PECCATA MINUTA, Víctor Amiano

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VÍCTOR AMIANO, Peccata minuta, Ariel, Barcelona, 2012, 224 páginas.

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En Caveat lector (pp. 7-11) el autor de este libro subtitulado Expresiones y frases latinas para el siglo XXI. Origen, uso y curiosidades deja claro que el latín no ha muerto.
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SURSUM CORDA

   «Arriba los corazones». En origen se trata de una expresión de la liturgia cristiana, del prefacio de la misa, que se traduce actualmente por «levantemos el corazón» o «arriba los corazones», fervorosa exhortación del oferente a volverse hacia Dios. Pero, como sucedía con frecuencia cuando las misas eran en latín, el feligrés no identificaba con exactitud el significado de algunas expresiones, y las recomponía según su entender. Sursum corda pronto se entendió como una sola palabra, «sursumcorda» o «sursuncorda», y se usó y se sigue usando, aunque actualmente mucho menos, con un sentido completamente pagano, al identificarlo con un personaje anónimo de gran autoridad: «De esta no te libra ni el sursuncorda»; o al que no se piensa obedecer: «No voy allí aunque lo mande el sursuncorda» (Lázaro Carreter, El dardo en la palabra). Es más que probable que el primer elemento de la expresión litúrgica, el adverbio sursum, sonara, para los aficionados al latín, parecido a summum, es decir, «el más grande», y de ahí que Sursum corda viniera a ser interpretado algo así como el Gran Kan, es decir, un personaje legendario en el imaginario popular, procedente tal vez del Antiguo Testamento, texto siempre críptico y plagado de grandes personajes. La asociación fonética aquí propuesta bien pudo verse apoyada por el contexto litúrgico y el general desconocimiento del latín y los textos bíblicos. Por qué no, cosas más raras se han visto.
   Aunque también puede haber otra explicación: puesto que sursum corda, «levantemos los corazones», son dos palabras latinas del prefacio de la misa que el sacerdote pronunciaba elevando los brazos al cielo, el pueblo pudo creer a partir de ese gesto que tales palabras designaban al Sumo Hacedor.
   Esa asociación con la liturgia explica además la similitud de significado que comparte con la expresión sancta sanctórum, «santo de entre los santos», que designaba en origen la celda o lugar sagrado y escondido, especialmente recóndito y santo, donde se guardaba el Arca de la Alianza en el templo de Salomón, en Jerusalén. Yahvé fue muy escrupuloso cuando dictó a Moisés cómo debía ser el templo, el arca y el altar donde recibir las ofrendas y hasta cómo debía confeccionarse el perfume con que ungir todos los utensilios del culto:
   Con él ungirás la tienda de la reunión y el arca del testimonio [...]. Santificadas así todas estas cosas, serán santísimas [sancta sanctorum] y todo cuanto las tocare quedará santificado (Éxodo, 30, 26-29).
   A partir de ahí se ha convertido en comodín para designar el cubículo más importante e inaccesible de cualquier institución, privada o pública, desde un despacho hasta la sala del tesoro, perdiendo las mayúsculas y escribiéndose en una sola palabra: «Los libreros anticuarios de las principales ciudades de Europa guardan celosamente en su sanctasanctórum algunos de los bellos libros que pudieron adquirir en París», que dice Emili Brugalla. No todos podemos entrar en el sanctasanctórum de nuestras empresas; algunos ni tan siquiera lo pretendemos.

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