FÁBULAS, Jean de la Fontaine & Marc Chagall

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JEAN DE LA FONTAINE, Fábulas, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2011, 110 páginas. 

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Anteceden a las Fábulas, traducidas por Marta Pino Moreno, un Prólogo (pp. xiii-xvii) del que son responsables Joséphine Matamoros y Sylvie Forestier; y un documentado estudio de Didier Schulmann: Los gouches de Chagall para las Fábulas juzgados pro la crítica de las décadas 1920-1930 (pp. xix-xlii). Corresponde agradecer al Libros del Zorro Rojo la primorosa edición en la que los cuarenta y tres gouaches de Chagall obligan a una nueva mirada de las conocidas piezas de La Fontaine.   
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EL HOMBRE Y SU IMAGEN

Para el Duque de las Rochefoucauld

Un hombre que se amaba más que a nadie
se tenía por el más bello del mundo.
Tildaba de falsos a los espejos,
y vivía contento en su error profundo.
Con ánimo de curarle, la suerte oficiosa
presentaba ante sus ojos
a los mudos consejeros de las señoras:
espejos en las casas, espejos en los comercios,
espejos en el bolsillo del petimetre,
espejos en el cinturón de las mujeres.
¿Qué hizo nuestro Narciso? Decidió confinarse
en el lugar más recóndito que pudo imaginarse,
no osando enfrentarse de nuevo a la prueba del cristal.
Pero he aquí que un cauce de un puro manantial
se encontraba en aquel rincón apartado;
y ahí se vio; se enfadó; y sus ojos irritados
creyeron percibir una quimera vana.
Hizo cuanto pudo por evitar el agua;
pero tan bello era el canal
que lo abandonó con pesar.
Ya vemos adónde quiero llegar.
A todos me dirijo; pues este error extremo
es un mal que a todos nos complace alimentar.
Nuestra alma es el hombre enamorado de su imagen;
los espejos son las ajenas necedades,
espejos que pintan fielmente nuestros defectos;
y en cuanto al canal, en efecto,
como todos sabemos, es el libro de las Máximas.



LAS NOCHES LÚGUBRES, Alfonso Sastre

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ALFONSO SASTRE, Las noches lúgubres, Hiru, Hondarribia, 1998, 380 páginas.

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Publicado por primera vez en la Editorial Horizonte en 1964, bajo Las noches lúgubres se acogen dos nouvelles, "Las noches del Espíritu Santo" y "Delirium", y una veintena de cuentos que conforman "Las células del terror".
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NAGASAKI

   Me llamo Yanajido. Trabajo en Nagasaki y había venido a ver a mis padres en Hiroshima. Ahora ellos han muerto. Yo sufro mucho por esta pérdida y también por mis horribles quemaduras. Ya sólo deseo volver a Nagasaki con mi mujer y mis hijos. Dada la confusión de estos momentos, no creo que pueda llegar a Nagasaki enseguida, como sería mi deseo; pero sea como sea, yo camino hacia allá. No quisiera morir en el camino. ¡Ojalá llegue a tiempo de abrazarlos!

EFÍMERA, Miguel Antonio Lupián Soto

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MIGUEL ANTONIO LUPIÁN SOTO, Efímera, Samsara, México D.F., 2011, 86 páginas.

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VENENO

   Te sientas al pie de la ventana y abres el álbum. Lo encontraste en el sótano mientras buscabas el veneno para cucarachas. Recorres las hojas plastificadas. Tocas con tus dedos mugrosos cada una de las fotografías donde apareces. Diplomas, medallas: eras el orgullo de la familia. El odio se apodera de ti. Pisas con rencor a la cucaracha que se acerca a tus pies. Te levantas y aplastas a todas las que encuentras. Miras tu reflejo en la ventana: ¿dónde quedó el chico de las fotografías? Piensas que mañana saldrás de ahí y empezarás de nuevo, pero no lo harás. Las cucarachas se aglomeran a tu alrededor. Agarras el bidón. Hoy sí acabarás con ellas… Te frenas. No tiene caso: siempre volverán. Le das un largo trago al veneno y cierras el álbum. 

LOS DIENTES DE RAQUEL Y OTROS TEXTOS BREVES, Gabriel Jiménez Emán

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁNLos dientes de Raquel y otros textos brevesMonte Ávila, Caracas, 1993, 204 páginas.

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Abre esta antología Juan Carlos Santaella El resplandor de lo imaginario (pp. 9-14). La cierra Las tragedias metafísicas de Gabriel JIménez Emán (pp. 201-203), el epílogo de Luis Britto García. Ambos coinciden en elogiar la singularidad de la escritura de Jiménez Emán. En medio los relatos procedentes de Los dientes de Raquel (1972), Saltos sobre la soga (1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (1981) y Relatos de otro mundo (1987). A modo de feliz postre, nueve relatos inéditos.
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JOROBADO

   En un pueblo existió un jorobado que sentía mucho amor por la gente. Sin embargo, la gente lo molestaba.
   «Hoy no has estornudado, jorobado», le decían los niños. Estás desgastado, jorobado», le decían los adultos. Y al jorobado no le importaba. Toda su vida había escuchado insultos, y como no le herían, él seguía cultivando su amor por los demás.
   Ante aquella indiferencia del jorobado, la gente se cansó y más nadie le dijo nada. Y él comenzó a sentirse inquieto, pues ya se había acostumbrado a ese saludo de los otros. Se sintió ignorado por sus burlones de siempre. No encontraba forma de llamar la atención, y como casi nunca hablaba, optó por dejarse crecer más la joroba, a ver si alguien se percataba. Pero no. La gente siguió ignorándolo a pesar de que la joroba ya había alcanzado dimen¬siones considerables. Ya no era su cuerpo el que andaba, sino una protuberancia que se trasladaba pesadamente por las calles del pueblo.
   El jorobado no pudo soportar el peso de su joroba, tampoco el peso de su amargura. Y cierto día, estando a punto de sucumbir de tanta tristeza, se le ocurrió una idea: organizar una gran fiesta y un banquete en su casa, e invitar a los habitantes del pequeño pueblo. Todos fueron, y brindaron con él por la esplendidez de la fiesta, donde podían probarse finas bebidas y exquisitos manja¬res. La gente estaba alegre, y el jorobado, más feliz que nunca, quiso darles una sorpresa. «Atención», dijo, «les tengo una sorpresa».
   Muy cuidadosamente el jorobado se quitó la camisa. Después, con lentitud, se quitó la joroba y la puso sobre la mesa del banquete.
   «Ya ven», dijo, «la joroba no me ha defraudado».
   Al día siguiente todos los invitados abandonaron el pueblo.

CUENTOS CON TANGOS, Pedro Orgambide

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PEDRO ORGAMBIDE, Cuentos con tangos, Ameghino, Buenos Aires, 1988, 196 páginas.

