CUENTOS COMPLETOS, Antonio di Benedetto

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ANTONIO DI BENEDETTO, Cuentos completos, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2006, 708 páginas.

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SALVADA PUREZA

   De todas maneras, ya tendría que haber suspendido la lectura. Debo medirme, para no gastar demasiada luz eléctrica; debo medirme para dormir las horas precisas y no ser mañana un reprensible empleado dormido.
   Me han quitado el libro de las manos los apasionados gatos, los seres del amor belicoso y esencialmente nocturno. Bajo la luna, creo yo, el amor puede ser más idílico y puede ser más bestial. Quizás la franqueza del sol propicia, dentro de la relación, las revelaciones que conducen al tedio y al desencanto.
   Entre todos esos gatos ha de andar mi gatito, mi Fuci, ignoro si idílico o bestial, sin duda irreconocible. Irreconocible aun para mí, que cuido su desarrollo y lo veo incluso en mis sueños, cuando sueño que es leopardo. Lo veo leopardo, como si yo fuese un padre normal y mi hijo hubiese ido más allá de mis deseos, tomando las proporciones de un gigante. Padre normal, al fin, no podría impedir que mi voz de adentro lo llamara, sencillamente, hijo.
   Asl llamo a mi Fuci-leopardo: simplemente, Fuci. Fuci, le digo, como un saludo y como un cariño, cuando lo visito en ese prado del parque donde reproduce su antigua costumbre de cuando era gato. Cuando era gato se avecindaba, envuelto en sí mismo, dormitando, al pie de alguna cacerola, que oliese bien. Ahora que es leopardo dormita en un prado donde picotean tres gallinas, a la espera, supongo, de que ellas mueran, para poder comérselas sin cometer excesivo deliro. En la espera se han abultado necesidades que, sin hacerle olvidar su anhelo, aunque relegándolo a la condición de una esperanza posiblemente fallida, le han impuesto otra vida y otra si- tuación. Su situación es actualmente la del jefe de familia. Vive, con sus cachorros y su elegida -que a mí me produce la impresión de una hiena y posiblemente lo es- en un horno abandonado, donde el prado extingue su verdor, que no puede entrar en la tierra salitrosa. Mi Fuci-leopardo a nadie permite acercarse, excepto a mí, si bien nuestra comunicación está un ramo interferida por la presencia de su esposa, que no me manifiesta simpaúa alguna. Me limito, entonces, a detenerme a cierta distancia del horno y mirar, nada más, mirar, mientras lo nombro: Fuci, como en una conversación unilateral, confidente y compasiva. Porque ahora veo, en el rostro triste y tenuemente severo del Fuci, el gravamen de las obligaciones, y yo pienso que, por más leopardo que sea, en lo íntimo es sólo un gato y no pueden cargarse demasiadas responsabilidades sobre un gato. Bien lo sé yo, por mi personal experiencia de hombre.
   Si ahora regresa, de los techos y de su porción de amor, sentirá en mí, más que la habitual protección del hombre al gato, la solidaridad de los nivelados por los problemas.
   Debe de ser él y esta noche tiene que ser leopardo, por la fuerza y la torpeza conque abre mi puerta.
   No.
   No es. Es un hombre, un hombre de presencia inexplicable. Tengo un segundo para saber que no necesita cuchillo ni revólver, que no le veo, para asesinarme; y un segundo para saber que, sin él, el cielo, que ha descubierto abriendo la puerta, podría ser hermoso.
   Por fortuna, yo soy un niño y aún me quedan muchos años de vida.
   Pero, ¿cómo libraré a mi Fuci de ese criminal?

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