SI TE COMES UN LIMÓN SIN HACER MUECAS, Sergi Pàmies

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SERGI PÀMIES, Si te comes un limón sin hacer muecas, Anagrama, Barcelona, 2007, 136 páginas.

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PRECISAMENTE HABLÁBAMOS DE TI 

   El 13 de marzo de 2000, a las tres y media de la tarde, mi mujer me dijo: «Siéntate». No me miró a los ojos y, como si lo hubiera ensayado, me soltó que quería que nos separásemos, que ya no me quería y que tan pronto como me fuera posible, me buscara un piso. Quizá porque ya lo veía venir, no intenté defenderme.

   Tardé pocos días en encontrar un piso y, no sé por qué, le dije a mi mujer si le apetecía verlo. La portera que nos lo enseñó nos preguntó si era para nosotros y yo respondí que era sólo para mí. Mi mujer me miró con una expresión que ya no arrastraba ni desesperación ni cansancio.

   Formalicé el contracto con el administrador y, a continuación, busqué un albañil, un electricista y un pintor. Mientras duraros las obras dormí en el sofá en el que ella me había comunicado que ya no me quería. Fueron días extraños. Procurábamos mostrarnos considerados y, al mismo tiempo, no demasiado afectuosos.

   Un día me pidió que fuéramos a comer fuera y acepté. Me preguntó cuándo tenía previsto instalarme en mi nuevo piso. Le respondí que muy pronto y le propuse visitarlo. Fuimos. Elogió el color de la pintura de las paredes y los cuadros colgados y, aunque no me lo dijo, me dio la impresión de que se alegró de que la cama del dormitorio no fuera de matrimonio.

   Cuando llegó el momento de despedirnos, se pellizcó el labio entre los dientes y se alisó la camisa con movimientos nerviosos. Recuerdo que, en el piso de al lado, se oyó una canción de cumpleaños y unos aplausos. Ni nos abrazamos ni nos dimos un beso. Le devolví las llaves y le dije que, si necesitaba cualquier cosa, no dudara en llamarme.

   Pasaron dos semanas. Yo intentaba acostumbrarme a mi nueva vida. Mis amigos me ofrecían salidas de fin de semanas, juergas noctámbulas, ir al cine. Yo me excusaba diciendo que tenía mucho trabajo y no me movía de mi nuevo sofá, más pequeño y de un color más alegre que el de su casa.  No veía mucha televisión. Leía los periódicos, me afeitaba muy lentamente y escuchaba la radio.

   Un día, en el supermercado, me la encontré. Ella iba con una amiga. «Precisamente hablábamos de ti», me dijo. Parecía más feliz. No sé qué dije pero la hice reír. Quedamos en llamarnos, aunque sin que pareciera un compromiso. Durante unos días, esperé su llamada intentando no ilusionarme demasiado.

   No he vuelto a saber nada de ella y me parece que no debo llamarla, porque podría interpretar que la estoy presionando. A veces, me dejo convencer para salir y hablo con gente que no conozco y que me trata con una afectuosidad extraordinaria, como si fuera un náufrago que ha sobrevivido a una dolorosa experiencia.

   Hace una semana me compré una camisa y, una vez en casa, en el momento de probármela, se me cayó un botón. «Es una señal», pensé. No me afeito. No cojo el teléfono. Por la manera como suena, pienso que debe de ser ella. Pero, si lo cogiera y fuera otra persona, ¿cómo me sentiría? He escuchado en la radio que si te comes un limón sin hacer muecas, todo lo que desees se cumplirá, pero me da miedo probarlo, hacer muecas y que ningún deseo se haga nunca realidad.

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