UN POCO TRISTE PERO MÁS FELIZ QUE LOS DEMÁS, Rafael Chaparro Madiedo

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RAFAEL CHAPARRO MADIEDO, Un poco triste pero más feliz que los demás, Tropo, Zaragoza, 2013,

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En El sol ya no es el sol (pp. 4-9) Alejandro González Ochoa confiesa su devoción por Chaparro Madiedo, compartida por Mario de los Santos. Tropo edita estos veinte relatos periodísticos aparecidos en Consigna y La Prensa que se acompañan de las bellísimas ilustraciones del también colombiano Tobías.
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OCHO
   Nueve de diciembre. Martes nublado. Pitos de carros y bu­ses. Como siempre alisté mis libros y me fui para el colegio. Todo seguía su curso normal: iba ajado en matemáticas y el profesor al que le pinchamos el carro en el parqueadero del colegio sospechaba de mí. Un agudo tambor de lata me marti­llaba la cabeza. La razón: cuando uno quería entrar al mundo de la cultura, en el colegio donde estudié, se hacía un elegante coctel con aguardiente y vallenatos. Mientras iba muriéndome del guayabo, pero también de tedio, pensaba qué le iba a decir a esa china que no me dejaba ni dormir ni estudiar. Ocho de la mañana. La gente recién bañada. Los libros abiertos sobre los pupitres. Cartera. Llegó el profesor de Comportamiento y Sa­lud, la abreviatura era “C y S” y tenía una extraña pero cierta semejanza con el deporte. A esta clase le decíamos la clase del “ciclismo”. Las dos primeras horas pasaron como una inyección dolorosa. Llegó el recreo. Hára de salir a echarse un pucho en el baño. Hora de hacer la tarea de francés. Hora de un brownie y de una coca-cola. Hora de mirar al cielo porque la china ésta se había enfermado y las palabras cursis que le pensaba decir quedaron atravesadas en la mitad de la garganta.
   De pronto sentí como si tuviera un bombillo por allá dentro. Pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer. No me dieron ga­nas de ir a jugar una veintiuna con los del C y tampoco terminé mi tarea sobre Rabelais. Nos tocaba la clase de gimnasia. En el calentamiento el profesor colocó en el equipo de sonido una música para desanquilosar el espíritu: de los parlantes salía la melodía de Let it Be, Help, Get Back, Dear Prudence y Julia. Ahí sí sentí que todo el sistema se me caía.
   No lograba explicarme qué me pasaba, pues siempre que es­cuchaba a los Beatles su música me elevaba, era un puente a la alegría. Pero ese día sus canciones sonaban como un tren triste en medio de una tormenta de nieve. El profesor de gimna­sia viendo que además de la cultura necesitábamos un poco de ejercicio, nos sacó al campo de fútbol a trotar: 20 vueltas.
   Mientras trotaba iba tarareando a los muchachos del puerto de Liverpool. La lluvia empezó a arreciar y el profesor nos dio la orden de seguir trotando.
   El día terminó. Cuando llegué a mi casa, a eso de las cuatro, cogí el periódico para leerlo. Casi se me caen los ojos: en la pri­mera página había un titular que decía:
   “Asesinado el ex beatle John Lennon”. Todo era lógico. Unas noches antes había soñado con unas gafas redondas que se rom­pían sobre la nieve.


SOUVENIRES, Marcos Rodríguez Leija

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MARCOS RODRÍGUEZ LEIJA, Souvenires (curiosidades literarias), ITCA, Tamaulipas, 2011, 48 páginas.

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SOBRE CIUDADES FUTURAS

   En la calle, de reojo, se miran con miedo unos a otros. Hace mucho tiempo que llevan columpiándose en la cara a la desdicha. Hace tanto de eso que no recuerdan cuándo dejaron de bailar, en qué esquina la alegría tomó un microbús sin destino ni viaje de regreso. 
   Se dispersan con el pavor retumbándoles el pecho, como si el final del mundo estuviera cerca. Viaja en el aire el eco de una risa infantil. Nadie sabe de dónde proviene ni a qué o a quién le pertenece aquel sonido. A la felicidad, ya nadie la recuerda.

DÍAS BAJO EL CIELO, José Ignacio Foronda

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JOSÉ IGNACIO FORONDA, Días bajo el cielo, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2011, 200 páginas.

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Al envejecer transformamos en patria el paraíso.
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Ser leve y dejar huella, igual que los gorriones en la nieve.
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Las nubes pasan como las horas, aunque las horas no pasan como las nubes.
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Hay tanta solemnidad en este atardecer que parece que estoy asistiendo al funeral de un emperador.
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Pasear se ha convertido en la única forma de estar conforme con mi destino. De estar conforme… conformándolo.
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Miro el atardecer aquí sentado. Cada día me acerco a él. Aquí sentado.
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Nube: velero de vapor.
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Este sol de junio hace madurar la tarde. Pero no nos quedaremos a recoger su fruto, salvo que el fruto sea saber que el sol de junio hace madurar la tarde.
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Tras el fuego del día llega la luna con su alivio pálido. Oigo el concierto de los grillos, pero no es suficiente: me gustaría ser capaz de saber qué sueñan las hormigas.
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Noviembre. El campo, cansado. El cielo, vacío. Y yo, entre uno y otro, sin rumbo.

Y USTED, ¿DE QUÉ SE RÍE?, Clara Obligado

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CLARA OBLIGADO, Y Usted, ¿de qué se ríe?, Delirios del Taller, Madrid, 2013, 122 páginas.

