio es si a la altura de 1935 se llamaban ya michelines las roscas adiposas del cuerpo humano. Que los hablantes tenían ya bien presente la imagen del célebre muñeco nos lo confirma unos años más tarde un pasaje de cierta novela de 1944, Muchachas que trabajan, de Ángeles Villarta: «¡Qué horror!… Ese hombre que parece el Michelín, tanta grasa le sobra por todas partes».
    Pero tampoco ahí tenemos todavía, evidentemente, lo que buscamos. El texto más antiguo de nuestra palabra nos lo depara, en 1948, de nuevo una novela, La desintegración de doña Urania. (El Barba-azul atómico), de Jaime Zurbarán. Aclaremos que la persona a la que se alude en el texto que citamos es una mujer que roza los ciento veinte kilos de peso:
     —«Mon cherie»— me dijo, con voz infantil, saliente de aquella garganta plena de michelines.
     Y también podemos citar un par de textos posteriores a este y anteriores al de Álvaro de Laiglesia, ambos del periódico Abc:
     Ya que hablamos de festejos, confesemos para nuestros «michelines» y los de muchos de nuestros lectores que padecemos agujetas mentales a la vista del programita para hoy, en el que se prevé pesca deportiva —de la otra, ni hablar— en el lago de la Casa de Campo, festival en Vallehermoso, atletismo en la Ciudad Universitaria, ciclismo en el Retiro, hockey femenino, tiro de pichón y no sé cuántas cosas más. (Isidro [Lorenzo López Sancho], Abc, 22 de mayo de 1952).

    —¿Qué le hace reír más?
    —Las mujeres gordas.
    —Esto lo ha dicho con la boca; con las manos ha querido decir el movimiento de los «michelines», lo que ha provocado una carcajada general.  (Santiago Córdoba, Abc, 30 de octubre de 1955).
   
    El primer repertorio léxico que registró la palabra fue el Diccionario de argot español y lenguaje popular (1980) de Víctor León: «michelines: m. pl. Rollos de grasa en la cintura». De él la tomó el Diccionario manual de la Academia en 1983-85; y ya el diccionario común de 1992, más adecuadamente, acogió en sus columnas el singular, michelín, con la definición que queda arriba citada.

4-6-2014

UNA PERFECTA FELICIDAD, Gustavo Zappa

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GUSTAVO ZAPPA, Una perfecta felicidad, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 1998, 56 páginas.

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LAS TÍAS

   Invariablemente hacia fin de año, desde su viudez, tía Celia venía a pasar unos días con su hermana. Nati vivía sola en un departamento ubicado en el centro de la ciudad, había tenido un matrimonio desafortunado y sin hijos. Celia, en cambio, lo tenía a Osvaldo, el hijo juez, pero también vivía sola con la compañía en sordina de una mucama quejosa.
   En Buenos Aires las tías se las arreglaban para visitar a un puñado de sobrinos y pasar las fiestas en la casa de Beba, la hija de Delia. Cuando ellas venían, mi padre adoptaba una expresión casi infantil y volvía a ser el sobrino predilecto. “Mi sobrino es un santo varón”, repetía Nati ya un poco ebria por el vermú. Todos los veranos era lo mismo. Las tías se quedaban unas horas, mamá preparaba una picada, nos reíamos, se hablaba de otros tiempos, Celia nos invitaba a pasar unos días en Mendoza y después mis tías se iban muy satisfechas a pasar unos días a la casa de mi prima Beba.
   A medida que mi padre se acercó a la edad que tenían las tías cuando venían de visita, las noticias de ellas fueron más esporádicas. Nos enterábamos por Beba, que entonces viajaba a Mendoza por lo menos una vez al año. Nati se mudó, así estaban las dos juntas, y Celia escribía una tarjeta para cada navidad.
   Finalmente Beba dejó de viajar, Nati murió y, después de un tiempo, Celia se internó en un geriátrico. Entonces su letra temblorosa comenzó a hacerse presente más a menudo. Hace poco escribió una tarjeta navideña para mi padre diciendo: “Pensá que la única tía que te queda por parte de tu padre está feliz y te recuerda siempre con mucho cariño. Tía Celia”.