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AQUELLA VICTROLERA

   Siempre me gustaste, Rosa, siempre. Y ahora que somos viejos te lo puedo decir. Antes no: eras la mujer de Ignacio Braceras. ¡Mira que casualidad, venir a encontrarnos aquí, en el café donde vos trabajabas! ¡Cómo pasa el tiempo, che! Parece mentira, Rosa, que estés charlando conmigo. Yo era muy pibe cuando venía al café para verte. Eras la diosa del barrio, Rosa, la diosa del café. Allá en lo alto, en el palco de la victrolera, camapaneabas a los giles. No, el palco ya no está. Y ya nadie escucha tangos, Rosa. ¿Te acordás? Vos ponías los discos en la victrola y nosotros te mirábamos las piernas. Indiferente, mirabas la pared. Me acuerdo, Rosa; me acuerdo de tus medias corridas y me dan ganas de llorar. Yo cerraba los ojos y me hacía la ilusión de que eras vos la que cantaba y no Libertad Lamarque, Azucena Maizani o la Merello. Eras vos, la más linda de todas. Nunca te lo pude decir porque yo era un pibe y a vos te vigilaba tu hombre, ese cafiolo de barrio que te llevó al trocen. Tomaban el tranvía y se iban juntos a la pieza. Después pasó lo que pasó, Rosa, esa desgracia que salió en los diarios. Supe que Ignacio Braceras te faltó, que te dio la biaba y que vos lo tiraste bajo un tren. No llorés, Rosa, ya pasó, ya pasó. Estuviste mucho tiempo en la gayola, es cierto, y eso jode a cualquiera. Pero aquí estás,otra vez. Giraron muchos discos, muchas noches y yo siempre me acordé de vos. Si te parece, si no lo tomas a mal, si no tenés otro compromiso, me gustaría que vinieras a mi bulín para tomar unos mates y escuchar unos tangos. No, no es tarde. Nunca es tarde cuando la dicha es buena, dicen. Y ¿sabés una cosa, che? Me compré una victrola, como la de antes. La lustro todos los días. Está linda. Sólo faltas vos.

CUADERNO DE ANIMALISTA, Antón Fortes & Maurizio A. C. Quarello

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MAURIZIO A. C. QUARELLO & ANTÓN FORTES, Cuaderno de animalista, OQO, Pontevedra, 2008, 48 páginas.

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Antón Fortes y Maurizio A. C. Quarello ofrecen al lector un maravilloso paseo por el arte del crepuscular siglo XX. 
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GÓTICO CÓRVIDO

   Él la había visto de lejos y había quedado hechizado. Ella era atrevida. Tras unos vuelos seductores, se comprometieron en un ritual de violencia instintiva. Formalizado el casamiento, celebraron un banquete: hubo insectos, semillas, gusanos... Fueron a vivir al interior y allí construyeron su nido de amor. En pareja de por vida, aprendieron del campo y llevaron con fe en la naturaleza una vida temerosa, sin vicios. Los vecinos valoraban la agudeza visual de Cuervo y las ayudas de Urraca. Pasaban el día buscando semillas; pero, como en toda bandada, comenzaron las habladuría: de él, que era desconfiado; de ella, que era cruel. Criticaban la propensión de Urraca a saquear los nidos de los pájaros débiles. La fama de violentos se fue extendiendo, aunque entre ellos parecía reinar una extraña normalidad. Un día empezaron a atacar a los pájaros adultos que se acercaban. Ahora se pueden ver muchas tardes en esta bucólica escena doméstica, siempre con la garra presta...


BREVE TRATADO DE LA PASIÓN, Alberto Manguel

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ALBERTO MANGUEL, Breve tratado de la pasión, Lumen, Barcelona, 2008, 207 páginas.

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Alberto Manguel se encarga de ofrecer al lector cien proclamas de amor en las que, como bien señala en el Prólogo (pp. 9-14), "Cartas o poemas, da igual. El enamorado busca en las palabras decir lo indecible".
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Jorge Luia Borges a Estela Canto
[1944-1945]

Jueves, hacia las cinco

   Estoy en Buenos Aires, te veré esta noche. te veré mañana, sé que seremos felices juntos (felices deslizándonos y a veces sin palabras y gloriosamente tontos), y ya siento el dolor corporal de estar separado de ti por ríos, por ciudades, por matas de hierba, por circunstancias, por los días y las noches.
   Estas son, lo prometo, las últimas lineas que me permitiré en este sentido; no volveré a entregarme a la piedad por mi mismo. Querido amor, te amo; te deseo toda la dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace entre nosotros. Escribo como algún horrible poeta prosista; no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal. Estela, Estela Canto. cuando leas esto estaré terminando el cuento que te prometí, el primero de una larga serie. Tuyo,
Georgie


Adrogué, sábado

   A pesar de dos noches y de un minucioso día sin verte (casi lloré al doblar ayer por el Parque Lezama), te escribo con alguna alegría. Le avisé a tu mamá que tengo admirables noticias; para mí lo son y espero que lo sean para ti. El lunes hablaremos y tú dirás. Pienso en todo ello y siento una especie de felicidad; luego comprendo que toda felicidad es ilusoria no estando tú a mi lado. Querida Estela: hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos, mis cuentos. quizá me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones. me han dado muerte. A estas las venceré. si me ayudas. Mi tono enfático te hará sonreír; pienso que lucho por mi honor, por mi vida y (lo que es más) por el amor de Estela Canto. Tuyo con el fervor de siempre y con una asombrada valentía,

Georgie

LA CASA DE MANGO STREET, Sandra Cisneros

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SANDRA CISNEROS, La casa de Mango Street, Seix Barral, Barcelona, 2004, 143 páginas.

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Seix Barral edita en España la traducción de Elena Poniatowska en Random House Mondadori (1994).
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MINERVA ESCRIBE POEMAS

   Minerva es apenas un poco mayor que yo y ya tiene dos hijos y un marido que se fue. Su madre sacó adelante a sus hijos solita y, por lo que se ve, sus hijas también van por ese camino. Minerva llora porque su suerte es mala suerte. Cada noche y cada día. Y reza. Pero cuando sus niños duermen después de que les ha dado de cenar hot cakes escribe poemas en papelitos que dobla y dobla y retiene en sus manos un largo tiempo, pedacitos de papel que huelen a dime.
   Me permite leer sus poemas. Yo la dejo que lea los míos. Siempre está triste como una casa que arde —siempre hay algo que está mal. Tiene muchos problemas, pero el más grande es su marido que se fue y sigue yéndose.
   Un día se harta y le dice que ya basta y basta. Allá va él patas pa’rriba. Ropa, discos, zapatos. Afuera por la ventana, y cierra la puerta con candado. Pero esa noche regresa y avienta una piedrota por la ventana. Luego lo lamenta y ella le abre la puerta de nuevo. La misma historia.
   A la siguiente semana llega azul y negra y pregunta qué puede hacer. Minerva. Yo no sé qué camino tomará. No hay nada que yo pueda hacer.