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Señala Ana María Shua en el prólogo a esta Antología de microrrelatos de humor editada por Clara Obligado (pp. 13-14): "el humor sirve para abrir una puerta donde había solamente un muro".
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DEVOCIÓN

  
    —Qué vergüenza, padre, pero yo no tenía este carcome antes de que usted llegara, cuando el cura del pueblo era el padre Florencio. Era tan viejito...Vino usted y todo cambió.
    El cura se revuelve en la silla del confesionario.
    —¿Por qué cambió, hija mía?
    —Por su voz, padre, por su voz tan espesa, tan grave, por sus manos, por sus brazos, que parecen abarcar todo ese orden divino del que habla usted.
    —No te entiendo, Rosita.
    —Cuando le veo en el púlpito, y a Cristo nuestro Señor detrás de usted clavado en la cruz, tan fibroso, con los ojos extasiados... entonces todo se confunde en mi cabeza.
    —Me confundes a mí, Rosita, me confundes. Continúa.
    —Después de misa mis padres se van a visitar parientes, y yo me encierro en la soledad de mi cuarto.
    Con las manos entre los muslos, ella guarda silencio.
    —¿Y?
    —Rezo al crucifijo sobre mi cama, pero ya no veo a Cristo, le veo a usted crucificado, y quiero quitarle la corona de espinas, desclavarlo de su cruz, arrancarle el taparrabos... Algo irrefrenable me obliga lamer el Cristo, como una posesa, cada gotita de sangre de su frente, la llaga en el costado, las heridas...y entonces es cuando mis manos se vuelven malas, padre.
    —Si tu mano derecha te ofende, córtatela —sentencia el cura.
    —No sea cruel.
    —Solo era una metáfora; si la mano derecha se rebela, sujétala con la izquierda y reza, hasta que el impulso se apacigüe.
    —Es que la izquierda es peor, padre.
    —¿Peor?
    —Mucho peor. La derecha se mete en mis enaguas sin que yo lo quiera, sobre ese capullito rosado que me tiene esclavizada. Pero la izquierda mete su dedo corazón, el corazón, padre, el corazón, en mi boca, y me obliga a ensalivarlo.
    Acercando la oreja a la cortina, el cura oye una especie de sorbido.
    —Sigue, alma mía, desahógate.
    —¡-Ay! —exclama Rosita—, el dedo es tan vil...
    —¡Por los clavos de...! —jadea el cura, incapaz ya de contener ese Gólgota bajo la sotana.
    —¡Cristo, Cristo doloroso! —gime Rosita.
    Con un estertor, el cura afloja la presa y su mano está a un tris de correr la cortina. Al otro lado se oye un escandaloso traqueteo del taburete, y luego un suspiro.
    —Rosita...
    —Padre, soy su esclava.
    —Rosita, por favor.
    —¿Sí, padre?
    —Vete a casa, descuelga el crucifijo... y reza tus oraciones a la Virgen.


Jesús Manuel Gómez Izquierdo

LAS DOS CIUDADES, Edmundo Paz Soldán

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EDMUNDO PAZ SOLDÁN, Las dos ciudades, Metalúcida, Buenos Aires, 2014.

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KATHIA

   Ella me dijo: “no te puedes perder, es la casa blanca en el condominio La Esperanza; tiene dos pisos, ventanas amplias y la verja es de color café”. Es cierto, me fue fácil llegar aquí; pero las cuarenta y tres casa del condominio son blancas, de dos pisos y ventanas amplias y verjas de color café. Cuando recuerdo su belleza y el hecho de que estoy enamorado, pienso que podría ir casa por casa preguntando por ella hasta encontrarla. Pero temo descubrir que existen cuarenta y tres Kathias y prefiero mantenerla, única, en mi recuerdo. Además, es muy probable que ella no sienta nada por mí: me hubiera advertido de las peculiaridades del condominio. Así que enciendo el motor y emprendo el regreso a casa, silbando sin armonía una canción de los Beatles.

SERÉ BREVE (CIEN CUENTOS ESCUETOS), Ariel Magnus

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ARIEL MAGNUS, Seré breve (cien cuentos escuetos)Interzona, Buenos Aires, 2016.

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Cien cuentos de cien palabras y cien aforismos de cien letras configuran este tablero de la brevedad en el que, con frecuencia, es el personaje de M. quien protagoniza esta partida.

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MATEMÁTICA DEL ÉXITO Y EL FRACASO

   El hijo de M. llega llorando de la escuela. Desaprobó un examen de matemáticas y ahora siente que es un fracasado y hace todo mal. M. lo consuela explicándole que fracasado no es aquel al que le sale todo mal (“Ese es un exitoso del fracaso, hijo, alguien que se jacta de su ruina”), sino aquel que, habiendo intentado sin éxito lo que le gusta, acaba haciendo lo que no, y triunfa. “Si a vos no te gustan las matemáticas, ¿de qué te preocupás? Nadie fracasa en lo que no le importa tener éxito.”

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Escribir novelas es como vivir: gran parte del tiempo se pierde en hacer cosas que uno preferiría que las resolviese otro.
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Que los hombres en el fondo somos todos iguales se nota precisamente en nuestra ansia por diferenciarnos el uno del otro.

EL DUENDE MAL PENSANTE, José Bergamín

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JOSÉ BERGAMÍN, El duende mal pensante, Cuadernos del Vigía, Granada, 2015, 192 páginas.

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La constancia de la veleta es cambiar.
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No es bueno ser bandera, pero ser abanderado es peor.
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La falta de apetito artístico no se sustituye con un masticador automático.
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La pintura, como la música o la poesía, que no dice nada, calla para que nos la figuremos profunda; o grita para que nos creamos que tiene voz divina: que tiene palabra.
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El cortocircuito Rimbaud fundió toda la literatura francesa.
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—Ahora lo que se lleva es la angustia —me decía un snob.
—Unos la llevan, en efecto —le contesté—: porque otros la traen.
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Para mentir con facilidad basta ser sincero.
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Si España es una, ¿dónde está la otra?
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¿Por qué no morir solo, como un perro, cuando sólo como un perro se ha vivido?
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Un fantasma en el espejo
y una sombra en la pared
me dicen que al fin y al cabo
somos lo mismo los tres.
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El escritor nunca sabe si su lector tiene que aprender a leer para leerle o tiene que leerle para aprender a leer. En cualquier caso, lo que el lector tiene que aprender es a leerse a sí mismo.