TENÍA MIL VIDAS Y ELEGÍ UNA SOLA, Cees Nooteboom & Rüdiger Safranski

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CEES NOOTEBOOM & RÜDIGER SAFRANSKI, Tenía mil vidas y elegí una sola, Siruela, Madrid, 2012, 144 páginas.
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El filósofo Safranski bucea en la obra de Nooteboom, de quien dice: «Quien utiliza las ficciones como lo hace Nooteboom habita en lugares reales e imaginarios, es contemporáneo del presente y del pasado y percibe el futuro que comienza en cada instante».
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SANTIAGO

   Ritos de reflexión. Noto que digo para mis adentros estas ridículas palabras anticuadas. A veces las palabras existen antes que la idea, o en todo caso eso es lo que parece. Y, naturalmente, todo se confabula para convocar esa idea, el lugar en donde estoy, el paisaje en la profundidad debajo de mí, el monasterio cisterciense abandonado que ahora contemplo, el frío glacial del viento de febrero que rasga mi ropa, el herraje secular en la puerta por donde entraré. Cataluña, monasterio de Santes Creus, por enésima vez me he dejado desviar del camino planeado por un nombre, una palabra. ¿No había pensado ir al monasterio de Veruela, donde una vez, hace unos diez años, empecé todo este vagabundeo? Yo quería ir a Santiago, pero los caminos se escindían como cuerda, los años se amontonaban, cada vez me apartaba más de mi meta, cada vez me enredaba más en una España que cambiaba y en un paisaje que no cambiaba.
   Reflexión ¿podría ser también que cada vez te estás adentrando más, que —aunque los caminos vayan hacia el sur o el oeste— tienes la sensación de que vas penetrando más en el alma de un país, y que en este país hay algo que no pudiste encontrar jamás en ningún otro, con todo lo que has viajado? Cuarenta años dura esta historia, es la línea más constante de mi vida junto con la escritura. Y es físico, un año sin el vacío de este país, sin los colores de la tierra y las rocas, es un año perdido.
   Hace diez años quise ir a Santiago y estuve allí, naturalmente, no una vez sólo, sino muchas, y al mismo tiempo nunca he estado allí porque no escribí sobre ello. Siempre había algo diferente que debía pensar o escribir, un escritor o un pintor, un paisaje, un camino, un monasterio y, sin embargo, parecía como si todos esos paisajes, todas esas historias de moros y de reyes y de peregrinos, o todos los recuerdos propios y los recuerdos escritos de otros, siguieran señalando hacia un mismo lugar, hacia la región en donde se unen España y el occidente oceánico, y donde yace la ciudad que, en todo su aislamiento gallego, es la auténtica capital de España.
   Quiero hacer otra vez ese viaje, y también sé que ahora tampoco mantendré la línea recta, que la palabra camino en mi caso nunca podrá significar otra cosa más que desvío, el laberinto eterno hecho por el propio viajero que siempre se deja tentar por un camino lateral, y por el camino lateral de ese camino lateral, por el misterio del nombre desconocido en el cartel indicador de la carretera, por la silueta del castillo en la lejanía hacia el que apenas se dirige un camino, por lo que tal vez podrá ver detrás de la próxima colina o cumbre de montaña.
   Quizá sea lo que más se parezca a una historia de amor, con todo lo inexplicable e indescifrable que forma parte de ellas. Y esta amada nunca te abandona, tal es la diferencia. ¿Qué hago cuando estoy aquí? Busco las mismas sensaciones de hace treinta, de hace diez años, y sé que las encontraré. Lo que ha cambiado lo ves la mayoría de las veces en las ciudades: éstas se hallan más pobladas, son más modernas, el campo se ha quedado más vacío. Naturalmente, allí también ves los signos de la nueva época, pero fuera de los pueblos están las llanuras, las mesetas, los valles sin cambios. Ahora estoy todavía en Cataluña, esta noche en Aragón, y conforme vaya separándome de la costa el paisaje irá extendiéndose más amplio y abierto, será más seco, cada vez más intolerable consigo mismo, hasta que el viajero se convierta en un solitario nadador en un océano de tierra que se extiende hasta el horizonte, y esa tierra tendrá los colores de huesos, de arena, de conchas pulverizadas, de hierro oxidado, de madera carcomida, pero incluso sobre los colores más oscuros colgará un brillo luminoso que se vela en la lejanía, como si debiera protegerse contra tanta amplitud y luz. Y en lontananza hay iglesias y monasterios que se corresponden con la invisible infinitud, que quieren contar algo de un pasado impensable que los aires fríos y cálidos de un clima extremo han conservado para aquel que lo busque. Una vez, cuando yo aún no era consciente de esas cosas, debieron de penetrar estos paisajes en mí, una respuesta a una exigencia de eternidad que fuera del océano o del auténtico desierto ya no se encuentra en ningún lugar. Sé que la terminología ya no es de este tiempo, pero no me importa, en este punto me gustaría que se me entendiera al revés. Porque ¿a quién tendrías que hablar de consumación o iluminación?

