VIOLETA AGRESTE, Chiyo

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CHIYO, Violeta agreste, Satori, Gijón, 2016, 160 páginas.

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Con este volumen, Chiyo se convierte en la primera haijin que Satori incorpora a su magnífica colección "Maestros del Haiku" y su cuidada edición bilingüe, con la traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.
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ne wo tsukete onago no yoku ya sumire soo



Pasión de una mujer:
de profundas raíces,
violeta agreste.

GRADO, Leandro Hidalgo

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LEANDRO HIDALGO, Grado. Microficciones sobre la Historia Argentina, Macedonia, Morón, 2014.

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EL ASESINATO DE LA REALIDAD

   Asesinaron la realidad. La pistola que dispara apariencia, frivolidad, face crash, nos tajeó la jeta, nos descuartizó siquiera el instinto de una vida sencilla, atada con un palito aunque más no fuera, a una contemplación verdadera. Se lo llevó todo.
   Multiplicados por miles de ventanas estamos en la hiperrealidad, en la realidad virtual, donde sobrevivimos, donde somos, donde millones como nosotros también son lo que nosotros somos y viceversas y viceversas y viceversas hasta el infinito. Sin poder siquiera ver el cuerpo de esa muerte, el cadáver de esa realidad asesinada que se desintegró. Quedó la nada multiplicada que es como la tabla del cero. No hay silencio, encarcelada la honestidad, no hay textos, derrotados por el prefijo post no hay nada moderno.
   La negación, abandonar, puede ser hoy algo lírico.

SEMBRÉ LOS MUERTOS, Arnoldo Rosas

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ARNOLDO ROSAS, Sembré los muertosSuburbano Ediciones, Miami, 2013.
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Antología personal del autor venezolano, en la que pueden leerse 29 relatos publicados anteriormente en sus primeros libros: Para enterrar el puerto, Igual, Olvídate del tango y La muerte no mata a nadie.
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MAL DE AMORES

   La carcajada fue general cuando dijo que estaba enamorado de una sirena. Hoy todos están en la mar buscando su cadáver.

SOMBRAS DE LUNA, Fernando Menéndez

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FERNANDO MENÉNDEZ, Sombras de luna, Llibros del Pexe, Xixón, 2001, 70 páginas.

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Otra mañana
Se pega a mi cristal
Y yo te espero.

PASIÓN Y PAISAJE, Jacobo Cortines

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JACOBO CORTINES, Pasión y paisaje, Llibres del Mall, Barcelona, 1983, 66 páginas.


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MIRADA EN EL RECUERDO

Tus ojos como vino y su recuerdo
como la dura espina de una rosa.

ENIGMAS CON JARDÍN, José Luis García Martín

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JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN, Enigmas con jardín, Impronta, Gijón, 2012, 180 páginas.

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CASAS CON JARDÍN

   Añado a mi colección una casa entrevista en Puebla de Sanabria desde los adarves del castillo. Está abandonada, casi en ruinas. En el jardín o huerto trasero, separado de la calle por un alto muro de piedra, crecen tres o cuartos árboles entre los hierbajos y arbustos. Parece que hace siglos que nadie ha entrado allí. ¿Nadie? A la galería de madera, por el hueco de un cristal roto, se asoma un gato. Es blanco, luminoso, lleva un collar al cuello, no es, sin duda alguna, un gato callejero. Me mira largamente, o eso creo yo, y luego desaparece en el interior.
   La casa está en venta. En la cercana Posada de las Misas pregunto si saben algo de ella. No, no saben nada. Pero de pronto, uno de los clientes de la cafetería, se ofrece a enseñármela, si me interesa. Conoce a quien guarda la llave. Y yo me entero del precio, astronómico, o ese me parece, y recorro con precaución aquella ruina, salgo al jardín, o lo intento, resulta difícil adentrarse en semejante jungla. Busco al gato blanco que me miraba desde la galería, pero no lo encuentro. Ignora quien me la enseña que me llevo esta casa conmigo, que la recorreré muchas veces, en sueños y despierto, que volveré a encontrar a ese gato blanco con una cinta azul al cuello. Una cinta azul como la que recojo del suelo al salir de la casa, digna de ceñir el delicado cuello de una de esas hermosas damas que entretienen su melancolía en los jardines del romancero antiguo.

YO TAMBIÉN MATÉ A UN TERMINATOR, Sandro Centurión

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SANDRO CENTURIÓN, Yo también maté a un Terminator, Macedonia, Morón, 2015.

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EL LECTOR QUE ESPERA

   El lector que espera sigue ahí, leyendo y esperando. Está cómodo y distendido en su lectura. Y lo llamamos lector aunque no sabemos si es hombre o mujer, al fin y al cabo poco importa. Lo que interesa es que el lector que espera sigue ahí retenido. Ya no gobierna sus ojos, ni sus manos. Tampoco puede irse. Creemos que espera dar con algo en su lectura acostumbrada, después de todo esas son las reglas en el juego literario. Leer y encontrarse con algo imprevisto. El lector que espera insiste en esperar, la lectura se dilata y entonces ya es un esclavo de la espera. De a poco siente que las fuerzas del cuerpo lo abandonan. Sin embargo sigue leyendo paciente, y esperando lo inesperado. El texto, más no la lectura, acaba. Sabemos que el lector que espera seguirá esperando, y leyendo durante un tiempo inconmensurable. Al fin y al cabo esperar es también una manera de leer. La monotonía de la espera de algo incierto, desconocido e inalcanzable, lo atrapa, y lo condena para siempre.

EL CALLADO PERFUME DE LA LUZ, Santiago Gómez Valverde

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SANTIAGO GÓMEZ VALVERDE, El callado perfume de la luz, Segundo Santos Ediciones, Cuenca, 2014, 36 páginas.
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En papel hecho a mano de algodón y lino, esta bella edición artesanal acoge un conjunto de haikus firmados por Santiago Gómez Valverde, en compañía de las ilustraciones de José Viera.

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¿Se romperá?
Es tan frágil la luz
cuando la miras.


PEQUEÑOS CUENTOS PARA LEER EN 1 MINUTO, Mónica Sempere & Fernando Martínez

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MÓNICA SEMPERE & FERNANDO MARTÍNEZ, Pequeños cuentos para leer en un 1 minuto, Beascoa, 2015, 56 páginas.
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Las Instrucciones para leer microrrelatos invitan al lector a adivinar en una segunda lectura todo lo que se esconde entre las líneas de los textos de Sempere (con la ayuda de las bellas ilustraciones de Fernando Martínez. ¿Sólo para niños? No.
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LA MEJOR PASTELERÍA DEL MUNDO

   Cada día la ciudad despierta con un dulce aroma a turrón.
   Las calles estrechas huelen a canela y las anchas a helado de avellana y miel.
   Los días de viento vuelan copos de vainilla y a mediados de mayo una rica fragancia de pastelitos recién hechos se cuela por las ventanas.
   Todo esto lo causa la maravillosa pastelería que se alza en medio de la Plaza Mayor. Viene gente de todas partes y más allá para probar los dulces que los dos hermanos elaboran. Veterinarios y veterinarias, arquitectos y arquitectas, pintores y pintoras. A todos les gustaría saber el secreto de las delicias que se cuecen en la confitería pero Hansel y Gretel nunca cuentan nada.
   Cada noche, al acabar la jornada, los dos hermanos esconden bajo llave el enorme libro de recetas que le robaron a la bruja.