SOLILOQUIOS Y DIVINANZAS, José Mateos

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JOSÉ MATEOS, Soliloquios y divinanzas, Pre-Textos, Valencia, 1998, 74 páginas.

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Utilidad de la sabiduría: saber las cosas que nos quedan por saber.
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La rosa, esa metáfora de la muerte con la eternidad dentro.
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Al muerto reciente lo cubrimos con una sábana para hacer con él ese fardo que vamos a tener que cargar durante toda la vida.
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Las pesadillas son la mejor prueba de que llevamos un enemigo dentro.
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El arte que más emociona es casi siempre como un mar limpio y sereno, pero en cuyo fondo se ocultan los barcos que naufragaron.
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Sobre ciertos asuntos, que suelen ser los más importantes, sólo se puede aprender —y con cuánto dolor— lo que ya se sabe.
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Original. —De un escritor se dice que es original cuando, a su manera y casi siempre sin saberlo, disimula bien lo que ya se sabe.
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Grábalo en estos muros: las cárceles sólo son cárceles cuando se quiere salir de ellas.

FANTASÍAS EN CARRUSEL, René Avilés Fabila

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RENÉ AVILÉS FABILA, Fantasías en carrusel (1969-1994), Fondo de Cultura Económica USA, San Diego, 1995, 652 páginas.

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EL MÁS EXTRAÑO DE LOS ANIMALES PRODIGIOSOS


   Dentro de esa jaula de grandes proporciones pasta tranquilamente una rara especie. Ningún letrero la anticipa. Algunos expertos en zoología señalan que se trata de un pegaso sin alas, otros afirman que es un unicornio sin cuerno. La gente sencilla, que se arremolina en el lugar, prefiere decirle caballo.

CAZA DE CONEJOS, Mario Levrero

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MARIO LEVRERO, Caza de conejos, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2012, 163 páginas.

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Libros del Zorro Rojo publica por primera vez en España esta obra de Levrero, que ya conocía, al menos, el afortunado lector uruguayo gracias a Ediciones de la Plaza (Montevideo, 1986).  Hermoso el rojo intenso de las ilustraciones de Sonia Pulido que acompañan a estas cien piezas cortas.
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IV

Nos gusta el conejo a las brasas, pero nuestra presa favorita es el guardabosques. Los conejos se cazan con paciencia y astucia, con trampas más o menos complejas de ramas y zanahorias; los guardabosques, en cambio, necesitan todo nuestro arsenal. El tiroteo duró hasta el anochecer. Cuarenta guardabosques desnudos colgaron finalmente de cuarenta horcas. Los cuervos les arrancaban los ojos y acudían las hienas al olor de la putrefacción. Los esqueletos de guardabosques colgaron durante años en las horcas, como ejemplo para otros guardabosques, y para los niños.





RETAZOS, Mónica Lavín

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MÓNICA LAVÍN, Retazos, Praxis, México D.F., 2007, 84 páginas.

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DESPISTADA

   Tardaban en abrir la puerta. Verificó que el número del departamento fuera el correcto. Tantas veces había estado frente a una casa equivocada o acudido a una cita el día después que más le valía confirmar. Sonrió acordándose de los tropiezos de su mente. De niña olvidaba los suéteres en   la  banca  del  colegio,  de   jovencita   las  gafas,   los  nombres  de   los  maestros  y   los cumpleaños de los novios. El despiste había crecido con la edad. Un día regresó a casa en autobús, su marido  sorprendido por la  tardanza  le  preguntó  por  el auto: lo  había dejado estacionado frente al trabajo. Repetidas veces trató de subirse a un coche ajeno y forcejeó con la cerradura hasta que el dueño la sorprendió. Nadie abría la puerta. Se asomó por las ventanas. Las persianas cerradas sólo enseñaban la capa de polvo sobre el esmalte. Se hizo de noche. Las campanadas  de la iglesia a lo lejos la aclararon. Había olvidado su propia muerte.

POLEAS, Giselle Aronson

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GISELLE ARONSON, Poleas, Textos Intrusos, Buenos Aires, 2013, 150 páginas.

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CLIC

   Dispuesto a limpiar los residuos virtuales, abrió el navegador, cliqueó “Historial” y eligió la alternativa “Eliminar todos los datos de navegación”. Un menú se desplegó debajo de la flecha, le sugería el borrado de los datos: desde hacía una hora, ayer, la semana pasada, un mes o el origen de los tiempos. Le causó gracia la última opción, dirigió el cursor hacia allí y apretó el botón del mouse. Caos, oscuridad y una gran explosión. En un instante, todo volvió a ser principio.

PROFANACIÓN DEL PODER, Mario Pérez Antolín

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MARIO PÉREZ ANTOLÍN, Profanación del poder, Los Libros del Lince, Barcelona, 2011, 208 páginas.
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Eugenio Trías, en su breve prólogo, subraya el acierto de unos aforismos que "disparan sus luminarias" a través de "percepciones atinadas, críticas, del mundo en que vivimos".

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Con la primera mentira acaba la infancia, con la primera nostalgia empieza la vejez.
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Estoy corrigiendo una versión definitivamente provisional de mi vida.
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Predecible como un planeta, manejable como un átomo.
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Bien mirado, la topografía emocional del afecto se reduce a llorar, reír, bostezar.
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Nadie es tan poderoso que se permite desobedecer sus inclinaciones.
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Hay seres que provocan su destrucción para tener algo que reconstruir.
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Por mucho que nos empeñemos en quitar el polvo, está perdida la batalla. Todo terminará sedimentándose.

PIEDAD, Miguel Mena

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MIGUEL MENA, Piedad, Xordica, Zaragoza, 2009, 184 páginas.

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DE RAÍZ

   Cuando me dijeron que mi hijo no podría hablar nunca, que tenía un cromosoma atravesado y una nube oscurecía la zona del cerebro donde se amasa el pensamiento y se tejen las palabras, lo primero que recordé fue que había planeado aprender con él los nombres de los árboles. Lo ansiaba desde que nació: andar por el campo, juntos los dos, y distinguir las hayas de los abedules, los arces, los castaños, los quejigos, los robles y los enebros. Pensé en ello mientras por detrás de la cara del médico, un rostro inexpresivo envenenado para dar malas noticias, observaba los árboles de aquella clínica meciéndose suavemente, como acunando una pena. Le pregunté al doctor qué árboles eran aquellos y pareció tan extrañado por mi pregunta que se encogió de hombros y no supo contestarme. Le noté incómodo, como si quisiera dar la consulta por finalizada. Nos despedimos, cogí a mi hijo en brazos, salimos a la clínica y al cruzar el jardín, con el sol de espaldas, observé que nuestras sombras dibujaban una silueta en la que yo era un tronco seco y aquel niño de pelo rizado sobresalía como una gran flor que me brotaba.

