CUENTOS COMPLETOS, Javier Tomeo

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JAVIER TOMEO, Cuentos completos, Páginas de espuma, Madrid, 2012, 867 páginas.
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Estos Cuentos completos, en la titánica edición encargada por Páginas de Espuma a Daniel Gascón, recogen, además de Bestiario, Historias mínimas, Problemas oculares, Zoopatías y zoofilias, El nuevo bestiario, Cuentos perversos y Los nuevos inquisidores, una copiosa colección de Inéditos y reescrituras (pp. 589-866). Del maestro Tomeo dice Gascón: "Hay muchos escritores buenos. Pero no son tan frecuentes los que inventan una manera de ver el mundo y consiguen contagiarla a los lectores".
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LA SOLEDAD DE LOS DINOSAURIOS

   —Los dinosaurios me explica esta tarde Ramón— desaparecieron de la faz de la tierra porque tenían un cerebro minúsculo, es decir, por tulpa de su poco seso.
   —Sin embargo —observo—, somos muchos los tontos que sobrevivimos.
   —A los dinosaurios —sigue explicándome Ramón— les faltaba sensibilidad y recibían tarde y mal los mensajes dolorosos que les llegaban al cerebro.
   —¿Tan grave es eso?
   —Te lo explicaré en cuatro palabras. Cuando llegaba la noche y aquellos gigantes (soñando tal vez amores imposibles) se quedaban dormidos a la luz de la luna, otros animales más pequeños se los comían vivos impunemente. Antes o después, los dinosaurios se despertaban, eso es cierto, pero entonces era ya demasiado tarde. Hubo más de uno de aquellos gigantescos reptiles que, al levantar la cabeza, se encontró prácticamente convertido en un inmenso esqueleto.
   Ramón me explica todo eso con la voz cavernosa de las grandes ocasiones.
   —Debe de ser mala cosa —añade, tras un suspiro—, despertarse y encontrarse convertido en una serie de huesos mejor o peor dispuestos. Mala cosa, sobre todo, desbubrir que nuestros enormes y leales corazones de herbívoros, aunque sea por poco tiempo, continúan latiendo entre las costillas mientras las hienas, ahítas de carne, se ríen a lo lejos.
   —Puede que aquellos dinosaurios se muriesen de pena al descubrirse convertidos en un montón de huesos —observo—, pero puede, también, que muriesen avergonzados por sus dimensiones, es decir, por verse tan enormes en un mundo en el que empezaba a prevalecer lo políticamente correcto.
   —Sí, puede que se muriesen al verse distintos —suspira Ramón, mientras empieza a llover suavemente y se caen las últimas hojas de los árboles.

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