MANUAL PARA COYOTES, David Ruiz

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DAVID RUIZ, Manual para coyotes, Menoscuarto, Palencia, 2012, 108 páginas.

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VIAJEROS

SAND HILLS, NEBRASKA, MARZO DE 1807

ŠÚKABLOKA

   Vemos a sus familias, arrinconadas por la miseria, la peste o la ruina. Les vemos encomendarse al dios de la cruz y juntar las manos, arrodillados en la tiniebla. Les vemos abandonar sus hogares centenarios y cruzar sus países verdes y grises, lluviosos y remotos. Les vemos embarcar en altos veleros, y cruzar el otro océano, y padecer la locura del mundo sin tierra, las tempestades y hambrunas, los naufragios y motines. Contemplamos a los supervivientes llegar a puertos grandes y nuevos, sucios y apestados, y vemos cómo nuevas ciudades, que son como las viejas que dejaron atrás, les despojan de los pocos bienes que aún les quedan con promesas de humo y mentiras doradas. Les vemos enrolarse en caravanas infinitas y cruzar praderas y vadear ríos acosados por los lobos y los bandoleros. Escuchamos el eco de los disparos que los azuzan y los hieren, y les vemos caer por precipicios y morir de frío presos en la nieve de los pasos de montaña. A los que llegan, a los que sobreviven a los océanos, las praderas, las montañas y el desierto, los esperamos aquí, oteando hacia el este el infinito de las llanuras que se extienden a nuestros pies. Y cuando vemos el humo de sus campamentos y escuchamos el lejano relincho de sus bestias de carga empuñamos nuestros rifles y nuestros arcos y partimos a su encuentro.
   Y los matamos.
   Y en la noche bebemos su sangre aún caliente, y cruzamos el mundo y vemos lo que vieron, cabalgamos sus almas desde ellos hasta nosotros, que aullamos a la luna, les rendimos homenaje y les redimimos, viviendo de nuevo sus vidas, no dejando sus almas huérfanas del recuerdo mientras sus cuerpos, rotos y vencidos, se pudren en la llanura.

PECES, Fabián Vique

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FABIÁN VIQUE, Peces, Macedonia, Morón, 2015.

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GRIS

   El techo de la oficina era gris. Las paredes grises.
   La alfombra gris. Los escritorios grises. El mostrador gris. Durante 26 años trabajó ahí de lunes a viernes de 9 a 18.
   El 27 de febrero del 2009 compró el arma. Dos días después acribilló a sus jefes y compañeros. El 28 de noviembre fue a juicio oral. Le dieron 30 años.
   El techo de la cárcel es naranja y las paredes verdes.

PENSAMIENTOS Y RIVAROLIANAS, Antoine de Rivarol

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ANTOINE DE RIVAROL, Pensamientos y rivarolianas, Periférica, Cáceres, 2006, 96 páginas.

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La falsa modestia es la más decente de todas las mentiras.
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Hay que matar el orgullo sin herirlo, pues si lo herimos no muere.
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Hacemos más por quienes tememos que por quienes amamos.
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La gloria no es más que humo, estoy de acuerdo, pero el hombre no es más que polvo.
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El silencio nunca ha traicionado a nadie.
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¡Para amar suficiente hay que amar demasiado!
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Los filósofos son más taxidermistas que médicos: disecan y no curan.
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La incredulidad es un lujo terrible.

MONEDAS SUELTAS, Juan Antonio González Fuentes

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JUAN ANTONIO GONZÁLEZ FUENTES, Monedas sueltas (haikus 2009-2013), Huerga y Fierro, Madrid, 2014, 104 páginas.

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Un pez furtivo
traduce a sus hermanos
la ley del agua

NOCHES SIN DORMIR, Elvira Lindo

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ELVIRA LINDO, Noches sin dormir: último invierno en Nueva York, Seix Barral, Barcelona, 2015, 224 páginas.

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   He aquí una mujer mentalmente anclada en los treinta y siete. Ni uno más ni uno menos. Como dijo Jaime de Armiñán las Navidades pasadas, cuando su mujer, Elena Santonja, me preguntó de pronto cuántos años tenía: «¡Eso no se pregunta: Elvira está en la edad perfecta para no decirlos!». De acuerdísimo con Jaime. No es que desee ser más joven, en todo caso me gustaría porque cumplir años es acercarse al final de una vida que se me está haciendo breve, pero no estoy dispuesta a sufrir por la inconveniencia que supone superar los cincuenta. La otra alternativa es la muerte y eso lo dejo para los escritores malditos. Que se suiciden. Aunque los contumaces coqueteadores de la muerte no suelen ser valientes a la hora de quitarse de en medio. Yo, al contrario: ¡A vivir, a vivir!, que es lo que venían a exclamar las tres hermanas de Chéjov cuando decían aquello de «¡A Moscú, a Moscú!». Recuerdo que el año pasado un periodista comenzó presentándome en una entrevista como la escritora «de más de medio siglo». ¡De más de medio siglo! Menos mal que no se refirió a mí como «la escritora del siglo pasado», que en parte también lo soy.
   Antonio dice que debemos celebrar mi cumpleaños en el Four Seasons; sostiene que hay que ser fieles a la tradición inaugurada ahora hace cuatro años. Y vamos. Como inevitablemente suele ocurñr en las celebraciones, hacemos recuento de la vida, decimos que parece que fue ayer, que todo parece que fue ayer, y yo le digo que mi único deseo es que en nuestro entorno no muera nadie más joven que yo. Ya sabe él a quiénes me refiero: que nunca les ocurra nada a los chicos. En el apartado «chicos» entran hijos, hija, sobrinos, sobrinas. Y él está de acuerdo. Tras esta nube de pensamiento mórbido al que yo tengo tendencia en cuanto se hace de noche y que Antonio está acostumbrado a disipar, tratamos de imaginar cómo será nuestra vida cuando ya no pasemos los inviernos aquí, el año que viene, sin ir más lejos.
   Por más que queramos tener tradiciones y sentar la cabeza, compartimos una ansiedad por el cambio que nos hace estar siempre de mudanza. Tal vez sea la necesidad de vivir más de una vida dentro de esta vida tan corta que tenemos.

AFORISMOS EN RE-MI BEMOL-DO-SI, Fernando Menéndez

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FERNANDO MENÉNDEZ, Aforismos en Re-mi bemol-do-si, FM, Gijón, 2011, 18 páginas.