LA PROSA DEL BASTARDO, José Viñals

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JOSÉ VIÑALS, La prosa del bastardo, Montesinos, Barcelona, 2001, 110 páginas.

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RES NON VERBA

   Pasemos a otro asunto: ¿Son reales las vacas? Yo las encuentro inconsistentes, a punto de evanescencia, Tenazmente he buscado sus sombras; no tienen sombra; vale decir, no tienen cuerpo. ¡Imaginarias creaturas, dadoras de leche fantasmal! Adoro ver cómo se dibujan y desdibujan con las luces del día. Sus excrementos verdes y viscosos son asimismo puro ectoplasma, quintaesencia de la fantasía. El que afirme que ha visto una vaca es un asqueroso fullero. Imágenes de vacas si, vacas concretas no. Chesterton que les vio el alma, dice que era toda roja. ¿Y tú qué miras con esos ojos de vaca desdichada? Si con esos ojos miras la realidad todo lo hallarás posible, hasta el invierno, que es una completa ficción del clima, y aun hasta Dios, que es una incompleta ficción de la Historia.

BREVES ENCUENTROS, Enrique del Acebo Ibáñez

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ENRIQUE DEL ACEBO IBÁÑEZ, Breves encuentros (en ciento once relatos)Milena Caserola, Buenos Aires, 2008, 100 páginas.

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LA LÁGRIMA

   Intrigado, esta vez decidió seguir a su lágrima para ver dónde iba.
   Fue así como descubrió el mar.

TINTA, Andrés Sánchez Robayna

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ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA, Tinta, Edicions del Mall, Barcelona, 1981, 64 páginas.

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 Escribe a modo de presentación Haroldo de Campos: "Vocación de plenitud. Y sin embargo, la negativa a lo concluso, la aspiración vertiginosa al fragmento: astillazos, epifanías".
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Agua nocturna abajo —la noche: pasadizo, en el vértice oscuro de transfiguraciones, levanto, sobre ei pasaje más negro de tu cuerpo, agua nocturna abajo, una noche más negra, pendiente de la nuca en el asomo de la ingenua sumersión, ladera fija del desconocimiento, noche en el seno de la noche.

AMBAGES COMPLETOS, César Fernández Moreno

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CÉSAR FERNÁNDEZ MORENO, Ambages completos, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992, 208 páginas.

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Enamorarse es meramente percibir a fondo las diferencias entre una persona y las demás
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Ideal de todo hombre
Que su presencia sea una fiesta para los otros
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La vida es un quilombo pero uno lo va regenteando
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La vida es un viaje a la muerte con escala en la mujer
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Los chinos, ¿pueden tener mala letra?
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Las orejas ponen a la nariz entre paréntesis
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Los grillos dirigen el tráfico del campo
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Los peces son personas atadas de pies y manos
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Me aprecia mucho
Se ríe de todo lo que digo
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el gallo es un teléfono por donde te llama el sol
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el relámpago trata de escribir poemas en el cielo
pero no le salen y los borra

SOL DE HOGUERAS, Ricardo Virtanen

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RICARDO VIRTANEN, Sol de hogueras, Renacimiento, Sevilla, 2010, 60 páginas.

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Una luz cruje
detrás de la persiana.
Quizá amanece.

LEYENDAS Y CUENTOS VIKINGOS, Edorta González

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EDORTA GONZÁLEZ, Leyendas y cuentos vikingos, Miraguano, Madrid, 1997, 222 páginas.

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En la Introducción (pp. 9-14), González, además de señalar oralidad y afán de credibilidad como características principales de estos relatos, rinde tributo a los eruditos que pusieron su empeño en compilarlos: desde el pionero Árni Magnússon (1663-1730) a los contemporáneos Reidar Th. Christensen y Bengt af Klinberg, sin olvidar a Asbjørnsen y Moe, evidentemente estimulados por el ejemplo de los hermanos Grimm. 
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MEJOR LA PIEL QUE LOS NIÑOS

Islandia

   Se cuenta que hace mucho mucho tiempo había un hombre, soltero o viudo, que tuvo ocasión de bajar hasta la orilla del mar la noche del solsticio de verano, y allí vio a mucha gente tumbada en la arena: todos estaban completamente desnudos y tenían una piel de foca a su lado. Esto dejó perplejo al hombre, quien picado por la curiosidad decidió averiguar qué significaba todo aquello, así que comenzó a correr entre ellos y cogió una piel de foca de las muchas que había. Entonces todos se pusieron rápidamente en pie, se enfundaron sus pieles de foca y se lanzaron al mar, excepto una mujer que no pudo encontrar la suya. Muy triste le pidió, rogándole y suplicándole, que por favor se la devolviese. Pero el hombre en vez de entregársela la invitó a su casa, a lo que la mujer aceptó.
   Una vez hubieron llegado a su hogar, le proporcionó varias ropas y le dijo que se quedara con él, y después de un rato la mujer pareció sentirse más relajada y contenta. Con el tiempo fueron haciéndose más y más amigos y finalmente se casaron. Fueron felices y tuvieron muchos niños. La mujer cuidaba muy bien de la casa y se hizo cargo de las llaves de todas las habitaciones y almacenes, ocupándose de todo con gran eficiencia. Pero había una llave que su marido nunca le confió, y que él siempre mantenía consigo. Esta llave pertenecía a un viejo arcón que estaba en la herrería. La mujer le había preguntado muchas veces qué contenía aquel arcón y él respondía que nada importante, sólo viejos trozos de metal y sus herramientas de herrero.
   Transcurrieron varios años, cuando en cierra ocasión el granjero hubo de ausentarse de la casa por un corto espacio de tiempo. Entonces la mujer comenzó a buscar la llave del baúl con gran ahínco como había hecho otras veces, pero no pudo hallarla en ningún sitio. Cuando salía de la herrería se encontró con su hijo mayor, al que preguntó si alguna vez había visto lo que había dentro del baúl. A lo que el chico le respondió que no. "Tampoco sabes dónde puede estar la llave para abrirlo?", le preguntó. La respuesta fue igualmente negativa, pero añadió: "Padre siempre la lleva consigo cuando está en casa, y la esconde en un agujero en el muro cuando se marcha".
   "Por favor, busca la llave, a ver si la encuentras", dijo la mujer. y así lo hizo, hasta que finalmente la encontró y se la dio a su madre.
   Sin perder un instante, abrió el arcón y ¿qué es lo que se encontró? pues nada menos que su suave piel de foca, e inmediatamente exclamó: "Mejor la piel que los niños. La piel nunca habla, pero un niño sí . La cogió y se fue a la orilla. Se quedó pensando un momento y a continuación dijo:

¡Pobre de mí! ¡pobre de mí!
¡Tengo a siete de los míos en tierra
y a otros siete en el mar!

   Cuando el chico vio a su madre junto al agua con la piel puesta, le rogó y suplicó que no lo hiciera. Pero fue en vano; se ajustó la piel y se lanzó al mar.

VOCES, Antonio Porchia

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ANTONIO PORCHIA, Voces, Hachette, Buenos Aires, 1980, 128 páginas.

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La amistad tiene pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.
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Se me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas.
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Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.
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A veces creo que no existe todo lo que veo. Porque todo lo que veo es todo lo que vi. Y todo lo que vi no existe.
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En plena luz no somos ni una sombra.
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Eres cuanto te necesitan, no cuanto eres.
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El niño muestra su juguete, el hombre lo esconde.
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Hoy no podría habituarme a cómo seré mañana; mañana sí.
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Sé que anduve de lo antes breve a lo después eterno de las cosas, pero no sé cómo.

CUENTOS PROHIBIDOS RUSOS, Alexandr Nikoláievich Afanásiev

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ALEXANDR NIKOLÁIEVICH AFANÁSIEV, Cuentos prohibidos rusos, Alborada, Madrid, 1991, 236 páginas.

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Abre este volumen Cuentos prohibidos de A. N. Afanásiev (pp. IX-XXVIII). En este prólogo, Filobibi señala como principal característica de estos setenta y siete relatos el afán transgresor que explicaría que predominen en ellos una evidente saturación de obscenidad y  escatología y una afilada crítica aniclerical. Cierra el libro Alexandr Nikoláievich Afanásiev y la censura rusa (229-234), un paseo por la vicisitudes que rodearon a un autor que nunca gozó del beneplácito ni de zaristas ni de soviéticos.
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LA MUJER DEL CIEGO

   Había una vez un señor y su esposa. Un día el señor se quedó ciego y la señora se lió con un criado. El señor está preocupado de que su mujer se la pegue con alguno y no le deja dar un paso sin él. ¿Qué se puede hacer?
   Una vez va al jardín con su marido, y va también el criado. Le entran ganas de pegársela con el criado. El marido ciego está debajo del manzano, mientras la mujer está a lo suyo, dándose el lote con el criado.
   En ese momento el vecino se asoma a la ventana que da al jardín y ve el espectáculo: el criado monta a la señora; entonces el vecino le dice a su mujer:
   —Mira, alma mía, lo que están haciendo debajo del manzano. Figúrate lo que sucedería, si Dios abriese los ojos al ciego y los viese. ¡La mata a palos!
   —¡Bueno, alma mía! Ya verás que Dios le echa un capote a nuestra hermanita.
   —¿Y qué capote le puede echar?
   —Cuando llegue el momento, ya lo verás.
   Ante aquel pecado, Dios abrió los ojos al ciego; éste ve que su criado monta a su mujer y grita:
   —¡Ah, putón! ¿Qué haces, maldita cerda?
   A lo que la señora:
   —¡Qué feliz soy, querido! Anoche tuve un sueño: si pecas con tu criado, el Señor, como recompensa, abrirá los ojos a tu marido. Y así ha sucedido, gracias a mi sacrificio, Dios te ha devuelto la vista.

NATURALEZAS MENORES, Antonio López Ortega

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ANTONIO LÓPEZ ORTEGA, Naturalezas menores, Alfadil, Caracas, 1991, 160 páginas.