KWAIDAN, Lafkadio Hearn

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LAFCADIO HEARN, Kwaidan, Siruela, Madrid, 2003, 182 páginas.

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Siruela publica esta traducción de Carlos Gardini de estos veintitrés relatos de Hearn.
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OSHIDORI

   Había un cazador y halconero llamado Sonjõ, que vivía en el distrito de Tamura-no-Gõ, provincia de Mutsu. Un día salió de caza y no descubrió presa alguna. Pero en el camino de regreso, en un sitio llamado Akanuma, Sonjõ vio un par de oshidori (patos de los mandarines) que nadaban juntos en un río que él estaba a punto de cruzar. No está bien matar oshidori, pero Sonjõ, acosado por el hambre, decidió dispararles. Su dardo atravesó al macho; la hembra se deslizó entre los juncos de la orilla opuesta y desapareció. Sonjõ se apoderó del ave muerta, la llevó a casa y la cocinó.
   Esa noche tuvo un sueño perturbador. Creyó ver una hermosa mujer que entraba en su cuarto, se erguía junto a su almohada y se echaba a llorar. El llanto era tan amargo que, al escucharlo, el corazón de Sonjõ parecía desgarrarse. Y díjole la mujer: “¿Por qué? ¿Por qué lo mataste? ¿Qué mal te había hecho… ? ¡Éramos tan felices en Akanuma… y tú lo mataste! ¿Qué daño te causó? ¿Te das cuenta siquiera de lo que has hecho? ¡Oh! ¿Te das cuenta del acto perverso y cruel que has perpetrado… ? También me diste muerte a mí, pues no podré vivir sin mi esposo… Sólo vine para decirte esto”.
   Y una vez más se echó a llorar en voz alta, con tal amargura que el sonido de su llanto penetró en los mismos tuétanos del cazador; y luego sollozó las palabras de este poema:

Hi kukuréba
Sasoëshi mono wo…
Akanuma no
Makomo no kuré no
Hitori-né zo uki!

[¡Al llegar el crepúsculo
lo invité a regresar junto a mí!
Ahora, dormir sola a la sombra
de los juncos de Akanuma…
¡ah!, ¡qué inefable desdicha!

   Y luego de proferir estos versos exclamó: “Ah, no te das cuenta… ¡no puedes darte cuenta de lo que has hecho! Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás… ya verás… ” Y con estas palabras, estremecida por el llanto, se alejó.
   Al despertar por la mañana, Sonjõ recordaba el sueño con tal vividez que sintió una profunda consternación. Evocó estas palabras: “Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás… ya verás… ” Y resolvió ir allí en el acto, para averiguar si su sueño esa algo más que un sueño.
   Dirigiose, pues, a Akanuma; al llegar junto a la margen del río, vio a la oshidori hembra, que nadaba a solas. En el mismo instante, el ave advirtió la presencia de Sonjõ: pero, en lugar de darse a la fuga, nadó derecho hacia él, clavándole una mirada extraña y tenaz. Entonces, con el pico, súbitamente se desgarró el cuerpo y murió ante los ojos del cazador.
   Sonjõ se rasuró la cabeza y se hizo sacerdote.

LAS FÁBULAS DE AMOR DEL VIEJO MARINERO, Ramiro Calle

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RAMIRO CALLE, Las fábulas de amor del viejo marinero, Temas de Hoy, Madrid, 2005, 183 páginas.
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Un relato marco entre el narrador y Rafael, el viejo marinero, permite a Ramiro Calle enhebrar historias sobre el amor, que resultan enriquecidas por los comentarios sugerentes que vierten sobre ellas ambos personajes.
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AMOR Y ODIO

   Un sabio y sosegado maestro declaró ante un buen número de asistentes:
   —Amor y odio son dos grandes potencias. Son magia y tienen mucho poder. En el amor hay una gran potencia constructiva; en el odio, una gran potencia destructiva. Pero hay, creedme, una notable diferencia en su poder.
   Intrigados, los asistentes se preguntaron para sí cuál sería aquella diferencia.
   El sabio insistió:
   —Hay, sí, un gran poder en el amor y en el odio; los dos tienen una gran fuerza pero hay una diferencia en su poder.
   Todos esperaban expectantes. Tras una pausa, el sabio agregó:
   —El amor es como el perfume; el odio es como el veneno.  Los dos tienen una gran fuerza, pero no hay una diferencia muy grande en su poder.
   Hizo otra pausa y los asistentes se mostraban muy impacientes por saber la diferencia, tanto es así que uno de ellos no pudo reprimir el preguntar en voz alta:
   —Pero, ¿cual es la gran diferencia?
   El sabio sonrió amablemente y dijo:
   —El amor es balsámico; el odio es tóxico. Ambos son muy poderosos, pero hay una gran diferencia en su poder.
   La concurrencia comenzaba a exasperarse y el sabio se daba cuenta de ello y lo que pretendía es que cada uno pudiera descubrir esa gran diferencia, pero ya fueron muchos los asistentes que levantaron la voz para preguntar:
   —Pero, ¿cual es la diferencia?
   —¡Es tan simple! —exclamó el sabio—. El amor tiene mayor alcance y nadie puede frenarlo. El odio es poderoso, sí, pero puede ser atajado. Os pondré un ejemplo. El odio es veneno. Cuando el veneno está bien sellado en un recipiente, no puede hacer daño, ¿verdad?
   —Así es.
   —Pero el amor es perfume. Aunque el perfume esté bien cerrado en un frasquito, su aroma emerge y es perceptible. Nadie puede limitar el amor.

BESTIARIO, Salvador Retana & Alberto Manguel

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SALVADOR RETANA & ALBERTO MANGUEL, Bestiario, Casariego, Madrid, 2005, 148 páginas.


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En El Bestiario de Salvador Retana (pp. 9-11) escribe Alberto Manguel (responsable también de la selección de los textos que acompañan a los 64 grabados del pintor): "El dibujo que inicia la ejecución del grabado tiene la simplicidad y la fuerza de aquellos dibujos cavernícolas, o de los distraídos garabatos que se encuentran en los márgenes de tantos manuscritos medievales, o de ciertos graffiti modernos, fugaces y apremiados".  
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EL PIZKATUM

El Pizkatum es un demonio que puede cambiar de cabeza. A veces elige la cabeza de algún animal, como el lobo o el asno, y cuenta la leyenda que en los bosques de Matto Grosso se han visto correr lobos y asnos decapitados que sus congéneres rehuyen hasta que el Pizkatum les restituye su cabeza.