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Los sonidos como los pájaros buscan sus espacios para soñar.
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Todo lo que queda de la música es su memoria a la medida de los sueños.
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Las notas de la duda en el último canto a la nada.
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La naturaleza es amarga y libertina, la música es indecible y bella.
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El silencio entre dos notas: un intervalo para encontrarse a sí mismo.
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El hombre, una bagatela en la partitura del tiempo.

EL MUSEO DE LOS NÚMEROS, Dimitris Calokiris

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DIMITRIS CALOKIRIS, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007, 156 páginas.

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Calokiris ilustra también este libro de cuentos que contiene en último lugar Vita brevis, un microrrelato de tan sólo cuatro palabras: (VITA BREVIS: ONtología, OFF).
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ARCOLEON

   Es el nombre de una iglesia —hoy insignificante— en Tesalia.
   No se sabe si dedicada a algún santo de ese nombre, pero así es como la llama todo el mundo, Arcoleon. Retirada, cerca de una fuente que se secó hace siglos, de la que no quedan más que las huellas del agua que esculpió la piedra. Es blanca por dentro igual que por fuera. Pero completamente blanca. No hay ninguna imagen, ninguna representación. Hubo un tiempo en que los frescos lo cubrían todo, lo dice la guía, desde la cúpula hasta los cimientos, pero una mañana los frescos desaparecieron. A causa del calor, dijeron algunos, bajaron los santos, los ángeles y los mártires, se desnudaron, recogieron sus casullas y sus ornamentos y se dieron a la fuga. O tal vez por el flagrante cambio de rumbo del olivar que se llenó de heterogéneos bloques de pisos de color rosa. Otros abundaban en el argumento calorífico, pero con la explicación de que habían sido los colores, y no las formas, los que habían sufrido las consecuencias de las altas temperaturas, y otros, más realistas, argüían que los pintores no habían usado materiales de primera calidad -los constructores, ni siquiera de segunda-, y con la temperatura todo se había evaporado.
   Una versión de los hechos que también fue seriamente considerada es la siguiente: habían venido unos americanos para la boda de su hija con un antiguo compañero de estudios natural de la comarca. Estudiantes de electrónica, habían sentido el flechazo en medio de un circuito completo. Pero se casó el pobre y se desvaneció la noche. Ante el cabrito nupcial la madre de la novia se sintió mal y partió por senderos desconocidos para siempre. Tras el pánico inicial y el veredicto inapelable del médico (que dio la casualidad de ser uno de los concelebrantes del banquete nupcial), el esposo de la finada, con tal de evitar los frigoríficos, los trámites, las penalidades y los considerables gastos de transporte del cadáver a la tumba familiar de la pequeña ciudad de Six (sic) en Virginia Occidental, prefirió darle sepultura aquí, cerca de sus nuevos parientes y de las benditas aguas del Esperquio.
   De manera que, aunque la difunta profesaba el judaísmo, lo ocultaron, y la enterraron según el rito de la Iglesia Oriental. La diferencia de religión no la percibió nadie, claro está, durante la ceremonia, pero al día siguiente la iglesia quedó vacía. Vinieron policías, bomberos, arqueólogos, pero en vano. Ciertos conocidos traficantes de antigüedades que fueron detenidos para salvar el expediente fueron puestos rápidamente en libertad, pues tenían una coartada incontestable: habían participado en el banquete.
   Al principio ni las velas permanecían encendidas; decían que salía de dentro un fuego que se tragaba la llama. Poco a poco remitió el fenómeno. Las llamas sólo se apagaban cuando se derretían las velas, y la gente las encendía a cientos, para crear atmósfera seguramente, hasta que un día se incendió el nártex, y se quemaron los candeleros, los bancos, hasta la pila bautismal fue pasto de las llamas; la iglesia fue finalmente encalada y las desavenencias se equilibraron.
   Hay paredes con inscripciones, con balas, paredes que oyen y llevan pendientes. Pero si las paredes oyen, los campos ven, dice un refrán popular. El campo en cuestión guardó bien su secreto. Se dijo que el novio había estado prometido en el pasado a la hija de un miembro de la junta parroquial (unos dicen que era sacristán, otros que del coro) y la había dejado, en todo caso, al irse a América, y aquella inocente muchacha quedó profundamente afectada y fue recluida en una institución porque empezó a reír peligrosamente, a hacer conjuros, a tragar fuego y a hablar con voz masculina lenguas extrañas y disputar con Mastema, el jefe de los espíritus, a silbar canciones country, y a hacer todas esas cosas indecorosas que leemos de vez en cuando en los periódicos.
   Le suministraron pócimas y enemas, la exorcizaron dos veces, y encontró la paz. Parece que, verdaderamente, el alma, como con frecuencia oímos, es un abismo.

EL ERIAL Y SUS ISLAS, Juan Goytisolo

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JUAN GOYTISOLO, El erial y sus islas, FCE, Madrid, 2015, 252 páginas.

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Este volumen coeditado por la Universidad de Alcalá recoge en sus dos secciones (Cervantiadas y Lecturas, evocaciones y relecturas) trabajos ya publicados en revistas literarias y en prensa escrita.
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MIS CONSEJOS DE LECTURA A FRANCISCO