EL LIBRO DEL SEÑOR DE WU, Rodolfo Modern

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RODOLFO MODERN, El Libro del señor de Wu, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1980, 278 páginas.

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DEL EJERCICIO DEL PODER

   Cuando F’ang, el conductor, se sentía fatigado tras una dura jornada de labor, descansaba tres años. Y con él todo el reino.

LA MUJER DE YESO, Alejandra Basualto

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ALEJANDRA BASALTO, La mujer de yeso, Ediciones Documentas, Santiago de Chile, 1988, 80 páginas.

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ROSAS

Soñabas con rosas envueltas en papel de seda para tus aniversarios de boda,  pero él jamás te las dio. Ahora te las lleva todos los domingos al panteón.

RUBAIYAT, Antonio Pessoa

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ANTONIO PESSOA, Rubaiyat, El Gallo de Oro, Bilbao, 2015, 178 páginas.

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Canciones para beber. Así se subtitula esta edición bilingüe traducida Beñat Arginzoniz, quien, en la Presentación (pp. 5-12) permite al lector calibrar la singularidad de los Rubaiyat de Fernando Pessoa, conocedor de los cuartetos de Omar Khayyam en la versión de su máximo divulgador, Edward Fitzgerald.
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¡Ver claro! Cuántos, que fatales erramos
en calles, en caminos, bajo ramos,
tenemos la certeza, y siempre y en todo
soñamos y soñamos y soñamos.

EL ESPECTADOR INMORTAL, Guillermo del Zotto

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GUILLERMO DEL ZOTTO, El espectador inmortal, La Rata, Olavarría, 2000.

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Estos microrrelatos se presentan acompañados por las ilustraciones de Daniel Fitte.
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EL SUEÑO DEL SEPULTURERO

   "Si estás del otro lado de esta posibilidad, enfríame. Rodéame de sombras. Todo aquí reposa en forma fétida. 
   ...Falseamos rápidamente, imitando un vuelo negro, la apariencia de nuestros estados. Todo lo inerte en mí encuentra un lugar donde conservarse, hasta que el orgasmo disminuye las dudas. Sumergiéndome en tu sexo percibo la tibieza de lo intransferible. 
   En un beso morado rozamos el instante donde lo rígido se conmueve y lo animado inmuta".
   Termina el sueño.
   El joven sepulturero renueva el agua, oscuro espejo de la luna, donde cada noche el mármol grabado refleja el nombre de su amante. El sueño se repite, hasta que la muerte nos separe.

CIUDAD VIOLETA, Juan Gaitán

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JUAN GAITÁN, Ciudad violetaAdeshoras, Madrid, 2016, 108 páginas.
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Cuarenta y cuatro microrrelatos distribuidos en tres partes; en cada una de ellas (Ciudad violeta, Teogonía y Genealogía fantástica) se incluye una ilustración de Juan Carlos Hidalgo para hacer compañía —sin desafinar del violeta— a alguno de los cuentos.