Elvira Schwarcz, Bugigangas, Sao Paulo, 1912.



FORMAS BREVES, Ricardo Piglia

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RICARDO PIGLIA, Formas Breves, Anagrama, Barcelona, 2000, 144 páginas.

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 En el Epílogo (pp. 141-142) escribe Piglia: "Los textos de este volumen [...] pueden ser leídos como páginas perdidas en el diario de un escritor y también como los primeros ensayos y tentativas de una autobiografía futura". Formas breves es un libro misceláneo en el que compiten por la excelencia microrrelatos, narraciones vivenciales y ensayos. En este último apartado conviene destacar Tesis sobre el cuento (pp. 103-111) y Nuevas tesis sobre el cuento (pp. 113-136).   
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HOTEL ALMAGRO

   Cuando me vine a vivir a Buenos Aires alquilé una pieza en el Hotel Almagro, en Rivadavia y Castro Barros. Estaba terminando de escribir los relatos de mi primer libro y Jorge Álvarez me ofreció un contrato para publicarlo y me dio trabajo en la editorial. Le preparé una antología de la prosa norteamericana que iba de Poe a Purdy y con lo que me pagó y con lo que yo ganaba en la Universidad me alcanzó para instalarme y vivir en Buenos Aires. En ese tiempo trabajaba en la cátedra de Introducción a la Historia en la Facultad de Humanidades y viajaba todas las semanas a La Plata. Había alquilado una pieza en una pensión cerca de la terminal de ómnibus y me quedaba tres días por semana en La Plata dictando clases. Tenía la vida dividida, vivía dos vidas en dos ciudades como si fueran dos personas diferentes, con otros amigos y otras circulaciones en cada lugar.
   Lo que era igual, sin embargo, era la vida en la pieza de hotel. Los pasillos vacíos, los cuartos transitorios, el clima anónimo de esos lugares donde se está siempre de paso. Vivir en un hotel es el mejor modo de no caer en la ilusión de “tener” una vida personal, de no tener quiero decir nada personal para contar, salvo los rastros que dejan los otros. La pensión en La Plata era una casona interminable convertida en una especie de hotel berreta manejado por un estudiante crónico que vivía de subalquilar cuartos. La dueña de la casa estaba internada y el tipo le giraba todos los meses un poco de plata a una casilla de correo en el hospicio de Las Mercedes.
   La pieza que yo alquilaba era cómoda, con un balcón que se abría sobre la calle y un techo altísimo. También la pieza del Hotel Almagro tenía un techo altísimo y un ventanal que daba sobre los fondos de la Federación de Box. Las dos piezas tenían un ropero muy parecido, con dos puertas y estantes forrados con papel de diario. Una tarde, en La Plata, encontré en un rincón del ropero las cartas de una mujer. Siempre se encuentran rastros de los que han estado antes cuando se vive en una pieza de hotel. Las cartas estaban disimuladas en un hueco como si alguien hubiera escondido un paquete con drogas. Estaban escritas con letra nerviosa y no se entendía casi nada; como siempre sucede cuando se lee la carta de un desconocido, las alusiones y sobreentendidos son tantos que se descifran las palabras pero no el sentido o la emoción de lo que está pasando. La mujer se llamaba Angelita y no estaba dispuesta a que la llevaran a vivir a Trenque-Lauquen. Se había escapado de la casa y parecía desesperada y me dio la sensación de que se estaba despidiendo. En la última página, con otra letra, alguien había escrito un número de teléfono. Cuando llamé me atendieron en la guardia del hospital de City Bell. Nadie conocía a ninguna Angelita.
   Por supuesto me olvidé del asunto pero un tiempo después, en Buenos Aires, tendido en la cama de la pieza del hotel se me ocurrió levantarme a inspeccionar el ropero. Sobre un costado, en un hueco, había dos cartas: eran la respuesta de un hombre a las cartas de la mujer de La Plata.
   Explicaciones no tengo. La única explicación posible es pensar que yo estaba metido en un mundo escindido y que había otros dos que también estaban metidos en un mundo escindido y pasaban de un lado a otro igual que yo y, por esas extrañas combinaciones que produce el azar, las cartas habían coincidido conmigo. No es raro encontrarse con un desconocido dos veces en dos ciudades, parece más raro encontrar en dos lugares distintos, dos cartas de dos personas que están conectadas y que uno no conoce.
   La casa de la pensión en La Plata todavía está, y todavía sigue ahí el estudiante crónico, que ahora es un viejo tranquilo que sigue subalquilando las piezas a estudiantes y a viajantes de comercio, que pasan por La Plata siguiendo la ruta del sur de la provincia de Buenos Aires. También el Hotel Almagro sigue igual y cuando voy por Rivadavia hacia la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Puan paso siempre por la puerta y me acuerdo de aquel tiempo. Enfrente está la confitería Las Violetas. Por supuesto hay que tener un bar tranquilo y bien iluminado cerca si uno vive en una pieza de hotel.

HORMIGAS BLANCAS, Jordi Doce

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JORDI DOCE, Hormigas blancas, Bartleby, Madrid, 2005, 84 páginas.

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En un poema todo sucede por primera vez.
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El azar, la forma en que tiene el mundo de disimular, de salirse con la suya tomando la tangente.
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Recordar, olvidarse del desorden de la memoria.
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La página es lo contrario de una ventana: hay que cubrirla para ver.
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Sólo el laberinto te asegura una salida.
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Hay quien calla pues sabe que en el instante en que diga una palabra, las demás caerán sobre él como un alud.
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Cruzar el puente de palabras de uno mismo.
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Intuiciones, sueños extraviados de Dios.
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La noche no basta para limpiarnos.

ZOOLÓGICO DE SEÑORAS, Mónica Cazón

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MÓNICA CAZÓN, Zoológico de señoras, Macedonia, Morón, 2011, 64 páginas.

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LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

   Durante largas noches frías ella alejaba las alimañas que rondaban mi cabaña, y yo dormía tranquila al saber que me protegía. Su aullido profundo era la señal. Una noche no la escuché y, preocupada, luego de meses de su presencia infaltable, abrí la puerta.
   Allí estaba salvaje y hambrienta al acecho, esperando el ataque definitivo, buscando a la loba que había en mí. Porque sí. Porque no quería competencia.

RELÁMPAGOS, Ramón Eder

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RAMÓN EDER, Relámpagos, Cuadernos del Vigía, Granada, 2013, 72 páginas.