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LA MANSIÓN EMBRUJADA

   La noticia se escurrió lenta hasta nuestros oídos: inauguraban un autocine en la urbanización. Abriendo los ojos como búhos, mi hermano y yo nos miraríamos bajo el efecto de un hechizo. Luego buscaríamos las bicicletas en el patio, inventaríamos una excusa ante la madre distraída (bordaba un tucán en la nueva falda de mi hermana) y nos perderíamos tras el velo que comenzaba a dibujar la noche.
   Contaban que, saltando el muro de los Barnola y abriendo un hueco en la cerca de alambres, podía llegarse a una ladera de pinos que lindaba con el autocine.
   Fuimos, en total, unos ocho.
   Los afiches —puestos a todo lo largo de la urbanización— anunciaban el estreno de una película de terror: “La mansión embrujada”. El recuerdo quiere resumirla en contadas secuencias. Una familia —padre, madre, hijo y abuela paterna— llega a una hermosa casa de campo en donde piensa pasar algunos días. El ama de llaves les da la bienvenida, departe instrucciones generales y le pide muy especialmente a la madre que la única atención que requiere la casa es subir diariamente un desayuno sencillo en una bandeja que debe colocarse en la pequeña antesala del único dormitorio del ático. La propietaria —se nos dice— es una pobre mujer inválida que se desliza en su silla de ruedas por sobre el piso de madera y que apenas alcanza a asomarse de tarde en tarde por la única ventana del cuarto.
   El ama de llaves se despide y nosotros —mimetizados en los troncos rugosos de los pinos— comenzamos a juntarnos hombro a hombro. La película se acelera y el miedo nos va paralizando. Nos identificamos con el niño cuando casi se ahoga en una piscina de aguas súbitamente encrespadas. Sufrimos con el padre cuando un bosque viviente le paraliza el avance del automóvil. Morimos con la abuela —inolvidable Bette Davis— cuando el pálido conductor de un carruaje tirado por caballos negros llama de pronto a la puerta y le arroja el ataúd que llevará sus propios restos.
   Alberto —el menor de los Barnola— comienza a llorar y pide que lo devuelvan a casa justo en el momento en que algunos de nosotros hemos comenzado a sospechar de la madre: enigmática Karen Black que no ha dejado de llevar religiosamente la bandeja todas las mañanas para luego recogerla vacía al final de la tarde.
   Ya en las postrimerías, el desencajado rostro de Oliver Reed —hombre débil y enamoradizo— le implora a la esposa que abandonen la mansión, que salven sus vidas.
   Abrazados todos en la ladera como una cadena humana, entre ventiscas Y música de acordes tenebrosos, vemos cómo el hombre enciende el automóvil, cómo el hijo se monta en el asiento trasero, cómo la esposa pide unos minutos para despedirse de la propietaria, cómo el hombre le dice que no, que no suba, cómo ella insiste, cómo sube hasta el ático, cómo el hombre espera, cómo la mujer no baja, cómo el hombre pierde la paciencia, cómo sube de dos en dos los escalones para buscarla, cómo grita llamándola, cómo llega hasta la antesala del ático y encuentra la bandeja vacía, cómo irrumpe de golpe en el dormitorio, cómo se encuentra a la vieja de espaldas en su silla de ruedas, cómo la ve mirando por la ventana, cómo le pregunta por la esposa sin que la vieja conteste, cómo la cámara —que somos nosotros en la ladera— comienza a girar lentamente para descubrimos que la vieja es la esposa, que la esposa es la encarnación del alma de la casa, cómo el hombre grita —junto con nosotros—, cómo retrocede hasta salir disparado por la ventana, cómo su cuerpo cae en cámara lenta desde el ático, cómo su rostro se estrella contra el parabrisas del automóvil, cómo sólo nos quedamos con el aullido del hijo viendo la cara ensangrentada del padre…
   Algunas imágenes nos siguieron alimentando durante meses: el rostro magistralmente envejecido de Karen Black, los ojos brotados de Oliver Reed, la orfandad radical de un niño que grita.
   Regresamos sudorosos y pedaleando como bestias.
   Aún creo oír a mi hermano despertándome en medio de sollozos, aún lo siento escurrirse en mi cama con la piel de gallina, aún lo recuerdo poniendo leche y pan duro en una bandeja que luego dejaría en el patio para las almas extraviadas.

DICHOS, Rafael Cadenas

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RAFAEL CADENAS, Dichos, La Oruga Luminosa, San Felipe, 1992, 69 páginas.

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Tomar en brazos la vida o ser amado en brazos por ella significa no esperar nada.
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Quien en realidad vive no espera.
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No buscamos ser sino sentirnos en algún estado "superior". Estamos adiestrados para perseguir siempre una ganancia, tal es nuestra barrera. La agonía de no querer ser lo que somos.
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Hablo desde la cárcel que tú también conoces. Pero ¿qué pasa si la aceptamos? ¿No se vuelve albergue? ¿No se une a nosotros para formar un ser real?
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Regresar a la naturaleza tiene para mí un solo sentido: vivenciarnos como naturaleza.
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Si lo que existe nos parece poco, ¿qué puede sosegarnos.

VIDA DE UN IDIOTA Y OTRAS CONFESIONES, Akutagawa Ryūnosuke

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AKUTAGAWA RYŪNOSUKE, Vida de un idiota y otras confesiones, Satori, Gijón, 2011, 200 páginas.

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MUERTE

   Aprovechando la suerte de estar solo en el dormitorio, colgó el cinturón del enrejado de la ventana e intentó ahorcarse. Pero al tratar de introducir el cuello en el cinturón, lo asaltó el miedo a la muerte. No temía el dolor físico que se siente en el instante de morir. Sacó por segunda vez el reloj de bolsillo y decidió hacer la prueba de medir el suicidio por ahorcamiento. Entonces, después de una breve agonía, todo se volvió confuso. Si fuera capaz de superar al menos ese paso, sin duda alcanzaría la muerte. Consultó las agujas del reloj. El sufrimiento había durado más de un minuto y veinte segundos. Las tinieblas reinaban más allá de la ventana enrejada. Pero, de repente, la oscuridad fue quebrada por el canto fogoso de un gallo.

TODO EL MUNDO TIENE ENVIDIA DE MI MOCHILA VOLADORA, Tom Gauld

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TOM GAULD, Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora, Salamandra, Barcelona, 2015, 144 páginas.

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Salamandra recoge una antología de viñetas publicadas en The Guardian. Bajo una capa de sutil erudición e inteligente humor, el lector hallará el demoledor espíritu crítico de Gauld.
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FUEGOS, Marguerite Yourcenar

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MARGUERITE YOURCENAR, Fuegos, Alfaguara, Madrid, 1982, 128 páginas.

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Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.
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Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.
***
Soledad... Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, no amo como ellos aman... Moriré como ellos mueren.
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Lo único horrible es no servir para nada. Haz de mí lo que quieras, incluso una pantalla, incluso un metal buen conductor.
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Se dice: loco de alegría. También podría decirse: cuerdo de dolor.
***
No me mataré. Se olvidan tan pronto de los muertos...
***
No puede construirse una felicidad sino sobre unos cimientos de desesperación. Creo que voy a poder ponerme a construir.
***
Que no se acuse a nadie de mi vida.