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CENTAUROS

   En los alrededores de la ciudad vive una manada de centauros. Es fácil verlos al atardecer, cuando el calor se calma, paseando melancólicos por los bulevares. 
   Los centauros tienen fuertes tendencias suicidas. El reputado psiquiatra Almus Sletsinger estudió su comportamiento durante años, llegando a publicar un opúsculo, hoy en día inencontrable, en el que desmenuzaba el alma de estos seres taciturnos. 
   En aquella obra, el viejo psiquiatra establecía con científica eficiencia las razones que llevaban a un centauro al suicidio. Para el sabio doctor, algunos lo hacían por amor, la mayoría. Otros, el segundo grupo en importancia, por sentirse incomprendidos en un mundo de bípedos. Y, finalmente, el tercer grupo, el menos numeroso y sin duda el de mayor misterio, se quitaba la vida el día de su trigésimo tercer aniversario. 
   El eminente psiquiatra no llegó nunca a saber por qué al cumplir los treinta y tres años muchos centauros deciden abrirse las venas y dejar correr la sangre. Solo pudo constatar que quienes no lo hacían y superaban esa edad para ellos maldita, se apartaban de la manada y dedicaban el resto de sus días a criar unos pequeños pajarillos de delicadas plumas color violeta cuyo canto, aunque esto forma ya parte de la leyenda, tiene la facultad de detener el tiempo.

DE LA FINITUD, Günter Grass

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GÜNTER GRASS, De la finitud, Alfaguara, Madrid, 2016, 184 páginas.

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Alternan en esta última entrega del Nobel la poesía, el dibujo y las prosas cortas.
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ABUNDANCIA

   ¿Hasta qué punto hay que volverse simple para reconocer ahora en su diversidad todo lo que el otoño desecha, después de la fruta el follaje? Hojas amontonadas. Una hoja aislada. Al secarse, adopta un aspecto extático, se esparranca, enrolla los márgenes, se inmoviliza en su éxtasis. Cada grieta quebradiza y cada panícula dibujadas. Cantos afilados que arrojan sombras blandas. El verde olvidadizo se ruboriza, se acomoda a manzanas que se pudren, a peras, a ciruelas comidas por gusanos. Y cada vez se desprenden más hojas, aunque no sople nada de viento.
   Caen dando tumbos, no saben adonde, vacilan, encuentran a sus iguales o son infieles, hasta que el árbol y el arbusto esperan desnudos la primera helada. Solo naturaleza muerta aún. Yo me inclino, aprendo a leer. Ninguna hoja sin inscripción. En un abanico de hojas de castaño, Eichendorff dejó un poema que, de colegial, yo sabía recitar. Y las hojas en forma de corazón están marcadas por las huellas de Trakl que, letra a letra, llevan a los jardines más serios donde él, el extranjero, ve a San Sebastián en sueños.
   Los secretos se negocian baratos ahora. Ya no hay preguntas penosas. Cuando el arce se desnudaba, se oía un tartamudeo amoroso. Las metáforas se venden rebajadas, comienzos de novela, líneas finales, un manifiesto proclama: «¡Inútil!, ¡inútil!». Plegarias infantilmente balbuceadas. Lo definitivo resumido. Lo que se interrumpe en mitad de la frase. Cartas que quedan inacabadas. Maldiciones y cantos de odio. Rimas largo tiempo buscadas estampadas en hojas de haya. También un argumento que se precipita: con los desechos del álamo se desarrolla una novela policíaca cuyo final está por ver. Y por encima de todas las cosas flota el mal aliento del otoño.

ANOTACIONES, Rafael Cadenas

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RAFAEL CADENAS, Anotaciones, Fundarte, Caracas, 1983, 116 páginas.

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Un hombre en un apartamento de esta ciudad o de cualquier otra, lucha con las palabras. Es uno entre millares; no conozco la proporción. Tal vez en otros apartamentos habrá otros, pero no debe existir cuenta más fácil: la sociedad moderna condenó hace tiempo al hombre de letras, al hombre de la  pasión por las palabras, a un destierro creciente, pero al mismo tiempo ha perdido la voz. No puede expresarse. Carece de lenguaje. Cuenta con clichés, estereotipos, ruido.
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La historia misma nos lleva, o nos trae, a la escritura fragmentaria. ¿No sentimos que los libros precisamente de quien tanto ha reflexionado sobre aquélla, los de Nietzsche, son como cuadernos de notas?
La fragmentación del mundo tal vez conduce al fragmento, o a todo lo contrario, a la obra ordenadora. En este momento me inclino hacia esa forma de expresión, la que brota sin pretensiones al hilo de los días.
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La sociedad moderna hace de la lengua, que es instrumento de expresión de todo el ser, un artefacto funcional para el intercambio mínimo imprescindible, el que permite la marcha del engranaje. El milagro del lenguaje se reduce a repertorio de sonidos básicos. Tal vez estemos ya en medio del newspeak.
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La raíz del desdén hacia la literatura es el desdén hacia la lengua. Quien vuelva la mirada hacia el instrumento que le sirve para expresarse, la volverá también hacia el arte de usarla o servirla.
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Los lectores de poesía buscan, en el fondo, revelaciones.
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El mundo está en un borde. Se necesitan palabras que golpeen, no necesariamente con estridencia. Pueden ser calladas; dejan una herida más profunda.