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Qué triste debe ser leer en casa de los suegros una mala novela sentado en un sofá de cretona.
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La vida es puro teatro, pero duele.
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Qué lejos estoy de tu corazón y qué cerca de tu escote.
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Sin querer se quiere y se deja de querer.
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Cuando recordamos un viejo amor lo inteligente es sonreír.
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No hay que ser envidioso, pero que nadie te envidie resulta sospechoso.
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Se derraman más lágrimas por los amores correspondidos que por los no correspondidos.
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El deseo convierte en palacios los hoteles baratos.
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Hay un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia.

PIOTR Y LOS CHUCHUFLETES, Alan Zmud

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ALAN ZMUD, Piotr y los chuchufletes, Amazon, 2013, 90 páginas.

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SUERTE

   Piotr va al casino un sábado. Apuesta fichas en la ruleta y gana varias veces apostando al rojo, que es un color llamativo y popular. Luego apuesta al tres, número simpático donde los haya, y para gran sorpresa de la señora gorda que está frente a él, vuelve a ganar. Entonces cambia de mesa y juega tres fichas más. Gana y piensa en dar propina al joven que tira la bola, pero luego ve que este joven lleva un corte de pelo muy feo y cambia de opinión. Apuesta al ocho, pero pierde y decide no apostar nunca más por el ocho durante toda la eternidad. Pero como toda la eternidad y cinco segundos se parecen mucho (sobre todo – piensa Piotr – para aquellos seres que vivan sólo cuatro segundos) cambia de opinión y vuelve a jugar al ocho. Gana y se alegra mucho, pero no da propina.
   Piotr gana durante siete minutos más, y una joven pelirroja lo mira con intenciones lascivas. Piotr, que es muy tímido – especialmente en el casino –, sigue jugando. Vuelve a ganar y ve que un joven se le acerca sin intenciones lascivas. Se levanta para ir a cambiar las fichas, y el joven le pregunta: “¿ha seguido alguna estrategia para ganar?”. Piotr responde afirmativamente: “Nunca olvido tener suerte”. Luego se marcha, y de camino a casa se acuerda de la chica pelirroja, tan bonita, y también de toda esa gente que – pobre – va al casino y se olvida de tener suerte.


LA MÁS CRUEL DE LAS CERTEZAS , Mario Pérez Antolín

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MARIO PÉREZ ANTOLÍNLa más cruel de las certezasBaile del Sol, Tegueste, 2013, 156 páginas.

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Lo más terrible es que no hace falta ser un depravado para violar mujeres, secuestrar niños y arrasar aldeas. En la guerra basta con recibir el adiestramiento necesario y ponerse en situación; entonces un anodino oficinista de los Balcanes, un simpático mecánico de Oklahoma o un laborioso campesino de Uganda es capaz de hacer lo que jamás creyó que podría haber hecho.
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Lo que más envejece es contemplar la desgracia, impasiblemente.
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Lo que es difícil de explicar caerá pronto en el olvido.
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Hay poemas que de tan bellos, se esterilizan. No viene mal que se ensucien, de vez en cuando, con nuestra porquería.
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Antes de escribir pienso en el texto que quisiera leer; después me pongo manos a la obra, y cuando termino, el libro pierde su interés para mí y lo adquiere, si acaso, para otros.
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Cuando ya nada me sorprenda, estaré en la antesala de la muerte.

CUENTOS MARAVILLOSOS DE LA ANTIGUA CHINA, Anónimo

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ANÓNIMO, Cuentos maravillosos de la antigua China, Oberón, Madrid, 2005, 248 páginas.  

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En Dioses, cuentos y sabios (pp. 9-10) Jesús Palacios destaca lo que explica la calidad literaria de las colecciones de cuentística tradicional china: tras el anonimato de sus creadores están autores reconocidos cuyas obras "sólo posteriormente han pasado a formar parte de la tradición oral popular".
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TÍA TIGRE

