EL AMOR ES UN PÁJARO REBELDE, Marco Denevi

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MARCO DENEVI, El amor es un pájaro rebelde, Corregidor, Buenos Aires, 1993, 140 páginas.

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PLAN DE EVASIÓN

   Un traspié ortográfico en la partida de nacimiento (ese Dálmiro esdrújulo) le inspiró otras erratas: veintidós crímenes le proporcionaron el ingreso en el presidio, condenado a perpetuidad y a un año más por las dudas.
   Dálmiro Ponce no lo toleró. La prisión perpetua vaya y pase, pero el año más no lo aguantaría, así que resolvió evadirse.
   Fue torneando un plan tras otro y a todos se los estropeaba alguna oposición de muros y de rejas, o esa cruel prohibición de que los presidiarios estiren los músculos cavando túneles.
   Al fin lo visitó una revelación cuya diáfana sencillez parecía la del sol cuando sale cada mañana: si él estaba preso era porque una voluntad o una serie de voluntades así lo quería. De modo que bastaba oponerle una voluntad, de signo contrario que la anulase.
   Se preguntó si un solo hombre es capaz de acumular mayor voluntad, que muchos hombres juntos. Siempre que ese hombre fuera él, apostó a que sí. Volvió a preguntarse si su voluntad, colmada hasta el tope pero librada a su sola fuerza, podría prevalecer sobre voluntades que se ayudan de un presidio, y otra vez apostó a que sí.
   Razonó que dentro de la prisión no había más voluntades opuestas a la suya que las de los carceleros. Pero la voluntad de un carcelero sufre continuas distracciones, se dispersa en la vigilancia de muchos condenados, se desmiembra en varios propósitos simultáneos y envejece y se debilita en las costumbres rutinarias de un oficio desgraciado.
   Mi voluntad, pensó, eludirá la menor distracción, se concentrará toda en un solo propósito, me permitiré que el tiempo me la desgaste, no la derrocharé en zonceras.
   Le llevó años almacenar voluntad en cantidades suficientes para evitarse un papelón. La guardaba, intacta, de modo que los demás lo tuvieron por un hombre indiferente o sumiso o desganado, al punto de que fue un recluso modelo, una especie de esclavo no sólo de los guardiacárceles sino también de los otros reclusos, que no le consentían tanta mansedumbre y que alguna vez lo hicieron víctima de vilipendios infames que a él le servían de tónico para la voluntad de evadirse.
   Apenas calculó que su voluntad ya sobrepujaba cualquier voluntad antónima, se puso de pie en el calabozo y gritó: ¡Soy libre!
   Thomas de Quincey se pasó la vida preparándose para morir cuando él lo decidiera. Un día decidió morirse, pero el cuerpo lo desobedeció. Dálmiro Ponce tenía más voluntad o más barrabiles y un cuerpo más dócil.
   Los guardias registraron la prisión con minuciosidad rencorosa pero no encontraron al fugitivo.

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