   Aunque coincido con Juan José Tamayo en su conclusión de que el nuevo Pontífice no ha aportado cambios sustanciales al cuerpo doctrinal de la Iglesia a fin de adaptarla a los tiempos que corren y de eliminar sus más flagrantes anacronismos como el de la exclusión de la mujer del sacerdocio, el obligatorio celibato eclesiástico y otras asignaturas pendientes viejas de siglos, el talante sencillo y llanote de Francisco permite a cada hijo de vecino de la congregación de fieles abrigar la esperanza de dialogar con él por correo electrónico e incluso de viva voz por teléfono, como esa desdichada mujer violada y encinta por su agresor a quien Francisco, dan ganas de llamarle Paco, ofreció consuelo y exhortó a que guardara el fruto de su vientre y su correspondiente almita, o ese atribulado gay francés al que supuestamente dijo que no era él quién para juzgarlo aunque el secretariado vaticano desmintió esta llamada (parece ser que muchos vanidosos, farsantes y desaprensivos simulan ser Francisco y envían tuits apócrifos usurpando su nombre y funciones en la Silla de Pedro).
   Si un día tuviera la dicha inesperada de recibir un llamado suyo voseándome y pronunciando sus palabras con mi muy querido y genuino acento porteño, después de preguntarle por el equipo de fútbol del que es forofo y por la buena marcha del orbe católico, me permitiría aconsejarle la lectura de algunas obras ilustrativas de la vida común y corriente en la Ciudad Santa, obras que le facilitarían un mejor conocimiento de la grey que apacienta. De este modo en el intervalo de una audiencia a Il Cavaliere de peluquín alquitranado (a quien la justicia, como una mosca cojonera, no deja en paz) y de la visita de una delegación de obispos in partibus (¡qué bonito eufemismo para designar tierra de infieles!), le diría, mirá, Francisco, si sos aficionado a libros profanos, tenés que darte una vuelta por la biblioteca tan linda de la que sos el amo y buscá El retrato de la lozana andaluza de tu tocayo Delicado y vas a conocer una Roma bastante parecida a la de tu predecesor emérito y aprender un sinfín de cosas sobre sus tejemanejes y trapicheos, a mil leguas de las intrigas de la curia (esa “red de cuervos y víboras”, Bertone dixit) y del boato y coreografía cardenalicia a los que se aferraba el bueno de Benedicto. No voy a recomendarte las ya anticuadas obras de Gide y Peyrefitte, ni El Concilio del amor, ni los muy recientes éxitos de ventas de ambientación vaticana con criptas, cadáveres desaparecidos, lavado de dinero y poco santas mafias sino, si tenés un oído presto a la escucha de las voces del mundo y no os asusta la logomaquia, una de las mejores novelas del siglo que dejamos atrás: me refiero a Quer pasticciaccio brutto de Via Merulana de Carlo Emilio Gadda, heroica y bellamente vertida al castellano por Juan Ramón Masoliver, adaptación a la que vos podés recurrir si te arredran como a mí las efervescentes, sabrosas y casi intraducibles lenguas, jergas y dialectos de la que el autor llama la “fatal península” (la nuestra no lo es menos).
   Entregarse en cuerpo y alma (¡esa va por vos!) a la lectura de Gadda es calar con una sonda en los distintos estratos sociales de la ciudad en la que residís, cerca, pero humanamente a mil leguas, de las fronteras invisibles del Estado vaticano, de sus templos grandiosos y frescos micheloangelianos: capas y capas superpuestas de burgueses y alguna condesa, funcionarios, abogados, doctores, inspectores de policía, carabinieris, viudas, amas de casa y otros ejemplares de las siempre inquietas y cuitadas clases medias, cuyos diálogos y soliloquios parece reproducir Gadda con una grabadora inexistente en la época en la que se sitúa la acción de la novela, en esos años veinte del pasado siglo en los que colgaba por doquiera en Roma el retrato del Cabestro, “con su jeta, por memo de nacimiento, de querer vengarse del mundo” (¿lo adivinás? ¡Mussolini!).
   Gadda nos introduce, y te conducirá a vos, estos distritos centrífugos, periféricos, que no figuran en las guías para turistas ni recorren los peregrinos ansiosos de acumular bulas e indulgencias con devocionarios y cánticos: barrios plebeyos, gozosamente promiscuos, con aprendices, artesanos, obreros, menestrales, mozos de cuerda, alcahuetas, prostitutas, chulos, ganapanes y azotacalles que con diversa fortuna vivotean o medran en los márgenes del poder de turno y de los pontífices que se suceden allá en las alturas. Si escuchás sus voces, caro Francisco, vas a acceder a los fondos que son el sustento y vida del universo que contemplás desde los balcones de tu palazzo. Ellos no saben de dogmas ni encíclicas pero tienen los pies bien plantados en el suelo que pisan, se expresan en lombardo, abrucés, véneto o siciliano, pregonan su mercancía a grito herido, ¡el buen lechón!, o la preciosa gallina evocada asímismo en los monólogos de nuestro agudo Arcipreste de Talavera, un regalo al oído del que también vos disfrutarás si te bajás del papamóvil y seguís a Gadda por los barrios que frecuentó después el santo mártir Pasolini.
   El aliento del pueblo, la lengua viva y bien viva te rescatarán del corsé de un lenguaje bello pero muerto, de la liturgia preservada en congelador, del ceremonial vetusto y apolillado, del zancadilleo y puñalá trapera. Si vos animás a leer a Gadda y tenés un rato libre, hablaremos del zafarrancho aquel de Via Merulana y de las posibles analogías de su autor con otro genio. Ya veo que se te viene a los labios: ¡Fellini!

89 HAIKUS ZEN, María de Luis

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MARÍA DE LUIS, 89 haikus zen, Huerga y Fierro, Madrid, 2011, 104 páginas.

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EL LAGO

Lago sin fondo
espejo donde el viento
lava su rostro.

50 COSAS QUE HAY QUE SABER SOBRE FÍSICA, Joanne Baker

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JOANNE BAKER, 50 cosas que hay que saber sobre física, Ariel, Barcelona, 2010, 216 páginas.

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En la Introducción (p. 7) la autora expresa una convicción: "La física no sólo es fundamental: es divertida". 
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TEORÍA DEL CAOS