LOS SERES QUE ME LLENAN, Mikel Izal

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MIKEL IZAL, Los seres que me llenan, Aguilar, Madrid, 2016, 256 páginas.

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LA MAREA

   Estoy sentado en la playa. Desde mi toalla observo a una pareja joven que lleva largo rato sin cruzar una palabra. Él mira el mar sin ver nada, ella cambia de posición para que el sol broncee su cuerpo de forma uniforme y de vez en cuando se incorpora y consulta su móvil, bebe agua o se aplica crema bronceadora. Pero nunca lo mira a él. 
   Él sigue mirando fijamente el mar. 
   Están a kilómetros de distancia el uno del otro. Ya no hay más que decir, solo queda esperar a que suba la marea y los lleve adonde tenga que llevarlos. Me pregunto cómo se puede llegar a esa situación. Cobardes. Prefieren el silencio a decir algo que desencadene la temida conversación de despedida. El último y largo abrazo de cariño sincero y pasión muerta, el “espero que seas feliz, de corazón”, el llanto de la derrota, de no haber sabido amarse a perpetuidad. El maldito beso de despedida, que concentra más pasión que el último año entero y que arroja una traidora chispa de esperanza que se apaga una milésima de segundo después de despegar los labios. 
   Y tras el beso, la desaparición. Los meses de no saber nada el uno del otro, de darse por muertos, de vivir en la mentira de un mundo que ya no es binario. De enterarse por amigos o conocidos de cómo está el otro sin el uno, pero sin entrar en detalles, no jodamos. Y a continuación la inevitable reaparición, el remover de brasas que intenta avivar por última vez un fuego muerto, que intenta cocinar una presa que hace tiempo que se pudrió y dejó de ser comestible por mucho hambre que se tenga. 
   Todo eso lo pienso desde mi toalla, sin poder rescatarles de las redes que ellos mismos han tejido, mirándolos con cierta pena, mientras observo cómo se hunden en el mar, desaparecen y mueren. Veo sus restos inertes regresar a la playa empujados por las olas. Un niño grita: “¡Mamá, mamá, mira, hay muertos en la orilla!”. 
   Decido dejar de mirar el proceso de descomposición; me entristece y estoy de vacaciones. Busco por la playa escenas más alegres. Reparo en que otra pareja me observa, me da la impresión de que llevan bastante tiempo haciéndolo. Cuando los miro, ellos bajan la vista y vuelven a sus risas y a sus secretos al oído. 
   Son felices. 
   De repente una mano roza mi pierna y reparo en la presecia de mi mujer a mi lado, en la otra mitad de la enorme toalla familiar que hemos comprado hace unas horas. No nos hemos dicho una palabra. El niño que antes señalaba los restos de aquella pareja ahora nos señala a nosotros. El terror me asola. Quizá sea demasiado tarde, pero corro a dar un beso a la mujer que amo esperando que no nos alcance la marea.

69 AFORISMOS PORNO & 96 AFORISMOS ANTISEXISTAS, Emilio López Medina

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EMILIO LÓPEZ MEDINA, 69 aforismos porno & 96 aforismos antisexistas, Libros al Albur, Sevilla, 2016, 56 páginas.

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En Prolegómenos a toda crítica del lenguaje políticamente correcto (pp. 5-6) López Medina confiesa que este ramillete de pensamientos breves tiene su origen en una obra en proceso, que se titulará El sexo. En los dos bloques predomina un divertimento no exento de la profundidad a la que nos ha habituado este autor. En 96 aforismos antisexistas opta por escribir en e para evitar los machistas plurales inclusivos en masculino. 
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Nietzsche decía que el placeres más profundo que el dolor. Yo diría que es más misterioso.... El sufrimiento en esta vida es continuo y, portante, connatural desde el nacimiento; es un viejo conocido con el mismo punto de vista siempre. Sin embargo, el placer adviene a nosotros como un forastero; un desconocido que te coge por sorpresa, con un nuevo punto de vista sobre la vida... Y en esto, ¿no se nos ocurre pensar que el placer, por su propia naturaleza, en un mundo de dolor debería resultar sospechoso? (Sospechad, pues, cuando unáis vuestros órganos sexuales y en lo que podría resultar de ello).

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Para el hombre, el coito es un milagro de la Naturaleza que podría no presentarse nunca más: por eso se da prisa en tomarlo y lo asume en el momento y en la forma en que se le aparece. Para la mujer es un acto mágico que surge entre algunas personas y como el culmen en su relación: por eso no tiene tanta prisa, pues lo importante para ella es esa relación.
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Hay más obscenidad en desear en la persona amada el cuerpo que debería ser, que gozar obscenamente su cuerpo tal y como es.

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Tode joven, por principio, es hermose... Pero les persones no conocen el grado de su atractivo cuando son jóvenes (ni luego su grado de repulsión cuando son mayores).
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En el naufragio de la vida, en lugar de agarramos cada cual a nuestra propia cabellera para intentar mantenernos a flote, tratamos de asirnos a la cabellera de otre humane, naufrague también, e incluso a veces tirar de ella para rescatarle.
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Une reprocha a la vida los propios errores, y a le cónyuge los errores de la vida. Ninguno de les dos se da cuenta jamás de que tanto rencor, tanto odio mutuo acumulado, no es en el fondo más que rencor y odio hacia la vida. Un enfado matrimonial es, pues, en su fondo, un enfado contra la vida, enfado que se descarga sobre le cónyuge. (Es el mismo caso que les hijes, que lo descargan sobre les padres).

APUNTES SOBRE EL SUICIDIO, Simon Critchley

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SIMON CRITCHLEY, Apuntes sobre el suicidio, Alpha Decay, Barcelona, 2016, 112 páginas.

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A la inteligente y entretenida disertación de Simon Critchley le sucede Sobre el suicidio de David Hume, una sucinta colección de fragmentos que, concebidos en el siglo XVIII, sorprenden por su lúcido posicionamiento acerca de la libertad individual.