EL DEBUT Y OTROS CUENTOS, Santiago Varela

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SANTIAGO VARELA, El debut y otros cuentos, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1994, 240 páginas.

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DON VICENTE EL ZAPATERO

   Don Vicente, el zapatero de mi barrio, era todo un filósofo. Escucharlo hablar sentado en su pequeño taburete, rodeado de cueros, pegamentos y tinturas era un placer. Dominaba perfectamente a los antiguos, sentía profundamente la duda cartesiana, admiraba la vitalidad de Voltaire, desentrañaba los oscuros vericuetos de Hegel, palpitaba con la fuerza de Unamuno, se angustiaba con Sartre, comulgaba con Levi Strauss, leía atentamente a Lacán, pero, eso sí, no hacía una media suela bien ni por puta.

365 ZEN UNA ILUMINACIÓN PARA CADA DÍA, Francis Amalfi

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FRANCIS AMALFI, 365 zen. Una iluminación para cada día, Océano Ámbar, Barcelona, 2005, 380 páginas.

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En 365 Zensaciones para la vida diaria, Francis Amalfi presenta El pequeño libro del «aquí y ahora», «como un manantial de iluminaciones diarias para vivir con plenitud, atención y serenidad».
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«Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha: esto se conoce en la vida zendo como la puesta en práctica de la "virtud secreta". Es también el espíritu de servicio. La virtud secreta reside en el acto que se realiza en sí mismo, sin buscar ningún tipo de compensación, ni en el cielo ni en la tierra».

D. T. Suzuki

CÓMO TRATAR Y MALTRATAR A LOS POETAS, José Luis García Martín

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN, Cómo tratar y maltratar a los poetas, Llibros del Pexe, Gijón, 1996, 260 páginas.

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En La crítica indicativa (pp. 7-11) José Luis García Martín diferencia entre la crítica militante, la crítica de urgencia y la que ciertos críticos como él ejercen: «La crítica indicativa a veces da razones y ofrece unas primeras vías de análisis de las nuevas obras literarias; otras veces se limita a recomendar, a subrayar. También a denigrar títulos muy publicitados y de escaso interés.»
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LA BIBLIA DEL HAIKU