   El aleteo de una mariposa en Brasil puede ocasionar un tornado en Texas. Eso dice la teoría del caos. La teoría del caos reconoce que algunos sistemas pueden producir comportamientos muy diferentes aunque tengan puntos de partida muy similares. El tiempo atmosférico es uno de estos sistemas. Un leve cambio de temperatura o presión en un lugar puede desencadenar una cadena de acontecimientos posteriores que a su vez disparan un aguacero en otro sitio.
   El caos es un término un tanto equívoco. No es caótico en el sentido de que sea completamente desenfrenado, impredecible o desestructurado. Los sistemas caóticos son deterministas, es decir, que si conocemos el punto de partida exacto son predecibles y también reproducibles. La física simple describe la serie de sucesos que se desarrollan, que es igual cada vez que se hace. Pero si nos fijamos en un resultado final, es imposible remontarse hacia atrás y determinar de dónde procedía, ya que hay diversos caminos que pueden haber conducido a ese resultado. Esto se debe a que las diferencias entre las condiciones que provocaron uno y otro resultado eran diminutas, incluso imposibles de medir. Así pues, los resultados diferentes proceden de ligerísimos cambios en los valores de entrada. A causa de esta divergencia, si no se está seguro sobre los valores de entrada, la variedad de los comportamientos subsiguientes es enorme. En términos de tiempo atmosférico, si la temperatura del remolino de viento difiere en tan sólo una fracción de grado de lo que usted cree, entonces sus predicciones pueden resultar totalmente erróneas y el resultado podría ser quizá no una violenta tormenta, pero sí una ligera llovizna o un feroz tornado en la ciudad vecina. Los meteorólogos están, por tanto, limitados en lo anticipadamente que pueden pronosticar el tiempo. Incluso con las ingentes cantidades de datos sobre el estado de la atmósfera, suministrados por los enjambres de satélites que giran alrededor de la Tierra y las estaciones meteorológicas diseminadas en su superficie, los meteorólogos sólo pueden predecir patrones de tiempo atmosférico con unos pocos días de antelación. Más allá de esto, las incertidumbres pasan a ser enormes debido al caos.
   La teoría del caos fue desarrollada seriamente en la década de 1960 por Edward Lorenz. Mientras utilizaba un ordenador para desarrollar modelos de tiempo atmosférico, Lorenz se percató de que su código generaba patrones meteorológicos de salida enormemente diferentes únicamente porque los números de entrada se redondeaban de una forma distinta. Para facilitar sus cálculos había dividido las simulaciones en diversos fragmentos y trató de reanudarlos por la mitad en lugar de hacerlo desde el principio, imprimiendo números y volviéndolos a copiar después a mano. En el listado que él había copiado, los números se redondeaban con tres decimales, pero la memoria del ordenador manejaba cifras con seis decimales. De modo que cuando 0,123456 fue sustituido por la forma más corta 0,123 en mitad de la simulación, Lorenz observó que el tiempo atmosférico resultante era totalmente diferente. Sus modelos eran reproducibles y, por tanto, no aleatorios, pero las diferencias eran difíciles de interpretar. ¿Por qué un cambio minúsculo en su código producía un maravilloso tiempo despejado en una simulación y una tormenta catastrófica en otra?
   Al analizarlo con mayor detalle se vio que los patrones meteorológicos resultantes se limitaban a un conjunto determinado, que él denominó atractor. No era posible producir un tipo cualquiera de tiempo atmosférico variando los datos de entrada, sino que más bien se propiciaban un conjunto de patrones meteorológicos aunque fuera difícil predecir con antelación exactamente cuál se derivaría de los datos numéricos de entrada. Éste es un rasgo clave de los sistemas caóticos: siguen patrones generales, pero no se puede retroproyectar un punto final específico hasta un dato de entrada inicial particular porque los caminos potenciales que conducen a esos resultados se superponen.
   Las conexiones entre los datos de entrada y de salida pueden registrarse en un gráfico para mostrar el rango de comportamientos que presenta un sistema caótico particular. Este tipo de gráfico refleja las soluciones del atractor, que a veces se denominan «atractores extraños». Un famoso ejemplo es el atractor de Lorenz, que tiene el aspecto de varias figuras de ochos solapadas, ligeramente movidas y distorsionadas, que recuerdan la forma de las alas de una mariposa.
   La teoría del caos surgió en la misma época en que se descubrieron los fractales con los que guarda una estrecha relación. Los mapas de atractores de soluciones caóticas para muchos sistemas pueden aparecer como fractales, en los que la fina estructura del atractor contiene otra estructura a muchas escalas.
   Primeros ejemplos Aunque la disponibilidad de los ordenadores hizo arrancar realmente la teoría del caos, al permitir a los matemáticos calcular repetidamente comportamientos para diferentes datos numéricos de entrada, mucho antes ya se habían detectado sistemas más simples que mostraban un comportamiento caótico. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, ya se aplicaba el caos a la trayectoria de las bolas de billar y a la estabilidad de las órbitas.
   Jacques Hadamard estudió las matemáticas del movimiento de una partícula en una superficie curva, como una bola en un partido de golf, lo que se conoce como billar de Hadamard. En algunas superficies, la trayectoria de las partículas se convertía en inestable y se caían por el borde. Otras permanecían en el tapete, pero seguían una trayectoria variable. Al cabo de poco, Henri Poincaré también descubrió soluciones no repetitivas para las órbitas de tres cuerpos bajo la acción de la gravedad, como por ejemplo, la Tierra y dos lunas, comprobando nuevamente que las órbitas eran inestables. Los tres cuerpos giraban unos alrededor de otros en bucles en continuo cambio, pero no se separaban. A continuación los matemáticos trataron de desarrollar esta teoría del movimiento de un sistema de muchos cuerpos, conocida como teoría ergódica, y la aplicaron a los fluidos turbulentos y a las oscilaciones eléctricas en los circuitos de radio. A partir de los años cincuenta, la teoría del caos se desarrolló muy rápidamente al tiempo que se descubrían nuevos sistemas caóticos y se introducían las máquinas computadoras digitales para facilitar los cálculos. El ENIAC (Electronic Numerical Integrator And Computer, Computador e Integrador Numérico Electrónico), una de las primeras computadoras, se utilizaba para realizar pronósticos meteorológicos e investigar el caos.
   El comportamiento es muy común en la naturaleza. Además de afectar al clima y al movimiento de otros fluidos, el caos se produce en numerosos sistemas de muchos cuerpos, incluyendo las órbitas planetarias. Neptuno tiene más de una docena de lunas. En lugar de seguir las mismas trayectorias cada año, el caos hace que las lunas de Neptuno reboten de aquí para allá siguiendo órbitas inestables que cambian año tras año. Algunos científicos piensan que la disposición ordenada de nuestro propio sistema solar puede acabar finalmente en el caos.

 

75 CUENTOS SUFÍES, Eva de Vitray-Meyerovitch

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EVA DE VITRAY-MEYEROVITCH, 75 cuentos sufíes, Olañeta, Palma de Mallorca, 1984, 156 páginas.

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En El camino de los cuentos (pp. 7-11) Eva de Vitray-Meyerovitch, la editora de esta antología, señala que "La tradición de los maestros sufíes —que, como se sabe, es la mística musulmana— siempre ha tomado los procedimientos que consideraba favorables para la transmisión de una enseñanza, para establecer un "puente" entre lo sensible y lo inteligible".
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EL HOMBRE QUE FUE A PEDIR SU PARTE A DIOS

   Un hombre muy desgraciado se preguntaba un día qué habría hecho Dios, justo y bueno, con su parte de felicidad, y resolvió que lo iría a ver y se la reclamaría. Dicho y hecho, se puso en camino.
   Llegado a un pueblecito, pidió hospitalidad en nombre de Dios a una mujer, que le dijo que su marido había matado ya a noventa y nueve personas. y que él corría el peligro de convertirse en la centésima víctima. De todas formas, ocultó al viajero en un cobertizo fuera de la casa, tras haberle dado de comer.
   Una vez vuelto su esposo. le contó la mujer lo que había pasado, pero le suplicó que no matase a aquel viajero que había partido para reclamar a Dios su parte. El marido lo prometió, hizo que le trajera al viajero a su casa y lo trató con generosidad durante tres días, después de lo cual le encargó decirle al Señor que, si bien había matado noventa y nueve hombres, a él no le había hecho daño alguno, y que imploraba su perdón. El viajero aceptó dar aquel recado.
   Después llegó a un bosque donde había un ermitaño que vivía en penitencia y a quien, cada noche, mandaba Dios alimentó milagrosamente.
   El ermitaño invitó al viajero a compartir la cena, que aquella noche resultó estar compuesta de dos platos, enviados, como siempre, por el Cielo. Como uno de los platos era más refinado que el otro. lo comió el ermitaño, dejando el menos bueno para su huésped. Cuando éste le dejó, a la mañana siguiente, el ermitaño le encargó que le preguntara a Dios qué lugar le reservaba en el más allá después de la muerte.
   El viajero llegó luego a un desierto en el que distinguió a un hombre de delgadez esquelética, completamente desnudo, que se escondía en un agujero cavado en la arena. Le preguntó al peregrino cuál era su destino y, enterado, le pidió que le dijese a Dios que aquel que no tenía para cubrirse otra cosa que arena le enviaba decir que estaba dispuesto a aceptar una desgracia más, proclamando, esto, con aire desafiante.
   Finalmente, el viajero terminó por encontrarse a un ángel que le preguntó a dónde iba, y que le informó que a él había encargado Dios dar a cada hombre lo suyo. Él se encargaría de pedir las respuestas. El hombre respondió que había venido a pedir su parte, pues no había recibido nada en este mundo. En cuanto a aquellos que había encontrado, uno era un hombre que, habiendo matado a noventa y nueve, le había dado hospitalidad y solicitaba el perdón de Dios. El segundo era el ermitaño. El tercero el solitario que vivía en un agujero del Sahara.
   El ángel partió como un rayo y volvió con las respuestas: «El que mató pero te ha alimentado y se arrepiente está perdonado. Al ermitaño, que tomó para sí los mejores trozos, no le sirven de nada sus mortificaciones anteriores. En cuanto al que desafía a Dios a que le envié una desgracia más, tú mismo podrás juzgar. A ti, por último. Dios te concederá tu parte».
   A su vuelta, el viajero vio al hombre desnudo en su agujero: ya ni arena tenía para vestirse.
   Transmitió las respuestas celestiales al ermitaño y al asesino, volvió a su casa. y a partir de entonces fue feliz. «Dios, a quien no gustan ni la rebelión ni la presunción, es por excelencia El que Perdona y ama, y sólo Él puede dar la felicidad o la desdicha».

