NOSOTROS SOMOS ETERNOS, Patricia Nasello

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PATRICIA NASELLO, Nosotros somos eternos, Libros al Albur, Sevilla, 2015, 88 páginas.

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Bajo el título de Nosotros somos eternos se asoma una colección de microficciones no pensada para las treguas: entre la cotidianidad de lo fantástico al modo de Cortázar y una opresión melancólica que recuerda a Onetti —incluido el recurrente aroma a salitre—, la intensidad de estas 71 piezas sitúa su ancla en el aliento del lector: tal vez una de las formas más sensatas de eternidad a las que puede aspirar la literatura.

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LAS MUEVE EL VIENTO

   A mí y a mamá nos anda siguiendo una casa grande y vieja. Probamos a correr, a escondernos, pero no hay caso, sigue atrás. Para colmo, terminamos perdiéndonos. Yo creo que la casa también está perdida, así que eso no me preocupa, pero mamá se da vuelta, la señala con un dedo que le tiembla y abre mucho los ojos. “Castillo embrujado” dice, me lo dice en secreto, pero después grita: “Andate, no te conozco”, y los gritos son para la casa. A lo mejor sí la conoce, sólo que se olvidó.
   Me da lástima verla así a mamá. Tanta lástima que dejo que me apriete la cabeza contra ella y eso que no me gusta porque sin querer me tira los pelos que están metidos adentro de la trenza y la cara se me pega a su pollera de puntitos que raspan y casi ni puedo respirar.
   Las paredes de la casa seguro que raspan.
   Pienso que nos quiere decir algo, pero no sabe cómo tratar con la gente o no puede, porque por el lado de afuera está rota, llena de agujeros que no llevan a ninguna parte, si llevaran se vería lo de adentro, y no se ve. Pero aunque no se vea, yo sé que ese adentro existe. Sé que tiene muchos muebles de madera oscura adornada con dibujos, esos muebles altos y finos que mamá llama bargueños, y escritorios y roperos tan pesados que yo no podría moverlos. Tiene escaleras blancas escondidas detrás de unas telarañas tan viejas como la casa (las arañas se fueron hace mucho). Y debajo de los muebles y de las escaleras, tiene un montón de cosas moviéndose. “Explicame otra vez qué impulsa a las cosas”, pide mamá. “Las mueve el viento que entra por los fragmentos de puerta y de ventana y de techo que no están”, le contesto, pero es mentira y a mí me parece que mamá se ha dado cuenta, por eso pregunta a cada rato. Las cosas se mueven porque les gusta chocarse, terminar hechas pedazos. Lo roto quiere seguir rompiéndose.
   Ahora me doy cuenta, la casa nos eligió para que la ayudemos a morir.
   Que se la arregle como pueda, yo tengo que descubrir el camino que perdimos. Y tengo que cuidar a mamá. La llevo de la mano y siempre estoy mirando por dónde camina. Tengo terror de que tropiece y se lastime.

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