   ¿Cómo puede definirse el haiku? André Bellesort lo ha hecho de manera más sugestiva que precisa: “Exactitud disfrazada de ensueño; poesía de res­plandores y de escalofríos; pequeñas chispas que comunican a los sueños vi­braciones infinitas; preciosos abanicos que, en el mismo instante en que se los despliega y se los cierra, hacen pasar ante nuestros ojos el milagro de un gran paisaje”.
   Para R. H. Blyth es una especie de iluminación por la que penetramos en la vida de las cosas; mediante el haiku “captamos el significado inexpresable de objetos o acontecimientos cotidianos que hasta entonces nos habían pa­sado por completo desapercibidos”.
   El haiku, que para los japoneses tiene un sentido místico y es algo más que un mínimo poema de diecisiete sílabas, se ha convertido entre los poetas occidentales en el soneto de los haraganes: no hay poeta actual que, engaña­do por su facilidad aparente, no haya perpetrado alguno.
   Fernando Rodríguez-Izquierdo, en un libro que es varios libros a la vez, ha querido aproximar al lector español, con rigor erudito, a una de las más se­ductoras y engañosas formas de la poesía universal. El haiku Japonés se editó inicialmente en 1972; inencontrable desde hace bastantes años, se reedita ahora sin otros retoques que la actualización de la bibliografía.
   Rodríguez-Izquierdo analiza el haiku desde las más diversas perspecti­vas; se detiene a contarnos la vida y la obra de sus más destacados cultiva­dores; se ocupa ampliamente de los problemas teóricos de la traducción; resume la fortuna del haiku en las literaturas francesa, inglesa y española; antologa —con especial hincapié en Bashoo— los mejores haikus, o los más característicos, de la ingente producción japonesa.
   El haiku cuenta con muchos devotos, pero también con algún escéptico. En diecisiete sílabas poca poesía cabe, nos dicen; el mínimo texto es sólo un pretexto para la imaginación del lector. La mayoría de los entendidos —y el profesor Takeo Kuwabara lo confirmó experimentalmente— no sabrían dis­tinguir un haiku de un gran maestro de otro compuesto por un aficionado, si se los presenta sin firma. Es posible. Pero si son verdaderamente expertos, sin duda sabrán distinguir un verdadero haiku de una trivialidad o de una inge­niosa ocurrencia, no importa quién sea su autor.
   La mitificación del haiku puede llevar a más de un estudioso a comulgar con ruedas de molino. Para Rodríguez-Izquierdo, “el haiku más crucial e im­portante que se haya escrito jamás” dice así: “Un viejo estanque; ) al zambu­llirse una rana, ¡ruido de agua”. Es posible que algún lector, tras conocer esta presunta obra maestra, no se sienta demasiado tentado a seguir perdiendo el tiempo con japonerías. Pero los mejores haikus tienen esa misma sencillez de trazo, sin alardes de ingenio ni rebuscadas metáforas: “Sobre la rama seca / un cuervo se ha posado; /tarde de otoño”.
   Ante un haiku sólo son posibles dos actitudes: el desdén o el deslumbra­miento; no hay término medio. Tampoco para el autor caben aproximacio­nes, medias tintas: se acierta o no se acierta; la habilidad retórica, el dominio del lenguaje, que en otros géneros evita el estrepitoso fracaso, aquí no sirve de nada.
   Los poetas de lengua española han rondado el haiku, con desigual fortu­na, desde el modernismo. Bien conocidos son los coloristas intentos de Juan José Tablada: “Tierno saúz, / casi oro, casi ámbar, / casi luz . No menos fa­mosas resultan las tentativas de Octavio Paz (por otra parte, sin saber japo­nés, el mejor traductor de poesía japonesa al castellano): “La hora es transparente: / vemos, si es invisible el pájaro, / el color de su canto”. Pero el haiku en español que yo prefiero es de un poeta desconocido, Rafael Lozano, quien lo publicó, a sus veintidós años, en un olvidado volumen de 1921: “El barco / deja sólo una estela. / Nosotros, ¿qué dejamos?’

«ME NOTO MUY CAMBIÁ», José Luis Cuerda

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JOSÉ LUIS CUERDA, «Me noto muy cambiá», Pepitas de calabaza, Logroño, 2016, 160 páginas.

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En El pensar ocioso (pp. 7-8), Cuerda dice de sus «tuites»: «son muchas veces salidas de tono, ocurrencias, [...] alimento o aperitivo, alpha u omega o, cualquiera sabe, el camino de en medio, que, quiero pensar, siempre lleva a alguna parte.»
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Las comas son mucho más tratables que los puntos.
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La evolución continúa y hasta se acelera: ya no se respira con los pulmones. Se respira por la herida.
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Las vidas de cada uno tienen su comienzo; pero no tienen fin. Continúan tras la muerte en recuerdos, odios y afectos y un generoso olvido.
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Las ideas son necesarias, las palabras imprescindibles, los silencios elocuentes. Y las miradas colman.
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La vejez empieza cuando uno va paseando y, sin darse cuenta, se queda detrás de uno mismo.
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Somos marionetas aturdidas movidas por marionetas muy activas que venden sus servicios a unas decenas de Mal Nacidos.
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No recuerdo si me he olvidado de todo lo que quería olvidarme. 


LA CIUDAD DEL CANGREJO Y OTROS CUADROS ARGENTINOS, Carlos Santos Sáez

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CARLOS SANTOS SÁEZ, La ciudad del cangrejo y otros cuadros argentinos, Ediciones Lea, Buenos Aires, 2005, 224 páginas.