(Con arreglo a: E. Dermenghem, Cantes Kabyles)

70 EPIFANÍAS, Klaus Rifbjerg

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KLAUS RIFBJERG, 70 epifanías, Bassarai, Vitoria, 2009, 94 páginas.

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En el camino de estos poemas en prosa de Rifbjerg encontará el lectos las ilustraciones de Arne Haugen Sørensen.
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LA HABITACIÓN VACÍA

   Cuando ella sale de la habitación, ésta no se queda vacía. Queda algo. Puede ser p. ej. su olor, ahí hay algo concreto a lo que atenerse. ¡Todo el mundo sabe que tanto las habitaciones como las casas adquieren el olor de quienes las habitan! Es algo que puede comprobarse: cuando ella sale de la habitación ¡queda algo de su olor! Pero hay algo más que es mucho más difícil de definir. Tal vez se deba a que no la conoces tan bien ni sabes lo que hace cuando está en la habitación. Porque no hay la menor posibilidad de comprobarlo, sería algo absurdo y una intromisión. De vez en cuando sí que llegan sonidos de la estancia, algunos de ellos son reconocibles, p. ej, pasos. El resto es mucho más difícil de descifrar y naturalmente también debería ser algo accesorio cuando se trata de comprobar qué es lo que queda cuando ella no está ya en la habitación, si es que es tan importante. Tal vez sea un sonido, un eco. Tal vez los movimientos que ella ha hecho generen una especie de vibraciones que emiten sonidos, además parece científicamente probable. Pero, ¿tienen la suficiente intensidad para sobrevivir al hecho de que ella ya no está en la habitación, que sencillameme se ha marchado, ha cogido su bici y se ha alejado pedaleando para llegar al trabajo con el resto de los que pedalean en sus bicis para ir al trabajo? Eso que se dice tan poéticamente de que «el silencio suena» ¿podría aguantar el ruido y el zumbido y el gruñido y el refunfuño y el tintineo y el silbido demencial que producen los autos y las bicis y los tranvías y las voces de todos los de ahí fuera que se abren camino pedaleando con ella? No parece verosímil. Pero entonces qué coño es ese ruido que sale de su habitación cuando ella se ha ido, debe de haber algo, algo que haya dejado, algo debe de ocurrir. Pero ella tiene la llave, y pensándolo bien, no hay más que su olor. Un olor indescriptible, pero inconfundiblemente suyo. Es un hecho, un hecho ruidoso, si se me permite decirlo así, un sonido.


NEIN. UN MANIFIESTO, Eric Jarosinski

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ERIC JAROSINSKI, Nein. Un manifiesto, Anagrama, Barcelona, 2016, 122 páginas.

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#LaAudaciaDeLaEsperanza
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La buena noticia:
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Han encontrado la esperanza que perdimos.
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La mala:
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Se niega a volver.

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Amor: 1. Una tregua entre la indiferencia y el asco. 2. Un segundo que cobra por horas. 3. El consuelo que da saber que al menos existe otra persona con tan poco criterio como tú.
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Consumo: La droga preferida del capitalismo: elegir.
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Crisis de los cuarenta: Cuando un día, de repente, te das cuenta de que llevas mucho tiempo muriéndote.
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Gramática: Instrucciones de montaje de Ikea distintas en cada país. Pero sólo disponibles en alemán.
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Nabokov: Un coleccionista de mariposas que las libera en forma de párrafos.
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Patriotismo: El amor al país que profesan aquellos que nunca han salido de él.
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Poeta: Alguien que corta líneas para completar una idea.
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Tecnología: El abismo más profundo en la más plana de las pantallas.

HOJARASCA, José Luis Parra

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JOSÉ LUIS PARRA, Hojarasca, Renacimiento, Sevilla, 2016, 88 páginas.

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En la honda noche
el olor de la fruta
alumbra al ciego

TEORÍA DEL EXTRAÑO MOVIMIENTO, Vicente Huici Urmeneta

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VICENTE HUICI URMENETA, Teoría del extraño movimiento, Pamiela, Pamplona,  1985, 44 páginas.
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el trabajo de los días,
prisión dulce
de puerta ciega

BICHOS, Miguel Torga

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MIGUEL TORGA, Bichos, Alfaguara, Madrid, 1998, 150 páginas.


