LA HISTORIA DEL MUNDO EN 100 OBJETOS, Neil MacGregor

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NEIL MACGREGOR, La historia del mundo en 100 objetos, Debate, Barcelona, 2012, 800 páginas.

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Debate acierta al publicar en libro el resultado de los programas emitidos en la BBC. 100 objetos expuestos en British Museum de Londres fueron interpretados por Neil MacGregor como señales del pasado para explicar una historia del mundo.

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ASTROLABIO JUDÍO

Astrolabio de latón, probablemente de España  [1345-1355 d.C.]

   Esta maqueta portátil del firmamento tiene forma de un exquisito ins­trumento de latón circular y se asemeja un poco a un reloj de bolsillo de gran tamaño. Se trata de un astrolabio, y con él en las manos puedo sa­ber la hora, medir distancias topográficas o calcular mi posición en el planeta mediante el Sol o las estrellas; y, si tengo suficiente información, incluso hacer mi horóscopo.
   Aunque los antiguos griegos ya lo conocían, el astrolabio fue un instrumento particularmente importante para el mundo islámico, ya que permitía al creyente averiguar la dirección de La Meca; así pues, no re­sulta sorprendente que el astrolabio más antiguo que se conserva sea uno islámico del siglo X. Pero el astrolabio aquí fotografiado es judío y se fabricó hace unos 750 años en España. Lleva grabados caracteres he­breos, pero también contiene palabras árabes y españolas, y combina elementos decorativos islámicos y europeos. No es solo un avanzado instrumento científico, sino también un emblema de un momento muy particular en la historia religiosa y política de Europa.
   No sabemos exactamente quién era el dueño de este astrolabio, pero sin duda nos dice mucho acerca de cómo los eruditos judíos e islámicos revitalizaron la ciencia y la astronomía desarrollando el legado de la Grecia y la Roma clásicas. El instrumento nos habla de una gran síntesis intelectual, y de un tiempo en el que las tres religiones —el cristianismo, el judaísmo y el islam— coexistieron pacíficamente. No hubo una sín­tesis religiosa, sino que las tres confesiones convivieron en provechosa fricción, y entre las tres hicieron de la España medieval el motor intelectual de Europa.
   Un astrolabio hace accesible, de manera compacta, la suma total del saber astronómico medieval. Como ocurre con los últimos avances ac­tuales, representaba una tecnología de vanguardia, y su posesión consti­tuía una demostración de que uno estaba a la última. Hay una carta maravillosamente divertida y conmovedora escrita por Chaucer a su hijo de diez años, Lewis, que obviamente era tan espabilado como sue­len serlo los chicos de su edad de cualquier generación, y que ardía en deseos de saber manejar un astrolabio. Además de escribirle una carta, Chaucer también le redactó un pequeño manual de instrucciones, ex­plicándole al muchacho cómo usar el instrumento y advirtiéndole de lo difícil que iba a resultarle, aunque sospecho que, como la mayoría de los chicos de hoy, seguramente Lewis no tardó en aventajar a su padre.
  
   Pequeño Lewis, he percibido bien tu habilidad para aprender las cien­cias relativas a números y proporciones, y también he considerado tu fer­viente petición de aprender muy en especial el Tratado del astrolabio. He aquí un astrolabio de nuestro horizonte y un pequeño tratado para apren­der cierto número de conclusiones relativas a ese mismo instrumento.
   Créeme que todas las conclusiones que cabe encontrar, o que posible­mente podrían encontrarse en un instrumento tan noble como un astrola­bio, no son perfectamente inteligibles para cualquier hombre mortal de esta región, y he visto que hay algunas instrucciones que no darán los re­sultados previstos en todos los aspectos; y algunas de ellas resultan demasia­do difíciles de entender para tu tierna edad de diez años...

   A primera vista, este astrolabio parece un reloj de bolsillo a la anti­gua usanza y de gran tamaño, con una cara íntegramente de latón. Es un brillante montaje de piezas de latón bien engranadas, con cinco discos finísimos, uno sobre otro, unidos por una clavija central. Encima de ellos hay varias agujas que pueden alinearse con diversos símbolos gra­bados en los discos para obtener lecturas astronómicas o ayudar a deter­minar nuestra posición. Este tipo de astrolabio está diseñado para la lati­tud concreta en la que se va a utilizar; aquí, los cinco discos permiten obtener una lectura precisa de cualquier posición entre las latitudes de los Pirineos y África del Norte, y dentro de ese rango se incluyen las latitudes de las ciudades españolas de Sevilla y Toledo.
   Eso nos indica que este astrolabio fue fabricado casi con total certe­za para alguien establecido en España, que podría desplazarse entre Áfri­ca del Norte y Francia, mientras que los textos grabados en el astrolabio nos señalan claramente qué tipo de persona debió de haberlo utilizado: el dueño era judío y culto.
   La doctora Silke Ackermann, conservadora de instrumentos científicos del Museo Británico, ha pasado mucho tiempo estudiando este astrolabio:

   Las inscripciones están todas en hebreo, se pueden ver las letras hebreas finamente grabadas con bastante claridad. Pero lo intrigante de la pieza es que no todas las palabras son hebreas. Algunas de ellas son de origen árabe, y otras son del español medieval. Así, por ejemplo, junto a una estrella de la constelación que llamamos Aquila —el Águila— podemos ver escrito en hebreo nesher me’offel  «el águila voladora». Pero otros nombres de estre­llas se dan en su forma árabe; así, Aldebarán, en Tauro, tiene su nombre árabe al-dabaran escrito en letras hebreas. Asimismo, cuando se leen las letras hebreas de los nombres de los meses, estas ofrecen los nombres en español medieval como «octubre», «noviembre» o «diciembre» De modo que lo que tenemos aquí es el conocimiento de los astrónomos clásicos griegos que cartografiaron el firmamento combinado con las Contribuciones de los eruditos musulmanes, judíos y cristianos y todo ello en la palma de la mano.

