UNA BIBLIA, Phillipe Lechermeier & Rébecca Dautremer

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PHILLIPE LECHERMEIER & RÉBECCA DAUTREMER, Una biblia, Edelvives, Zaragoza, 2014, 400 páginas.

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Lechermeier anota en el prefacio: "Al escribir este texto he querido que cada cual pueda recuperar algo que es suyo. Una biblia no es la Biblia. Una biblia está compuesta de historias que se repiten y se reinventan. Historias que se relatan y nos relatan". Las fantásticas ilustraciones de Rébecca Dautremer ayudan a convertir este libro en un feliz acontecimiento editorial. 
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LA PUERTA ABIERTA


   María Magdalena se despertó antes de que amaneciera.
  Con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la falta de sueño, y su larga melena  despeinada, salió a la palidez de la noche. Al sentir el empedrado húmedo, se dio cuenta de que iba descalza. Una brisa nocturna le inflaba el vestido. Sintió un escalofrío.
   Sin saber muy bien por qué, se dirigió hacia los jardines en los que descansaban los muertos.
   El chirrido de la verja desgarró el silencio de la noche.
   Mientras avanzaba por la avenida, una lechuza pasó ululando.
   Le sorprendió el contacto de la grava. Era liso y fresco, y le agradaba sentir la are­nilla entre los dedos de los pies. Incluso el crujido de sus pasos le resultaba recon­fortante, «ras-ras», y resonaba en las paredes de las tumbas que iba recorriendo, ras-ras».
   Se dejaba mecer por el ritmo de su caminata y por el eco. De pronto, el ruido de unos pasos se mezcló con sus propias pisadas y la sacó de su letargo. Apenas tuvo tiempo de apartarse cuando se cruzaron con ella dos sombras que bajaban por el camino a toda velocidad, Eran los guardias del cementerio, que corrían espanta­dos, Habría querido detenerlos para saber de qué se asustaban, pero prefirió ocul­tarse detrás de un ciprés. ¿Qué habrían pensado al ver a una mujer sola en mitad de la noche, despeinada y descalza?
   A lo lejos, la verja volvió a chirriar.
   Siguió andando, pero esta vez avanzaba con más precaución. Ahora estaba completamente espabilada.
   «Ras-ras.
   Algo estaba pasando.
   «Ras-ras».
   Algo extraordinario.
   «Ras-ras,
   Algo que había hecho que se levantara en plena noche para acudir a ese lugar.
   «Ras-ras».
   Cuando llegó a la tumba de Jesús, lo comprendió.
   Habían apartado a un lado la piedra que tapaba la entrada, y la puerta estaba abierta.
   La lechuza volvió a ulular.
   María Magdalena se quedó inmóvil. Su primera reacción habría sido salir corriendo, como habían hecho los guardias, pero algo más fuerte que ella la mantenía en el sitio.
   Tomó una profunda inspiración y se decidió a cruzar la puerta de la tumba. La envolvían las tinieblas.
   Avanzó varios metros sin saber por dónde pisaba, sintiendo en los dedos la hume­dad de la roca.
   De pronto, se oyó un ruido ensordecedor, y algo que no logró identificar en la oscu­ridad se agarró a su pelo. Quiso gritar, pero, antes de que pudiera emitir ningún sonido, la criatura se había soltado. Al girarse, María Magdalena comprendió que se había preocupado por nada: varios pájaros blancos, sin duda molestos por su intrusión, aleteaban para escapar de la tumba.
   Siguió avanzando a tientas, con las piernas atenazadas por la sorpresa.
   A lo lejos, volvió a oír el grito de la lechuza, que llegaba apagado por las gruesas paredes de la tumba.
   Siguió avanzando, un poco más deprisa, pues ahora distinguía un débil fulgor. Atraída por el resplandor, aceleró el paso y varios metros más allá llegó al centro de la tumba.
   Se acercó al foco de luz que bañaba la estancia. En el exterior había amanecido y los primeros albores acariciaban los muros del sepulcro. Un fino rayo de luz se había abierto paso entre las imperfecciones de la roca. Los ojos de María Magda­lena se acostumbraron enseguida a la oscuridad, y pudo observar la estancia con atención. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo que sucedía y giró varias ve­ces sobre sí misma hasta que comprendió con claridad. La tumba de Jesús estaba vacía, completamente vacía. Habían robado el cuerpo.
   No tuvo tiempo de recuperarse de !a impresión porque, fuera, «ras-ras>, alguien pasaba cerca de la tumba. «Ras-ras».
   Salió corriendo, procurando no golpearse con las paredes estrechas.
   «Ras-ras».
   En el exterior, los pasos parecían alejarse. «Ras-ras».
   Por fin, salió de la sepultura. «Ras-ras».
   Un poco más allá, caminaba un hombre, «ras-ras», y ella creyó que era el jardinero. «Ras-ras>.
   —¿Qué has hecho con el cuerpo de Jesús? —gritó. «Ras-ras», Pero el hombre no respondió. «Ras-ras».
   —¿Qué has hecho...? —quiso repetir, pero no pudo terminar su frase. El hombre se había dado la vuelta.
   Sonreía.
   Era Jesús.
   Jesús de Nazaret.



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