CUANTO CUENTO. RELATOS CORTOS, Santiago Díaz-Pache Montenegro

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SANTIAGO DÍAZ-PACHE MONTENEGRO, Cuanto cuento. Relatos cortos, Arenas, La Coruña, 2004, 264 páginas.

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EL AMOR, ESA INCÓGNITA

   Cuando se casaron, Rafa y Elena, eran ya lo que podía­mos denominar unos jovencitos maduros. No sé si por esto o por la educación un tanto monjil de ella, el caso es que la cama los separó desde el primer momento, no se entendían en algo tan básico como es el amor. Sexualmente hablando, su luna de miel en Cuba fue un fracaso estrepitoso, y Rafa pensó que el acoplamiento sería cuestión de tiempo. Así que se dedicó a tomar el sol a tomar copas y a tomar por... y a tomar el fresco por las noches.
   Él era un hombre temperamental, ardiente, y gracias a su experiencia manejó la situación con ilusión, luego con paciencia, luego con ternura, luego con imaginación, y luego con Teresa, la peluquera, también conocida como Tessy, ase­sora de imagen.
   Pasaron tres años y la situación se estabilizó, Elena no pedía nada pues nada quería y Rafa se consolaba con la buena, buenísima de Tessy. Él fue prosperando en su traba­jo y gracias a ello pudieron cambiarse del pequeño piso alquilado en el extrarradio a otro mayor y en propiedad. Eso hizo que la pareja empezase una etapa de ilusión común que les traería grandes cambios en su relación personal.
   El nuevo piso estaba situado en una calle no muy ancha, pero limpia y soleada, otro edificio enfrente, árboles en las aceras, muchas tiendas en las calles adyacentes y algún que otro bar y cafetería para los aperitivos de los sábados. Barrio nuevo y en expansión. El único problema serio era el aparcamiento, menester en el que Rafa se ocupaba casi a hora diaria.
   Fue allí, en esa casa nueva cuando él la vio hacer por primera vez el striptease. Cuando él llegó al dormitorio ella no se había quitado ni el abrigo. Y allí, en el medio del cuarto empezó a contonearse y a bailar de forma lasciva mientras se iba quitando prendas de ropa. Él no daba crédito a lo que estaba viendo y su pulso se disparaba. Ella continuaba su actuación delante del espejo y ahora solo llevaba encina unas minúsculas braguitas, medias negras y un escaso sujetador, y de los cuales, poco a poco y entre baile y baile tam­bién se despojó, quedándose ella como una Venus y él como un búfalo en celo.
   Aquella noche hicieron el amor como nunca. Él acosó a Elena con pasión y hasta con fiereza. Ella se defendió al prin­cipio, pasiva después, y activa como una pantera al final. En esa noche demencial ella descubrió por primera vez el sexo y el amor, y casi se volvió loca. De hecho, a partir de esa noche algunas veces bizquea un poco, consecuencia del esfuerzo para no perder detalle. Qué noche, madre, qué noche.
   Y así, día tras día, pasaron seis apasionados años: strip­tease va, noche loca viene.
   Profesionalmente él seguía mejorando su posición, lo que les hizo plantearse un nuevo cambio de residencia, a lo que él era bastante reacio. Al final se decidieron por un cha­let adosado a las afueras.
   Su vida dio otro cambio fundamental: la casa era mucho más espaciosa, tenían un pequeño jardín, jugaban al tenis, se bañaban en la piscina, conocieron a mucha gente, pero... pero de nuevo la cama volvió a separarles.
   Elena no entendía nada y esperaba.
   Rafa lo entendía todo pero callaba. Callaba y echaba de menos a aquella vecina rubia escultural que todos los días durante los últimos seis años había hecho un excitante strip­tase en el piso de enfrente con la luz encendida y la ventana abierta.


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