   La España en la que se fabricó este astrolabio era el único lugar en la Europa de dominio cristiano donde había poblaciones significativas de musulmanes, y albergaba asimismo a una extensa población judía. Entre los siglos VIII y XV, la mezcla de gentes de estas tres religiones fue uno de los rasgos más distintivos de la sociedad hispana medieval. Obviamente, por entonces España aún no existía como país, ya que en el siglo XIV todavía era un mosaico de reinos. El mayor de ellos era Castilla, que compartía frontera con el último Estado musulmán independiente de la península, el reino de Granada. En muchas partes de la España cristiana había un gran número de judíos y musulmanes y los tres grupos coexis­tían juntos pero manteniendo sus tradiciones separadas, en lo que podría calificarse como un temprano ejemplo de multiculturalismo. Esta coexistencia extremadamente rara en ese periodo de la historia europea, re­sulta mucho mejor definida con el término convivencia.
   El distinguido historiador e hispanista sir John Elliott nos explica cómo surgió esta sociedad mixta:
   
   Tal como yo lo veo, la esencia del multiculturalismo es la preservación de la peculiar identidad de las diferentes comunidades religiosas y étnicas en una sociedad. Durante una gran parte del período de dominación islá­mica, la Política de los gobernantes fue la de aceptar esa diversidad, por más que consideraran a los Cristianos y judíos adeptos de una religión inferior. Cuando el poder pasó a manos de los gobernantes cristianos estos hicieron casi lo mismo, dado que en realidad no tenían otra opción, aunque al mis­mo tiempo, desde luego, se prohibieran los matrimonios mixtos en el seno de estas comunidades de modo que había un multiculturalismo limitado. Ello no impidió una gran interacción mutua, particularmente en el ámbito cultural. De modo que el resultado fue una civilización que era vibrante creadora y original debido a ese contacto entre las tres razas.
   
   Un par de siglos antes, esa interacción mutua había situado a la Es­paña medieval en la vanguardia de la expansión del conocimiento en Europa. No solo hubo un creciente conocimiento científico en torno a instrumentos astronómicos como nuestro astrolabio, sino que fue tam­bién en España donde los trabajos de los antiguos filósofos griegos, sobre todo de Aristóteles se tradujeron al latín y se incorporaron a la corriente intelectual de la Europa medieval. Este trabajo pionero se basó en un constante intercambio de ideas entre los estudiosos musulmanes, judíos y cristianos y en el siglo XIV ese legado de erudición se incardinó en el pensamiento europeo, tanto en la ciencia y la medicina como en la filosofía y la teología. El astrolabio se convirtió en el instrumento in­dispensable para astrónomos, astrólogos, doctores, geógrafos o, de hecho, cualquiera con aspiraciones intelectuales, y hasta para un niño inglés de diez años como el hijo de Chaucer. Con el paso del tiempo, este intrin­cado objeto capaz de hacer tantas cosas se vería desplazado por toda una serie de instrumentos distintos: el globo terráqueo, el mapa impreso, el sextante, el cronómetro y la brújula, cada uno de los cuales desempeñaría una de las numerosas tareas que el astrolabio podía hacer por sí solo.
   La herencia compartida de los pensadores islámicos, cristianos y judíos sobreviviría durante siglos, pero no así la convivencia de las tres confesiones. Aunque hoy la España medieval sea frecuentemente invo­cada por los políticos como modelo de tolerancia y de coexistencia multiconfesional la verdad histórica resulta claramente más incómoda. Nos lo explica de nuevo sir John Elliott:
   
   En cuanto a la verdadera tolerancia rellgiosa, esta resulta bastante me­nos clara que la coexistencia ... La cristiandad en general constituía una sociedad bastante intolerante, muy opuesta a toda clase de heterodoxos, y esa intolerancia se dirigía particularmente contra los judíos. Así, por ejem­plo, Inglaterra expulsó a sus judíos en 1290 y Francia poco más de una década después, y por lo que se refiere a las relaciones cristiano—musulma­nas, a partir del siglo XII hubo un endurecimiento de las actitudes religio­sas. Cuando los cristianos predicaron las Cruzadas y los almohades que habían penetrado en España desde África del Norte predicaron la yihad, se produjo una creciente agresividad por ambas partes.
   
   En ese contexto, la España cristiana todavía podría parecer relativa­mente tolerante. Pero se atisbaban ya los primeros indicios de proble­mas, y la supervivencia de la Granada musulmana era un constante re­cordatorio de un asunto pendiente. La alianza intelectual entre cristianos, judíos y musulmanes pronto se vería barrida del mapa por una belige­rante monarquía española, que aspiraba a seguir el ejemplo del resto de Europa y afirmar el predominio cristiano. En torno al año 1500, los judíos y musulmanes serían perseguidos y expulsados de España. La convivencia había terminado.


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