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PICHONES

   El pelado se trepaba a los árboles que rodeaban la estación, para robar pichones de los nidos. Eran horribles esos trozos de carne casi emplumada, con la boca exagerada y los ojos pegados.
   Las manos del pelado parecían las garras de un gigante sobre las alitas desplegadas de esos pequeños cristus.
   Arrancaba de un solo tirón para que apenas sangraran y dejaba los cuerpitos calientes sobre la tierra. Chillaban gelatinosos los pajaritos, y saltaban con pasos cortos sin rumbo aparente. Los gatos nos rodeaban hambrientos, y luego de gozar de la danza de esas aves sin vuelo, las despedazaban y las comían sin dejar rastros.
   El espectáculo que ofrecían los pichones, los gatos y el pelado, era más atractivo que el picado de fútbol en el potrero, o el televisor del almacenero (el único del barrio)
   Los gorriones viejos presenciaban el acto sin preocupación. Sabían (por gorriones y por viejos) que el pelado crecería para abandonar su perversión infantil, o que el objeto de su crueldad se desviaría, con el correr de la vida, hacia otros horizontes más trascendentes. Sabían los viejos gorriones que los gatos, de todos modos, llegarían a los nidos para tragar a alguno de los pichones. Sabían que, sin embargo, en el mundo hay muchos más gorriones que gatos, y que los gatos nunca podrán volar.
   Sabían muchas cosas esos pájaros. Nosotros no sabíamos nada. 

EL PLATO PREFERIDO DE LOS GUSANOS, Pere Saborit

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PERE SABORIT, El plato preferido de los gusanos, Trea, Gijón, 2016, 94 páginas.

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Trea pone a disposición del lector las peripecias y reflexiones de X. en traducción de José Luis Trullo. La primer edición, El plat preferit dels cucs (Edicions 62, 1987), mereció el premio Documenta de Literatura catalana.
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Según X., el hecho de que todo el mundo posea un rostro diferente es una prueba irrefutable de que Dios –en caso de existir– aún no ha superado el estadio de producción artesanal.
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Muy de vez en cuando, X. tenía una gran idea en la punta de la lengua; sin embargo, lo más habitual era que tuviese toda la boca ocupada por tópicos y frases hechas.
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A veces, X. se sentía como si viviera sólo de la inercia del parto.
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X. sólo recordaba haber sido plenamente feliz en determinados momentos de su vida, durante los cuales, a posteriori, se había enterado de que había estado viviendo engañado.
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Después de leer un libro de historia universal, X. se quedó sorprendido de que la palabra «hombre» aún no fuese un insulto.
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Los ideales de X. recibieron un golpe mortal el día en que se percató de que es mucho más fácil volverse insensible que transfromar el mundo.
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La naturaleza es muy sabia —pensaba X.—; ¡lástima que le quedase la justicia para septiembre!
 
 



WONDERWOMEN, María Ángeles Cabré

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MARÍA ÁNGELES CABRÉ, Wonderwomen, Sd-Edicions, Barcelona, 2016, 214 páginas.


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Sd-Edicions acierta al recopilar en este libro estos retratos emitidos en el programa de Radio 4 Wonderland.
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MARÍA MOLINER. PALABRA SOBRE PALABRA [1900-1981]