   Todos los campesinos lo sabían: el tigre podía transformarse en una anciana. Se habían dado varios casos en las aldeas vecinas y más de un niño había terminado en su frío estómago. Por eso, nadie dejaba a sus hijos solos en casa. Pero, por desgracia, aquella mujer tuvo que ausentarse dos días porque su padre agonizaba en un lugar al otro lado de las montañas.
   —No te preocupes por nosotros —la tranquilizó su hijita de siete años—. Te prometo que no abriremos la puerta a nadie. Vete tranquila.
   —Si mi padre muere, su espíritu vendrá a protegeros —dijo la mujer, y se marchó camino adelante.
   La niña jugó todo el día con su hemanito de cinco años. A la caída de la tarde estaban tan cansados que no oyeron los golpes que alguien estaba dando a la puerta.
   —¿Es que vais a tenerme aquí todo el día? —preguntó una voz de mujer.
   Los niños se abrazaron, atemorizados. Tanto les había hablado su madre de tía tigre que creían verla en todos los sitios, ahora que empezaba a oscurecer.
   —Vamos. ¿A que tenéis miedo? —insistió la voz—. ¿No os acordáis ya de vuestra tía?
   —¿Tía? —la voz de la niña temblaba de miedo—. Nosotros no tenemos ninguna tía. Jamás la hemos visto.
   —¿Cómo que no? Yo soy la hermana de vuestra abuela, la viejecita que vive al otro lado de las montañas.
   Los niños no quisieron creerla, pero tía tigre comenzó a meter por debajo de la puerta pequeñas tartas de arroz cubiertas de miel.
   —Bueno. Si no queréis dejarme entrar —continuó tía tigre—, comeos, por lo menos, las golosinas que os he traído. Son tantas que apenas puedo con esta bolsa y sería una pena tener que volvérmelas a llevar. Las hemos hecho entre vuestra abuela y yo.
   —¡No, no te las lleves! —gritaron los niños a coro, y abrieron la puerta.
   —Así me gusta: que seáis prudentes —dijo tía tigre, cuando se hubo sentado en la mejor silla de la casa—. No debéis fiaros de nadie. Dos niños solos son una pieza muy apetecible para cierta clase de bestias — los niños sonrieron seguros.
   Tía tigre conocía muchos juegos e imitaba el sonido de todos los animales. Los niños se los hicieron repetir muchas veces, hasta que la bestia fingió tener sueño. La niña le dijo:
   —No. Tú duerme en la cama de mamá. Es la mas grande y cómoda y, además, conviene que hoy descanses bien.
   Pero tía tigre se negó, diciendo que la oscuridad le daba miedo, y se echaron los tres en el mismo lecho: la niña a la izquierda, la fiera en el medio y el niño junto a la pared.
   La luna se escondió tras una nube. Tía tigre sacó entonces un manojo de hierbas y anestesió con ellas al niño. Después le arrancó el dedo pulgar y comenzó a comérselo. Chupaba con tal fruición del hueso que terminó despertando a la niña.
   —¿Qué estás comiendo, tía? —preguntó entre sueños—. ¿No podrías darme a mí un poco? Yo también tengo hambre.
   Tía tigre arrancó al niño el dedo meñique y se lo pasó a su hermanita. La niña se dio cuenta en seguida del juego de la bestia, pero no dijo nada. Comenzó a hacer ruido con la boca, como si también ella disfrutara de la carne fresca.
   —¿No tienes miedo? —preguntó tía tigre, dándose cuenta de la equivocación que había cometido.
   —¿Miedo? ¿A que habría de tener yo miedo, tía? —respondió la niña e hizo como si se durmiera de nuevo.
   A los pocos minutos intentó levantarse, pero tía tigre la retuvo con su zarpa.
   —Quieres escaparte, ¿eh? Te encantaría despertar a todos los hombres de la aldea para que me mataran, pero no voy a dejártelo hacer.
   —¿Qué dices? —la niña fingió extrañeza—. Solo quiero ir al retrete. Creo que no me han sentado bien las tortas con miel.
   —Ningún cachorro humano es de fiar —apostrofó la bestia. 
   —¡Qué cosas más graciosas se te ocurren, tía! Venga. Déjame ir —después continuó—: Si no me crees, mira, átame esta cuerda y así podrás controlar todos mis movimientos.
   A tía tigre le pareció bien. Pero la niña, en vez de ir aI retrete, salió al patio y ató la cuerda a un tilo. Después se metió en la cocina y empezó a hervir una enorme olla de aceite. Desde allí oyó preguntar a la bestia:
   —¿Por qué tardas tanto? No estarás preparándome ninguna treta, ¿verdad? —la voz de tía tigre sonaba somnolienta, porque también a ella le estaban haciendo efecto las hierbas de la anestesia.
   La niña subió al árbol la olla de aceite hirviendo y la escondió entre las ramas. El aire frío le cortaba el aliento, pero gritó con todas sus fuerzas. 
   —¡Tía, tía! ¿A qué no sabes donde estoy?
   Tía tigre siguió la dirección que le marcaba la cuerda y llegó a los pies del tilo. Levantó la vista y vio a la niña escondida entre las ramas. Su furia era tan grande que inmediatamente comenzó a trepar por el tronco del árbol. La niña vertió entonces la olla, y el aceite le cayó a la fiera en plena cara. Tía tigre dio un alarido y huyó para siempre de la aldea. En su loca carrera iba gritando:
   —¿Por qué me habré fiado de un cachorro de hombre? Ninguno es de fiar..., ninguno es de fiar!
   Cuando los aldeanos oyeron lo ocurrido, no querían creérselo.
   —¿Que una niña ha derrotado a tía tigre? —preguntaban escépticos—. Es totalmente imposible. Estos niños han sufrido una pesadilla. Eso es todo. ¿Qué otra explicación puede darse?
   Pero dejaron de dudar cuando la niña frotó la mano de su hermanito con la sangre del tigre y comenzaron a crecerle los dedos perdidos. Entonces parecieron entender el extraño lamento que traía desde muy lejos el viento: 
   —¡Ningún cachorro humano es de fiar...! ¡Ninguno...! ¡Fiaaar...!

LOS SUEÑOS DE DIEZ NOCHES, Natsume Soseki

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NATSUME SOSEKI, Los sueños de diez noches, Olañeta, Palma, 2013, 96 páginas.

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Ángela Pérez traduce y presenta estas "auténticas perlas engarzadas en el hilo onírico".
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LA TERCERA NOCHE

   Tuve este sueño:
   Yo iba caminando con un niño de seis años a cuestas. Estaba seguro de que era mi hijo. Pero, por extraño que parezca, no sabía por qué estaba ciego y calvo como un monje. Le pregunté cuándo se había quedado ciego y me contestó que estaba ciego desde hacía mucho tiempo. Tenía voz de niño, pero hablaba como un hombre maduro, sin el menor respeto a su padre.
   Estábamos en un sendero largo que cruzaba un arrozal verde. A veces se divisaba una garza blanca en la oscuridad.
   —Creo que ya hemos llegado al arrozal —dijo el niño a mi espalda.
   —¿Cómo lo sabes? —le pregunté, volviendo la cabeza hacia él.
   —Por los graznidos de las garzas.
   Entonces se oyó dos veces el graznido de una garza tal como él había dicho.
   Empecé a sentir miedo de él, aunque era mi hijo. Con tan extraña criatura ala espalda, tenía la impresión de que iba a ocurrirme algo espantoso. Miré alrededor buscando un sitio adecuado para deshacerme de él. Divisé en la oscuridad un bosque grande a lo lejos. Me pareció que sería un buen lugar para hacerlo y entonces oí una risilla detrás.
   —¿De qué te ríes ahora? —pregunté.
   Él no me contestó. Se limitó a preguntarme:
   —¿Peso demasiado, padre? —Le contesté que no y él dijo—: Creo que pronto pesaré más.
   Seguí caminando en silencio hacia el bosque. El sendero seguía un curso sinuoso entre los campos, así que era difícil salir. Al cabo de un rato llegué a un punto en que el sendero se bifurcaba. Me detuve allí para hacer un breve descanso.
   —Aquí debe haber un mojón —dijo el niño.
   Era verdad. Distinguí un pilar de piedra de unos ocho por ocho centímetros y que me llegaría a la cintura. Indicaba: a la izquierda, Hidarigakubo y a la derecha, Hottahara. Veía clarísimamente los caracteres rojos en la oscuridad. Eran de color escarlata como el vientre de los tritones.
   —Será mejor que vayas hacia la izquierda —me dijo el chico. Miré hacia la izquierda y divisé el bosque en el que me proponía adentrarme, que proyectaba sombras oscuras sobre nosotros. Vacilé un momento.
   —¿Qué estás esperando? —me preguntó el niño en tono apremiante. Tomé de mala gana el camino que llevaba al bosque. Seguí andando y andando por el camino que llevaba al bosque, preguntándome cómo podría saberlo todo el niño a pesar de su ceguera.
   —Es odioso estar ciego. No lo soporto —dijo él a mi espalda.
   —Por eso te llevo yo. Para que te sientas mejor.
   —Te lo agradezco, pero la gente se burla de mí por ser ciego. Incluso mi padre se burla de mí. —Me sentía más que harto del muchacho, y me apresuré para dejarle en el bosque lo antes posible—. Un poco más adelante encontrarás algo. Recuerdo que ocurrió precisamente una noche como ésta —dijo él a mi espalda, como si hablara solo.
   —¿De qué hablas ahora? —le pregunté con aspereza.
   —¿Por qué me lo preguntas? Lo sabes muy bien —respondió el niño en tono despectivo. Entonces tuve la impresión de que sabía algo aunque no estaba totalmente seguro de lo que era. Y creía que sabía que lo que fuese había ocurrido realmente una noche como aquella. Tal vez un poco más adelante lo supiera con certeza. Pero algo me advertía que tal vez fuese mejor no saberlo. Tenía que deshacerme del chico lo más pronto posible, antes de averiguarlo. Apreté el paso todavía más.
   Llevaba bastante tiempo lloviendo. La oscuridad aumentaba a cada paso. Procure concentrarme en seguir avanzando. El niño que llevaba a la espalda reflejaba como un espejo todos los detalles de mi pasado, mi presente y mi futuro. Y era mi propio hijo, que estaba ciego. No podía soportarlo. Y en aquel preciso momento le oí decir:
   —¡Aquí! ¡Es aquí mismo, al pie de ese cedro! —Su voz sonó clarísima a pesar de la lluvia. Me detuve inconscientemente. Me había adentrado en el bosque sin darme cuenta. Había algo negro a unos dos metros. Parecía un cedro, tal como había dicho él.
   —Lo hiciste al pie de ese cedro, padre. ¿Lo recuerdas?
   —Sí, es ahí precisamente donde lo hice —respondí yo muy a mi pesar.
   —Fue el quinto año de Bunka. El año del dragón [1808], ¿verdad? —él tenía razón, me dije——. ¡Así que hace exactamente cien años que me mataste aquí!
   Al oír estas palabra comprendí súbitamente que había matado a un hombre ciego una noche como aquella el quinto año de la era de Bunka, el año del dragón. En cuanto comprendí que era un asesino, el niño que llevaba a cuestas se hizo mucho más pesado, tanto como un niño jizo de piedra.