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Un cabello, una mosca o un insecto pueden destruir a ese poderoso ser cuya vida reviste tamaña importancia. ¿Acaso es absurdo suponer que la prudencia humana puede disponer legítimamente de algo que, depende de causas tan insignificantes?
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No sería ningún crimen por mi parte desviar el Nilo o el Danubio de su curso si me fuera dado efectuar tal propósito. ¡Dónde está entonces el crimen de separar unas pocas onzas de sangre de sus cauces naturales!
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La sumisión a la provicencia que se me exige en toda calamidad que me sobrevenga no excluye recurrir a arte o industria humana que por sus medios me permitan evitar las calamidades o escapar de ellas. ¿Y por qué no iba a poder yo emplear este remedio cuando bien recurro a otros? 
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Si no soy dueño de mi vida, sería tan criminal por mi parte ponerla en peligro como darle fin. Tampoco podría merecer el apelativo de héroe aquel hombre a quien la gloria o la amistad invitan a visitar los más graves peligros y merecer el reproche de canalla o malhechor aquel otro que decide poner punto final a su vida por idénticos o parecidos motivos.
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Un hombre que se retira de la vida no causa daño a la sociedad. Sólo deja de hacerle bien, lo cual, de ser un perjuicio, lo es de la naturaleza más leve.
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Si se admite que el suicidio es un crimen, sólo la cobardía puede empujarnos a cometerlo. Pero si no es un crimen, son la prudencia y el coraje los que nos llevarán a deshacernos de la existencia cuando ésta se convierta en una carga. Sólo así podremos ser útiles a la sociedad, pues sentamos un ejemplo que, de ser imitado, hará que todo individuo conserve su oportunidad de ser feliz en la vida y lo librará efectivamente de todo peligro y desdicha.

BESTIARIO INFAME DE LA ADORMECIDA, Alfredo Álamo

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ALFREDO ÁLAMO, Bestiario infame de la ciudad adormecida, Amargord, Madrid, 2015, 112 páginas.

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SIN TÍTULO

   Los basureros de la ciudad recogen de madrugada corazones rotos y vidas frustradas. Sin embargo dejan que los sueños perdidos revoloteen un poco más. Les gusta ver cómo se inflaman en llamas con las primeras luces del alba.

MOTIVOS DE FUERZA MAYOR, Christian Solano

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CHRISTIAN SOLANO, Motivos de fuerza mayor, Sherezade, Santiago de Chile, 2015.

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 BACKSTAGE

   —Pero tienes que abrir la puerta para poder jugar —le dijo el lobo a la abuelita que lo esperaba desnuda entre las sábanas.

FLORA Y FAUNA, Gilda Manso

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GILDA MANSO, Flora y Fauna. Antología personal, Micrópolis, Lima, 2015.

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PUNTOS DE VISTA

   El hombre diminuto que vive desde siempre adentro del reloj de arena y el hombre no tan diminuto que vive desde siempre adentro del vientre de la ballena tienen algo en común: ambos creen que eso que ven es todo el mundo.


LA SIRENA DE ALAMARES, José Luis Garrosa Gude

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JOSÉ LUIS GARROSA GUDE, La sirena de Alamares, Calambur, Madrid, 2013, 260 páginas.

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En La sirena de Alamares y otros cuentos portugueses (pp. 235-254) José Luis Garrosa Gude, editor y traductor de estos sesenta y nueve relatos, segunda edición de cuentos populares portugueses, tras la recopilación de Carmen Bravo-Villasante, La gaita maravillosa y otros cuentos portugueses (Olañeta, 1994), recorre la historia de la recuperación de este acervo cultural gracias a folkloristas y filólogos como Adolfo Coelho, Teófilo Braga o Alda da Silva Soromenho.
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LA ESTATUA QUE COME

   Había en una iglesia una estatua de mármol que estaba con la boca abierta. Unos hombres comenzaron a hablar al lado de ella, y dijo uno:
   —Está desde hace un montón de años con la boca abierta, sin que nadie le dé de comer...
   —Pues si quiere comer, que se venga a mi casa.
   Pues resulta que el que dijo aquello era muy pobre. Por la noche, cuando llegó a casa, llamaron a su puerta, y era la estatua, que decía que estaba allí para cenar con él. El hombre se quedó un poco confuso y le respondió la verdad, que no tenía nada para cenar, porque era muy pobre:
   —Pues ve a pedir por el mundo adelante, hasta que tengas algo para darme de comer.
   Tras decir aquello, la estatua se marchó y el pobre hombre no pudo quedarse ya tranquilo y se marchó pedir por el mundo. Pasado mucho tiempo era rico, y vino de nuevo a su tierra, buscó su casa, y vio que había otras en su lugar, y todos le decían que ya no se acordaban de que se hubiesen hecho obras en aquel lugar. Fue a la iglesia y vio todavía allí la estatua a la que había invitado, y cuando se fue acercando a ella, le vio aún la boca abierta, y pensó para sí:
   —La invité hace tanto tiempo que ya no me conoce.
   Y cuando se aproximó más, oyó que decía la estatua:
   —Bien que te conozco, y ahora que eres rico es cuando te vas a venir a cenar conmigo.
   Y se le cayó encima, y lo mató.

MUERTE EN EL BOSQUE, Amparo Dávila

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AMPARO DÁVILA, Muerte en el bosque, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1985, 132 páginas.

