AMOR, DESAMOR Y OTROS DIVERTIMENTOS, Joaquín Leguina

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JOAQUÍN LEGUINA, Amor, desamor y otros divertimentos, Cálamo, Palencia, 2016, 316 páginas.

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En Una explicación (pp. 11-12) el autor define el presente libro como un pisto que contiene "reflexiones, relatos, experiencias, escritos variados".
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LA NECEDAD CONTAGIOSA

   El actor Jim Carrey y su esposa no son los únicos famosos que han decidido no vacunar a sus hijos porque, según ellos, las va­cunas son malas para la salud de los niños. ¿Por qué? No se sabe, pero hay imbéciles —una mixtura de curanderos y predi­cadores— que, contra toda evidencia empírica, sostienen cosas como las siguientes: «La salud depende de nuestra energía po­sitiva»), «La enfermedad es un desequilibrio que se combate potenciando psíquicamente el proceso de autocuración», etc., etc.
   Que cuatro necios con aires religiosos sostengan estas u otras «teorías» no sería muy grave, pero como la imbecilidad es contagiosa, durante los últimos veinte años el número de «los creyentes» no ha hecho sino crecer, de suerte que en muchos pa­íses europeos las vacunaciones han caído del 100% al 95% y, como consecuencia, han reaparecido enfermedades —como la tos ferina o el sarampión— que estaban a punto de ser erradicadas.
   En el Reino Unido, la caída en la tasa de vacunación con­tra la tos ferina produjo en 2010 una epidemia con más de 100.000 casos y 36 defunciones. En España se puso en marcha en el año 2000 un programa para erradicar el sarampión en diez años, pero a causa del rechazo (leve, pero real) a la vacu­nación, se han dado brotes de esta enfermedad (en 2010 hubo un brote en Granada con 46 personas contagiadas).
   La creación de una cátedra de homeopatía en la Universi­dad de Zaragoza o la programación por parte de la UNED de tres máster en tos que se enseñan seudociencias denuncian tanto la falta de firmeza a la hora de pasarles los pies a estos impostores como una estúpida tolerancia para con sus ideas. Ideas que son una extraña mezcla de ideología de desecho e intereses econó­micos. Intereses que —me malicio— aplican esa tolerancia hacia estos vendedores de motos (sin motor y sin manillar).
   A este propósito, conviene recordar que las epidemias no son asunto personal sino colectivo y, por lo tanto, sobre estos predicadores debería caer todo el peso del Código Penal, como corresponde a un delito contra la salud pública.

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