APÓLOGOS Y MILESIOS, Juan García Hortelano

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JUAN GARCÍA HORTELANO, Apólogos y milesios, Lumen, Barcelona, 1975, 129 páginas.

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En una de las secciones del libro ...y ahora, ocho flores del mal menor... (51-86) predominan las formas breves.
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TU MELENA ENCIENDE LA LUNA
        
   Reconoce ser autor también de la famosa canción “Tu melena enciende la luna”, palinodia o pamema que esta Autoridad certifica no haber oído jamas. Requerido, en consecuencia, a que circunstancie el argumento de esa música, tras una resistencia inicial, dice que, en esencia, la melena de ella, sin duda del denominado tinte pelirrojo, al ser deshorquillada o desplegada enrojece la superficie lunar, en las noches en que dicho astro o satélite desaparece en fase de novilunio. A la pregunta de que si cree en un fenómeno meteorológico de tan dudosa verosimilitud, contesta que no. Inquirido sobre la incongruencia de asegurar, sin previa comprobación y convencido de su falsedad, la tesis de que la luna enrojece (o, al menos, según admite, adquiere una tonalidad castaño obscuro) siempre que su chica se suelta el pelo, reitera la petición de telefonear a un abogado. Niega tozudamente conocer el nombre y demás filiación de la antedicha manceba, capaz de manchar de bermejo la impoluta blancura selenita. Se le reconviene, mostrándole la temeridad de sus aseveraciones, por el indudable desprestigio que se deriva para las hembras de nuestra raza, al hacerles sospechosas de deambuleos por campos o vías públicas a horas inconvenientes; se le señalan los indicios de calumnia infamante que conlleva relacionar a la fémina con los ciclos de la luna; y, por último, se le apercibe de haber cometido injuria patente al claustro materno, donde, aunque declara ignorarlo, se forman y conforman los lunares, para futuras identificaciones por parte de esta Autoridad. Convenientemente interrogado, tras una pausa o recuperación, declara que, además de haber compuesto jerigonzas como “¿Por qué, dime, se marchitan las rosas, cuando tu teléfono no contesta?”, “Si te alejas, se me llagan las manos” y “Cosecha de corazones”, ha pretendido su máxima difusión, movido por apetencia dineraria, ansias de notoriedad y (con un cinismo, que esta Autoridad cree su deber subrayar) por íntima complacencia. Añade, sin coacción alguna, que no sólo ambiciona llevar sus composiciones a labios de la juventud, sino que, a mayor abundamiento, aspira a que sean silbadas por la madurez reprimida, damas insatisfechas y burócratas, terminando, una vez más, por solicitar la presencia de un abogado. Desmiente haberse lucrado con la exhibición de sus manos llagadas, rubricando, sin embargo, las fatigas a que ha de someter a su mente y a sus neuronas hasta descubrir que se han resecado las rosas en el florero a causa de no conseguir línea con su expresada barragana. Acorralado por la evidencia, asiente al hecho incontrovertible de su anómala correspondencia con el mundo físico, astronómico, botánico y anatómico, exclamando que no le importaría, con tal de presenciarla, una explosión cósmica, que le borrase la faz al Universo. Paulatinamente excitado (lo que obliga a medidas precautorias), se debate y vocifera su necesidad de acabar de una vez, al tiempo que jura que su próxima composición se titulará “Mi madre me concibió en un lupanar”, con lo cual esta Autoridad obtiene la buscada confesión, da por finalizado el período inquisitivo y se permite recomendar el más implacable rigor, sin tener en consideración la innegable mediocridad y saboteadora cursilería del encausado, por cuanto todos estos autoconfesados hijos de prostituta resultan igualmente perniciosos y corrosivos, con independencia de sus aptitudes personales para el verso.

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