EL LIBRO DE LA ALMOHADA, Sei Shônagon

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SEI SHÔNAGON, El libro de la almohada, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2002 (2001), 322 páginas.

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De Sei Shônagon, una de las plumas más destacables del periodo Heian (794-1185), Amalia Sato, responsable de la traducción, prólogo y notas de este volumen, pone en relieve el hecho de que esta escritora "fue la primera de un género propio de la literatura japonesa, que aún está vigente en la actualidad: zuihitsu, el ensayo fugaz y digresivo, literalmente «al correr del pincel»". Se trata, en definitiva, de "una dispersión del sujeto en fragmentos" que oscila de modo armónico entre un lirismo autobiográfico y la reflexión filosófica con andamiajes narrativos.

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Al cruzar el río con luz de luna, me gusta ver cómo el agua salpica en chorros de cristal bajo las patas de los bueyes.
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Las cartas son algo común, y sin embargo ¡qué cosa tan espléndida! Cuando alguien se encuentra en una provincia lejana y estoy preocupada, entonces llega una carta inesperada y me parece estar cara a cara con el otro. Además, es un gran alivio haber expresado los sentimientos en una carta, aunque una sepa que aún ésta no ha llegado. Si las cartas no existieran, qué negra tristeza nos atenazaría.Si algo nos inquieta y queremos compartirlo con alguien, qué desahogo volcar todo en una carta. Todavía mayor es la alegría cuando la respuesta llega. En ese momento una carta parece el elixir de la vida.
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   Recuerdo una mañana clara del Noveno Mes. Había llovido durante toda la noche. A pesar del sol, las gotas de rocío aún cubrían los crisantemos del jardín. En los cercos de bambú y las varas de los setos veía telarañas. A medida que sus hilos se quebraban, las gotas de lluvia quedaban colgando de ellos como perlas de un collar. Estaba conmovida y encantada.
   Poco a poco, el rocío fue desapareciendo del trébol y de las otras plantas en las que tan pesadamente se había posado. Las ramas, más livianas, se agitaron casi imperceptiblemente y luego, de repente y con toda armonía, se alzaron.
   Más tarde describí a los demás toda la belleza que había visto. Pero mi relato no causó ninguna impresión, y quedé desasosegada.

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