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RAMIRO

   —¡Buenos días nos dé Dios!
   —Hum...
   Y el que pasaba hasta cambiaba de color.
   Se le encogía el corazón al oír una respuesta así en un paraje tan desolado. ¡Hasta daba miedo!
   Felizmente no se trataba de ningún ladrón.
   Después de mascullar aquel gruñido por todo saludo, permanecía quieto, tranquilo, apoyado en la guadaña, con sus ojos opacos clavados en la blancura del rebaño. Ramiro era pastor.
   Más de un domingo, a la entrada de la iglesia, Manuel el Pelinhas, que era un charlatán, se había metido con él.
   —Cualquiera diría que te cuesta trabajo hablar...
   Pero Ramiro respondía a estas bromas sin despegar los labios, y sin despegar los labios oía la misa que decía don Joáo. Si al final había letanía, no contestaba, y si el cura, en el altar, hacía señas a los hombres para que cantasen el Tantum ergo, él no cantaba.
   Veinte años en el monte Maráo le habían llenado el alma de silencio. En una aridez como aquélla, sólo las vidas que latían sin ruido conseguían salir adelante. La chamiza, la retama, el tojo, las lagartijas, las culebras y los saltamontes crecían en medio de ese mismo receloso mutismo. En marzo, florecían los urces. Pero esta explosión de color no tenía fuerza suficiente para despertar a las rocas. Y la lección que Ramiro aprendía diariamente era la de una irremediable afonía cósmica, quebrada de vez en cuando por el monosilábico balido de un cordero que se quedaba absorto contemplando un guijarro o por los ladridos del Rilha que, presuroso, denunciaba la presencia de algún lobo. Y, por todo esto, no utilizaba palabras sino un lenguaje muy diferente: un silbido seco, estridente, instantáneo, que les lanzaba a sus interlocutores con la misma violencia que a las reses descarriadas. El pitido, que salía de sus labios con el ímpetu de una embestida, se metía por los oídos como un puñal. Los tímpanos llegaban casi a sangrar.
   —¡Y todavía quieres que con esa manera de hablar te caiga la Rosa en los brazos!
   Sí que quería. Cuando pasaba a su lado, se la comía con los ojos. Desgraciadamente no sabía formular de otro modo el deseo que lo consumía. Y, a pesar de que su madre le preparaba el terreno, seguía soltero, por no poder expresarse.
   Por la mañana, se levantaba incluso más temprano que su perro guardián. Sin embargo, ni le pedía la bendición a la pobre de la tía Etelvina, que consideraba a aquel hijo como un castigo del cielo, ni le daba los buenos días al rebaño... Un silbido, y nada más. Y así avisaba a la madre y al ganado de que era la hora. La infeliz acudía a darle el zurrón, y el rebaño se preparaba para salir. Poco después, la procesión se ponía en marcha camino del Maráo, ese desierto sin voz. Ramiro iba siempre solo. Nunca buscaba la compañía de otros pastores. Su norma era caminar en solitario aunque llevase el rebaño a los mismos confines de la sierra.
   —¿Hay pasto en la Gralheira?
   —Hum...
   Nada más. El que quisiera saberlo que fuese hasta allí. Y seguía distante, absorto, sin decir una palabra. Si por casualidad se encontraba a algún compañero en un valle, y no podía o no quería evitarlo, se quedaba allí plantado sin abrir la
boca, sin darse por enterado de la presencia del intruso.
   Y eso fue lo que sucedió aquel día. Se presentó el Ruela y sus ovejas se metieron a pastar entre las de Ramiro. No abrió la boca, y permaneció así horas y horas, hasta que ocurrió la desgracia. Tampoco después, al consumarse la tragedia,
dijo nada. Cuando el Ruela quiso justificarse, le respondió con una mirada todavía más dura. Y cuando levantó la guadaña, lo hizo también en silencio, como si fuese a cumplir un voto.
   —¡Te juro que no he querido darle!
   Pero Ramiro estaba como loco. La Mimosa era la oveja más bonita de Arca. Y verla así, tendida y muerta, era algo que iba más allá de su poder de comprensión.
   —¡Créeme, ha sido sin querer!
   Al pobre Ruela, al separar el ganado,se le había ido la mano. El resultado fue que le había pegado tal pedrada a la oveja en la barriga, que la desgraciada, con un vientre como el de una vaca preñada, había abortado y había muerto. No fue en el acto. Ya habían pasado algunas horas cuando empezó a balar, a balar, con una desesperación tan grande que parecía una criatura humana. A balar y a irse en sangre. Ramiro, mientras duró la agonía, apretaba el cabo de la guadaña con una rabia amordazada. Los ojos se le iban tiñendo de rojo de los esfuerzos que hacía para contenerse. Desgraciadamente, ocurrió lo peor... El corazón del animal, de repente, dejó de latir. Y entonces ya no pudo dominarse.
   —¡Por el alma de tus muertos, Ramiro!
   Esta súplica, de una angustia ilimitada, brotó con el fervor de una oración del oprimido pecho del condenado. Pero la guadaña hendía ya el aire como un destino. Y su grito de terror no encontró eco. Fue flotando, indeciso, sierra adelante
y acabó perdiéndose en un barranco. Y así tenia que ser la eternidad de ese instante, para que Ramiro estuviese en consonancia consigo mismo. Su alma era muda como una tumba. En el momento preciso en que la cuchilla iba a caer sobre la cabeza del Ruela, hasta los montes se quedaron atónitos de espanto. Sólo que, ahora más que nunca, la boca de Ramiro estaba cerrada. Rasgada y fina, hacía pensar en una larga herida cicatrizada. En su rostro rudo lo único que hablaban eran sus grandes ojos abiertos. Inyectados en sangre, no expresaban más que una determinación total, feroz, en la que no cabía el perdón.
   Y, sobre el cadáver inocente de aquel hombre, no se oyó, en un instante fugaz, más que un silbido seco, agudo, llamando al rebaño para que regresara al redil.

ALGUIEN TENDRÍA QUE PROHIBIR LOS DOMINGOS POR LA TARDE, Isabel Coixet

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ISABEL COIXET, Alguien tendría que prohibir los domingos por la tarde, El Aleph, Barcelona, 2011, 124 páginas.

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Recoge este libro una selección de los artículos publicados entre 2010 y 2011 en el suplemento dominical de El Periódico. En todos está presente "ese estado que condujo a Proust a meterse en la cama y a no querer salir por más magdalenas y té que Celeste le trajera".
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UN MOMENTO DE PLACER

   Esperaba con impaciencia el nuevo libro de Antonio Orejudo. Desde Fabulosas narraciones por historias, las novelas de este escritor me fascinan y nunca me decepcionan. Antonio Orejudo evita con maestría todas las trampas que la torva realidad española contemporánea tiende a sus narradores y consigue conservar un punto de vista irónico, tierno, fantástico y crítico al mismo tiempo sobre las cosas esas que nos rodean sin que la acritud, la amargura, la mala baba, los fantasmas del pasado y el aburrimiento hagan mella en él. Un momento de descanso, su nueva novela, es un libro buenísimo, de esos que se devoran en una tarde absurda de domingo y hacen que el domingo por la tarde casi parezca un viernes, lo que para mí es quizás uno de los grandes elogios que se le puede hacer a un libro. ¿De qué va? Va de un escritor que se llama Antonio que encuentra a su viejo amigo Arturo Cifuentes de la facultad en un puesto de la feria del libro donde está firmando su última novela. Y, a partir de ahí, nos embarcamos en una aventura hilarante, triste y formidable, donde lo políticamente correcto (esa alumna negra que ronca en una clase de Cifuentes en la Universidad de Misuri) es puesto en entredicho y donde la vida académica, tanto en Estados Unidos como en España, es vapuleada con toda la razón. Porque el mundo universitario americano que retrata Orejudo es así: lugares donde los textos sobre los textos son más importantes que los textos, hasta el punto que cuando uno va a escuchar lo que dicen de lo que uno hace, tiene la sensación de que la persona que se ha pasado años analizando su, ejem, llamémosle obra, en el fondo desearía que estuviese muerto o al menos con una enfermedad grave que le impidiera poner cara de susto cuando escucha las aburridas barbaridades que suelta. La universidad española no sale mejor parada en la novela: medrar, conspirar, matar cualquier amago de excelencia, de curiosidad, de ganas de superación es la tónica general. Espero que la lectura de este libro haga pupa en los ambientes universitarios. Aunque bien pudiera pasar que algún especialista en Baudrillard diseque el libro hasta extraerle su esencia original y lo deje pal arrastre. Me gusta el aire de pesadilla que tienen algunos fragmentos del libro, me gustan los momentos musicales, me gusta esa alucinante reunión para decidir quién gana unas oposiciones: si un profesor con un brillante historial y decenas de publicaciones o uno que ni tiene historial ni nada, pero los miembros del consejo son chantajeados para que gane el peor candidato. Es una escena que no dejo de recrearla en mi cabeza como una secuencia de una película a caballo entre Buñuel y Chabrol. También me gusta que tenga 241 páginas y no 600. Un momento de descanso es una prueba más de que necesitamos más escritores (y, ya puestos, más seres humanos) como Antonio Orejudo.