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ALTA COCINA

   Cuando oigo la lluvia golpear en las ventanas vuelvo a escuchar sus gritos. Aquellos gritos que se me pegaban a la piel como si fueran ventosas. Subían de tono a medida que la olla se calentaba y el agua empezaba a hervir. También veo sus ojos, unas pequeñas cuentas negras que se les salían de las órbitas cuando se estaban cociendo.
   Nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre la hierba húmeda. De allí los arrancaban para venderlos, y los vendían bien caros. A tres por cinco centavos regularmente y, cuando había muchos, a quince centavos la docena.
   En mi casa se compraban dos pesos cada semana, por ser el platillo obligado de los domingos y, con más frecuencia, si había invitados a comer. Con este guiso mi familia agasajaba a las visitas distinguidas o a las muy apreciadas. "No se pueden comer mejor preparados en ningún otro sitio", solía decir mi madre, llena de orgullo, cuando elogiaban el platillo.
   Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía atizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara. Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruido de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente. Yo pasaba todo ese tiempo encerrado en mi cuarto con la almohada sobre la cabeza, pero aun así los oía. Cuando despertaba, a medianoche, volvía a escucharlos. Nunca supe si aún estaban vivos, o si sus gritos se habían quedado dentro de mí, en mi cabeza, en mis oídos, fuera y dentro, martillando, desgarrando todo mi ser.
   A veces veía cientos de pequeños ojos pegados al cristal goteante de las ventanas. Cientos de ojos redondos y negros. Ojos brillantes, húmedos de llanto, que imploraban misericordia. Pero no había misericordia en aquella casa. Nadie se conmovía ante aquella crueldad. Sus ojos y sus gritos me seguían y, me siguen aún, a todas partes.
   Algunas veces me mandaron a comprarlos; yo siempre regresaba sin ellos asegurando que no había encontrado nada. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera. Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa.
   Su preparación resultaba ser una cosa muy complicada y tomaba tiempo. Primero los colocaba en un cajón con pasto y les daban una hierba rara qua ellos comían, al parecer con mucho agrado, y que les servía de purgante. Allí pasaban un día. Al siguiente los bañaban cuidadosamente para no lastimarlos, los secaban y los metían en la olla llena de agua fría, hierbas de olor y especias, vinagre y sal.
   Cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar, a chillar... Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas...
   Aquella vez, la última que estuve en mi casa, el banquete fue largo y paladeado.

LEYENDAS POPULARES RUSAS, Alexandr Nikoláievich Afanásiev

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ALEXANDR NIKOLÁIEVICH AFANÁSIEV, El anillo mágico y otros cuentos populares rusos, Páginas de Espuma, Madrid, 2004, 274 páginas.

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Hasta 1990 los lectores rusos no pudieron comenzar a disfrutar de este libro publicado por primera vez en 1859. Entonces fue despreciado porque las autoridades zaristas atribuían a sus contenidos un sesgo anticlerical. La segunda edición, aparecida en 1914, no satisfizo a los soviéticos por el exceso de protagonismo de demasiados cristos, milagros y popes. En el erudito prólogo de José Manuel Pedrosa, Las leyendas populares rusas de Afanásiev: el renacimiento de un libro maldito (pp. 11-32) el lector hallará toda la información precisa para saber valorar estos relatos relacionados con "viejas parábolas tomadas de los Evangelios o de la literatura cristiana apócrifa, hagiográfica, ejemplar, moralizadora, ejemplarizante".
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EL SABIO SALOMÓN [CÓMO SE LAS ARREGLÓ SALOMÓN PARA SALIR DEL INFIERNO CON UNA CUERDA DE MEDIR]

   Después de la crucifixión, bajó Nuestro Señor Jesucristo al infierno, y sacó de allí a todos, excepto al sabio Salomón.
   —Tú sal de aquí por tus propios medios, usando tu sabiduría —le dijo Cristo. Y Salomón se quedó solo en el infierno.
   ¿Cómo se las arreglaría para salir? Caviló mucho, y se puso a hacer una cuerda. Se le acercó un diablillo y le preguntó para qué estaba haciendo aquella cuerda tan infinitamente larga.
   —Como intentes aprender demasiadas cosas —le contestó Salomón—, te vas a hacer más viejo que tu abuelo Satanás. Ya lo verás!
   Una vez preparada la cuerda, empezó Salomón a medir con ella el infierno. El diablillo apareció de nuevo, y le preguntó que para qué media el infierno.
   —Es que en este lugar voy a construir un monasterio —le dijo el sabio Salo­món—. Y en aquel, una catedral.
   El diablillo se asustó, echó a correr y le contó todo a su abuelo, Satanás. Y este expulsó al sabio Salomón del infierno.

RELÁMPAGOS DE LUCIDEZ, Javier Recas

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JAVIER RECAS, Relámpagos de lucidez, Biblioteca Nueva, Madrid, 2014, 344 páginas.

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En Menos es más (pp.13-24), Recas, tras ofrecer al lector un paseo histórico alrededor de este género lamentablemente minusvalorado, concreta: "El auténtico aforismo es, ante todo, efectista, se asemeja a un número de circo: gusta de la sorpresa y siembra la confusón. Es "fuego sin llama", como dijera Cioran." La erudición de Recas, y, sobre todo, la finura en el análisis, son evidentes en las monografías que dedica a estos catorce autores imprescindibles.   
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ÍNDICE

Prólogo. Menos es más   [13]


Lao Tse, La sabia inacción   [25]


Marco Aurelio, Los soliloquios de un emperador   [53]

Michel de Montaigne, La seducción de la duda   [75]

Baltasar Gracián, El arte de la prudencia   [99]

François de La Rochefoucauld, El ingenio galante de los salones parisinos   [117]

Nicolas de Chamfort, Carácter, pasión y revolución   [137]

Georg Christoph Lichtenberg, «Verdades de a centavo»   [155]

Arthur Schopenhauer, Aforismos para el arte de vivir   [177]

Friedrich Nietzsche, Las formas de la eternidad   [209]

Mark Twain, El sutil dardo del humor   [235]

Ambrose Bierce, La lexicografía de un cínico   [255]

Antonio Machado, Una metafísica de poeta   [273]

Antonio Porchia, El esplendor de lo insignificante   [303]

Emile Cioran, El deleite de la extinción   [323]