BICHOGRAFÍAS, Fernando Krahn

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FERNANDO KRAHN, Bichografías, Seix Barral, Barcelona, 2010, 144 páginas.

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En Los bichos de mi vida (pp. XV-XXII) Krahn confiesa: "A principio de los años sesenta, viviendo en Nueva York, leí La metamorfosis de Kafka y pensé en cómo haría yo las ilustraciones. Al intentar unos bocetos noté que me distanciaba de Kafka y que surgían unos insectos algo barrocos, con muchas patas y antenas. Inicié así una serie de dibujos minuciosos e inquietantes con insectos de mi total invención". En El bicho interior (pp. XI-XIII) Rosa Montero advierte al lector: "...entras en Bichografías y te parece estar asomándote a otra dimensión, a una especie de fabuloso bestiario medieval, a un mundo de fantasía; hasta que te das cuenta de que estás mirando dentro de ti mismo", 
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Mis antepasados cavaron dentro de un busto de madera un espacio para poner huevos. Éstos, dentro de cápsulas líquidas, caen por un orificio y concluyen su gestación. Cada Abril llegan los peregrinos al monasterio de Gratusek a ver las lágrimas de Santa Pristina, hermosa figura policromada del s. XIV. Los monjes no admiten el análisis biológico de las lágrimas.


UN ESCARABAJO DE SIETE PATAS ROTAS, Santiago Eximeno

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SANTIAGO EXIMENOUn escarabajo de siete patas rotas, Amargord, Madrid, 2013, 104 páginas.

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PISCINAS PÚBLICAS

   En la piscina flota media docena de cuerpos. Todos son niños. Sus rostros, los ojos muy abiertos, se hunden en el agua. Si pudieras verlos te sorprendería descubrir que en todos ellos brilla una sonrisa.
   El socorrista emplea un gancho metálico para atraparlos y arrastrarlos hasta la orilla. Los padres esperan junto al agua, pacientes. El socorrista les entrega los cuerpos, uno por uno. También sonríe.
   En las taquillas de la entrada nuevas familias hacen cola, esperando su turno.

VERTIGO VERBAL DEL SUICIDA REINCIDENTE, Alejandro Bentivoglio

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ALEJANDRO BENTIVOGLIOVértigo verbal del suicida reincidente, Macedonia, Morón, 2011, 132 páginas.

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NINGUNA QUEJA

   Hubo épocas en las que dormía dentro de Laura; no era algo que pudiese evitar.
   Ella no decía nada salvo esas veces cuando buscaba intimidad y por debajo de su camisón, o de su bata abierta asomaba alguna mano de mí, alguna pierna que hacía incomodo todo noviazgo con terceros.

TÍTERE CON CABEZA, Javier Almuzara

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JAVIER ALMUZARA, Títere con cabeza, AMG Editor, Logroño, 2005, 76 páginas.

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Suerte y condena de la obra inspirada que desborda el genio de su autor: estar por encima de sí mismo una sola vez y no estar a la altura el resto de la vida. O lo que es lo mismo, haber tocado la flauta y verse reducido a rebuznar.
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Cuando se tiene algo que decir siempre queda claro, aunque no se haya dicho del todo. Por mucho que diga un pensamiento vacío, sólo la oscuridad le dará cuerpo.
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Hay un momento en la vida en que se deja de actuar con red; justo cuando toca el triple salto mortal.
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Conserva la memoria agradecida y borra todo lo demás. No dejes, por torpeza, por error u omisión, de haber sido feliz.
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El paraíso son los otros, los que se han instalado en nuestro infierno y lo han convertido en un lugar habitable.
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Hay algo digno en el común de los mortales. Absueltos por la caducidad, nuestra miseria no nos sobrevive.

LA ROSA Y EL SUDARIO, Pedro Antonio Valdez

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PEDRO ANTONIO VALDEZ, La rosa y el sudario, Isla Negra, San Juan de Puerto Rico, 2001, 80 páginas.

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En el Preámbulo el autor expresa con convicción su poética: "El cuento corto en la narrativa es, como el haiku en la versificación, el camino más corto hacia el silencio".
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EL ESTETA

   Al primer cadáver de mujer le faltaban los ojos —los más hermosos nunca vistos, confesarían los amantes tardíos. La noche siguiente, apareció otro sin la cabeza. Luego, uno sin pies; otro, manco de ambas manos, hallaron un cuerpo con los dientes enrojecidos, pues le habían arrancado los bellos labios. Y durante aquellos días fueron encontrando cadáveres incompletos, que coincidían en ser todos de mujer y en faltarle la parte más hermosa de su cuerpo. Las pistas condujeron a un caserón silencioso, donde descubrieron, cubierto por una corteza de hielo, el cadáver de la mujer más bella de la tierra. A su lado, desconsoladamente suspiraba el asesino, con una mano posada sobre el hielo. La autopsia reveló que el último cadáver era un cuerpo artificial, construido con las partes que faltaban a los cadáveres de mujer anteriormente encontrados. Mientras espera la descarga de la silla eléctrica, el asesino aún suspira desconsoladamente, como aquella tarde en que comprobara cuán fría resulta la belleza.