   Como Pompeu Fabra fue el mago de la lengua cata­lana, María Moliner lo fue de la lengua española. Pero ella fue una mujer y para más inri republicana, de modo que no acabó siendo nombrada catedrática ni tampoco saboreando las mieles del triunfo. Una humilde bibliotecaria llamada María Juana Moliner Ruiz que un buen día se puso a hacer fichas en su mesa camilla, eso fue María Moliner, la autora del diccionario que Francisco Umbral calificó de genialmente “intuitivo”.
   Esta zaragozana nacida con el siglo (le gustaba decir que nació en el año 0) sufrió pues doblemente: como mujer y como republicana. Como mujer por querer llevar adelante su afición lexicógrafa allí donde sólo a los hombres les estaba permitido “le­xicografiar”, y como republicana porque perdió la guerra y le tocó estarse calladita yen un rincón, como tantos otros y tantas otras. Hija de un médico rural, desde su tierra aragonesa la familia se trasladó a Soria y después a Madrid. María tuvo la inmensa suerte de estudiar en la Institución Libre de Enseñanza (ese pozo de sensibilidad pedagógica, inspirado en la filosofía krausista, a la que a día de hoy haríamos bien en volver en beneficio tanto de nuestros jóvenes como del conjunto de la sociedad). Allí se dice que fue ni más ni menos que Américo Castro quien despertó su interés por la lengua. Tras cursar historia en la universidad y licenciarse con pre­mio extraordinario, María ingresó en el Cuerpo Facultativo de Ar­chiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, incorporándose al Archivo de Simancas, sito en Valladolid.
   Su camino hasta el mencionado archivo no fue fácil, pues durante un viaje a su padre le había dado por quedarse a vivir en Argentina, dejando atrás a su mujer y a sus tres hijos, por lo que María, al ser la mayor, tuvo que madurar a marchas forzadas, con­sagrando sus horas a dar clases particulares para poder llevar a casa algún dinero. De Valladolid se trasladó a Murcia y allí cono­ció a Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física nacido en Mont-Roig, Tarragona (localidad por cierto estrechamente vinculada a Joan Miró), con quien se casó. María bromeaba y decía que el nombre y los apellidos de Fernando le invitaban a pensar que se había casado con tres hombres a la vez. Y lo cierto es que ese hombre “tres en uno” no carecía de virtudes, ya que entre otras cosas consiguió que el mismísimo Einstein fuera a ex­plicar su teoría de la relatividad a Madrid.
   María Moliner fundó junto a su marido y a otros matrimonios afines la Escuela Cossío, que seguía el modelo de la Institución Libre de Enseñanza. También dirigió las Bibliotecas Circulantes de las Misiones Pedagógicas organizadas por la República, que lleva­ban la cultura allí donde más se necesitaba, y era tan eficiente que la invitaron a dirigir la biblioteca de la Universidad de Valencia. In­cluso llegó a escribir un pequeño librito titulado Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas, que dada su innata humildad se olvidó de firmar. Pero como no podía ser de otro modo, la mal­dita Guerra Civil lo estropeó todo y tanto ella como su marido fueron expedientados por el bando ganador: él perdió la cátedra y ella fue degradada profesionalmente, lo que supuso para la fa­milia no pocos disgustos. Fueron desterrados a Murcia y sólo años después Fernando fue readmitido y ella consiguió entrar como bibliotecaria en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, donde la llamaban la Roja, apodo que en su fuero interno llevaba con orgullo.
   La pareja tuvo cuatro hijos y solían pasar las vacaciones en Cataluña, precisamente en Mont-Roig. Cuando los hijos acabaron los estudios, a María le dio por llenar el tiempo confeccionando un diccionario de uso del español, que echaba en falta, tratando de encerrar en él el idioma de la calle, la lengua viva, y no la len­gua muerta que albergaba entonces el Diccionario de la RealAca­demia Española. Quería hacer un diccionario único en el mundo y lo logró, aunque en lugar de los dos años previstos al final le de­dicara quince. La editorial Gredos lo publicó en 1966 bajo el tí­tulo de Diccionario de uso del español (aunque todos lo conocemos como “el María Moliner”); tenía más de 1500 páginas y pesaba tres kilos, como un bebé.
   María Moliner llegó a ser la directora de la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid y se jubiló en 1970. En 1972 dos académicos se atrevieron a proponer su candidatura a la Real Academia Española, en concreto para ocu­par el sillón B, pues méritos no le faltaban a esta lexicógrafa aficio­nada, pero los demás se opusieron y no entró. Hubiera merecido ser ella la primera mujer en entrar en tan insigne institución, pero el inveterado machismo de la RAE impidió que fuera aceptada, aun­que cómo olvidar también que su formación filológica fue amateur y que eso era algo que una institución como la RAE no estaba dis­puesta a aceptar. Unos años después, los académicos le prestaron un asiento a la escritora Carmen Conde.
   El tiempo ha demostrado, sin embargo, que el trabajo in­gente y tenaz de Moliner fue soberbio, y que valió la pena aquella dedicación abnegada de tres lustros. Pasó los últimos años en su casa de la madrileña calle de Santa Engracia, ya viuda y rodeada del cariño de los suyos. Recientemente la actriz Vicky Peña la in­terpretó en el teatro, como siempre magistralmente. Casi dos veces más largo que el de la RAE, García Márquez consideraba su diccionario también dos veces mejor. Y es por ello que quiso conocerla, cosa que sus hijos impidieron, pues por esas fechas la ya anciana María padecía alzhéimer. El destino haría que García Márquez lo sufriera también. Los dos amaron hasta la locura las palabras y para desgracia de ambos estas fueron desdibujándose hasta perder todas y cada una de sus letras.