UNA COSTUMBRE DE OCEANÍA, Alberto Ramponelli

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ALBERTO RAMPONELLI, Una costumbre de Oceanía, Ediciones Simurg, Buenos Aires, 2006, 124 páginas.

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EL ASESINO SE ARREPIENTE

   Cierto pasaje de Hegel dice: “...la vida ultrajada aparece como un poder hostil contra el culpable y lo persigue de igual modo que éste había perseguido a aquélla: así el castigo como destino es la reacción idéntica a la del acto del propio ofensor, de un poder que él mismo ha armado, de un enemigo convertido en enemigo por él mismo”.
   Claro, él no había leído este pasaje de Hegel, o si lo había leído no lo tuvo en cuenta cuando, dejándose llevar por la ira, mató a Juan delante de testigos. A partir de ese momento tuvo que escapar y esconderse. Sabía que la ley lo buscaba, tomó precauciones. No se quedaba demasiado tiempo en ningún sitio, prefería trabajos nocturnos para reducir su exposición pública, cortó todo lazo con su familia. Se volvió receloso, solitario. Sintió que podía acostumbrarse a esta vida, en definitiva pautada por ciertos requisitos, como cualquier otra.
   No pudo acostumbrarse, sin embargo, a un hecho imprevisto: la presencia de Juan. Una presencia que fue agrandándose día tras día. Acechante, amenazador, Juan estaba en todas las cosas. En caras y miradas, en las sombras de su pieza, en los espejos, en la sirena que atravesando la noche llegaba hasta su insomnio. También fueron Juan los policías que finalmente lo apresaron, los jueces que dictaminaron su condena, incluso esa página del código penal en que los jueces basaron su dictamen. Fueron Juan los carceleros, los demás reclusos con quienes compartía el cautiverio, las horas del reloj, los días en el calendario, la soledad, las sombras, ahora, de su celda.
   Entonces el hombre deseó desconsoladamente un imposible: que las cosas hubieran ocurrido a la inversa, que el muerto fuera él y no el otro, para así perseguir a Juan, con la forma imbatible de un fantasma, hasta el fin de los días.

INTERSTICIOS, Nélida Cañas

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NÉLIDA CAÑAS, Intersticios, Apóstrofe, San Salvador de Jujuy, 2014.

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DILUVIO

   Los ladrones desmantelaron la casa. Se llevaron todo. Pero no pudieron con el arca de árboles y flores salvados del diluvio, que todavía cae.

MALEZA VIVA, Gemma Pellicer

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GEMMA PELLICER, Maleza viva, Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016, 128 páginas.

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LA VERRUGA

   Tenía en la cabeza una especie de verruga salvaje que no podía evitar rascarse con frenesí. Cada vez que lo hacía la excrecencia crecía como un junco silvestre, aunque su textura no fuera verde ni suave sino, por el contrario, rojiza y rugosa, semejante a una lija. Temía que le empezaran a nacer hijas y hojas por todas partes, así que sin sentarse a esperar en qué quedaba la cosa, se plantó audaz frente al espejo y comenzó a tirar fuerte de sí como si fuera un cable de fibra óptica. Para su sorpresa, el junco resultó raíz milagrosa. En cuanto la hubo arrancado por completo, un océano de desasosiego la colmó por dentro. Nadie quiso asomarse en todo el día por el agujero.

LA MÁS QUE VIVA, Christian Bobin

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CHRISTIAN BOBIN, La más que viva, Libros Canto y Cuento, Jerez, 2015, 138 páginas.

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La más que viva es una narración. Un libro sobre el duelo. Una colección de pequeñas prosas que Bobin va enhebrando con su habitual maestría. Un relato para Ghislaine, la no-fallecida, en el que aparecen el microensayo y el mejor aforismo. 
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   Hay algo de terrible en todas nuestras vidas. Hay, en el fondo de todas nuestras vidas, algo terriblemente pesado, duro y áspero. Como un poso, un peso, una mancha. Un poso de tristeza, un peso de tristeza, una mancha de tristeza. Aparte de los santos y algunos perros vagabundos, todos estamos más o menos contaminados por el mal de la tristeza. Más o menos. Se puede ver en nuestras mismas fiestas. La alegría es la sustancia más rara de este mundo. No tiene nada que ver con la euforia, el optimismo o el entusiasmo. No es un sentimiento. Todos nuestros sentimientos son sospechosos. La alegría no viene de dentro, surge de fuera: una casilla de nada, que circula, que está en el aire, que vuela. Le otorgamos mucho menos crédito que a la tristeza, que, por su parte, hace valer sus antecedentes, su peso, su profundidad. La alegría no tiene antecedente alguno, ni peso, ni profundidad. Está toda en sus inicios, para echar a volar, con temblores de alondra. Es la cosa más preciada y más pobre del mundo. Nadie la ve salvo los niños. Los niños, los santos, los perros vagabundos. Y tú. Tú la coges al vuelo, y la vuelves a dar enseguida, no hay nada más que hacer con ella. Y te ríes, solo sabes reír ante tanta riqueza dada, recibida. Sin embargo, tienes que ocuparte, como todos, de esa cosa terrible en nuestras vidas, esa sombra terriblemente pesada, dura, áspera. Le haces un sitio como a todo lo demás.
   Le abres la puerta a la tristeza con tanta amabilidad que se siente perdida, que pierde sus modales sombríos y se vuelve irreconocible.
   La gracia se paga siempre a un alto precio. Una alegría infinita exige un coraje igualmente infinito. Era tu coraje lo que yo oía en tus risas: un amor por la vida tan poderoso que ni la vida podía ya ensombrecerlo.

LA ÚLTIMA CENA Y OTROS CUENTOS, Homero Carvalho Oliva

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HOMERO CARVALHO OLIVA, La última cena y otros cuentos, Pasacalle, Lima, 2015, 128 páginas.

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GANADOR

   Cuando estábamos en la universidad nos gustaba la misma mujer, pero yo era tímido así que él la conquistó y en un par de años se casó con ella. Los volví a encontrar después de tres décadas y me dí cuenta que salí ganando, porque mientras él seguía con ella, envejecida y amargada, yo continúaba amando a la bella jovencita de diecinueve años.