UNA HISTORIA DE ESPAÑA A TRAVÉS DE LOS PÉREZ, Antonio Mingote

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ANTONIO MINGOTE, Una historia de España a través de los Pérez, Crítica, Barcelona, 2014, 138 páginas.

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CANUTO PÉREZ DURANTEZ (1870-1925)

   El Principio del siglo XX fue amenizado, entre otras cosas, por el desarrollo, el esplendor y la prosperidad de la generación del 98.
   El año 1898 fue un año decisivo en la historia de España. Nos quedamos sin colonias, perdimos América (no del todo, pues se independizaron hablando en español).
   Canuto era hijo de Senén y una secretaria de Monturiol (Montserrat Durantez), que se aburrían haciendo carpetas según el invento del inventor del submarino, tarea que, por muy apasionante que pueda parecer, llegó a hacerse aburrida, por lo que la pareja tuvo cuatro hijos. Canuto fije el tercero.
   Canuto fue un intelectual muy interesado en la vida literaria y científica de España y si no inventó la generación del 98 fue, al menos, su mayor seguidor (uno de los muchos españoles fascinados por la generación de lumbreras literarios) y visitó todas las tardes las peñas en cafés de Madrid, donde las lumbreras del 98 mantenían sus famosas tertulias.
   —Hace tiempo que no sabemos nada de Aviraneta —decía Canuto, irrumpiendo en el café donde don Pío tenía su tertulia.
   —Sigue haciendo de las suyas en la corte de la pretendiente —decía don Pío, por salir del paso y mantener el interés de su interlocutor, pues ya había agotado a Aviraneta sus aspiraciones y en aquellos días su interés se concentraba en el sufragio universal que Sagasta estaba empeñado en implantar en España lo cual a don Pío le hacía mucha ilusión.
   Entraba Poco después Canuto en la peña de don Juan Ramón Jiménez cuyos contertulios se interesaban por si la inteligencia acabaría al fin revelando al poeta el nombre exacto de las cosas como se solicitaba.
   —El nombre exacto de las cosas está al caer —aseguraba Canuto ocupando su sitio en la tertulia de don Antonio Machado.
   —La esencia de Castilla no está en el nombre sino en el paisaje —le aseguraba don Antonio—. El nombre de las cosas creadas por el alma de Juan Ramón acabará sorprendiendo como la nueva hoja que brota en el tronco del viejo olmo muerto.
   Con todo esto Canuto se unía a la muchedumbre de tomadores de café que rodeaban a don Jacinto Benavente en su tertulia.
   —¿Está mordaz hoy el maestro? —preguntaba al contertulio de al lado.
   —Está en el zaherimiento irónico.
   —Muy distinto sería España si se atendiera a la constante lección de crítica constructiva de don Jacinto.
   —Y tanto...
   Aunque la tertulia favorita de Cosme es la de don Ramón María del Valle Inclán.
   —Entre sus obras, don Ramón, mis preferidas son las sonatas —decía uno de los miembros de la inmensa expedición de turistas peruanos que habían llegado aquella tarde para contemplar al escritor en su salsa.
   —¿Y cuál es su preferida? —preguntaba don Ramón, simulando interesarse en la cuestión.
   —La de otoño. La sonata de otoño es tan...
   —Estoy de acuerdo con usted —le interrumpía el escritor para evitar que el admirador le soltara la sarta de elogios de los que don Ramón estaba al cabo de la calle, y lo que al mismo tiempo provocaba un súbito rubor en la tez del peruano, conmovido ante su afinidad con el maestro.
   Las tertulias del 98 en Madrid eran la fuente de información de los amantes de la literatura, tema de conversación entre las tertulias de provincias, que era donde se leían los libros, porque a los aficionados de Madrid les bastaba lo que se decía en las tertulias, pues les parecía mucho más divertido que lo que se podía leer en los libros. Dichos tertulianos estaban distraídos y muy ocupados en averiguar si España tenía o no tenía pulso, tema del artículo de Silvela de años atrás que preocupaba a la afición en aquellos momentos.
   Aunque a la mayoría de los madrileños, menos dados a la sutileza que el político de la daga florentina, les preocupaba y estaban más interesados e intrigados haciendo cábalas sobre el proyecto de don Arturo Soria, que pretendía rodear Madrid de un cinturón de edificios que conformarían la Ciudad Lineal ciñendo la cintura de la capital.
   Y es que verdaderamente la idea era de las que hacen discurrir al personal.
   Canuto, tras casarse, tuvo dos gemelos llamados Teodoro y Gumersindo, pero a los que llamaremos Teo y Gumer por ahora y porque así era como ellos se hacían llamar.


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