MIL CRETINOS, Quim Monzó

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QUIM MONZÓ, Mil cretinos, Anagrama, Barcelona, 2008, 176 páginas.

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UN CORTE

   Toni entra en clase corriendo, con ojos alarmados y un corte en el cuello. Es un corte profundo y ancho, del cual mana sangre, más que roja, de un granate brillante. A simple vista y sin la verificación oportuna se diría que, como la carne se ha abierto, la incisión —que al principio debía de ser una línea milimétrica— tiene ahora una anchura de dos o tres centímetros. El largo podríamos situarlo en veinte o veinticinco, ya que empieza debajo de la oreja izquierda, baja por el cuello y acaba a la altura del pecho, un poco más a la derecha del esternón.
   —Me han cortado con una botella rota.
   La sangre le chorrea por el cuello y le mancha la camisa blanca del uniforme. También lleva el cuello de la americana empapado en sangre.
   —A ver. ¿Ésas son maneras de entrar en clase, Toni?
   —Es que Ferran y Roger, señor, han cogido una botella rota que había cerca de la máquina de bebidas, me la han clavado y... 
   —¿Cómo se entra en clase, Toni? ¿Es así como se entra en clase? ¿De cualquier manera, se entra en clase? ¿Se entra en clase sin decir «buenos días»? ¿Es eso lo que hemos aprendido en la escuela, Toni?
   —Buenos días —dice Toni mientras se cubre el corte con la mano derecha para intentar parar la sangre. 
   —Hace mucho tiempo que, en general, las costumbres han ido degenerando, y no es culpa vuestra, lo sé. También es culpa nuestra, de las instituciones que no somos capaces de ofrecer una educación que fundamente personalidades educadas en el rigor y la responsabilidad. Pero también es culpa de la sociedad, es culpa de tantos padres que exigen que la escuela supla la autoridad que ellos son incapaces de ejercer. Tú, Toni, sólo eres una muestra, un grano de arena en la playa infinita del desbarajuste universal. ¿Dónde está el rigor de antaño? ¿Dónde están el esfuerzo y el sacrificio? ¿Dónde están los detalles básicos de educación, de urbanidad, que os hemos inculcado día tras día, desde que entrasteis en esta institución? Sé que en muchos otros centros educativos se practica una educación más laxa, y que, siendo imposible ahora un aislamiento total de cada individuo, y conociendo la tendencia que tiene la juventud a mezclarse y confraternizar, sé, por todos estos motivos, que, por más que nuestra institución luche por educaros de manera ejemplar, si nosotros somos los únicos que os inculcamos unas normas, tenéis demasiado al alcance el peligro de contagiaros de la laxitud de los demás.
   —Es que voy todo lleno de sangre, señor.
   —Ya lo veo. Y también veo cómo estás poniendo el parquet. Por no hablar de la camisa, y de la americana. Sabes que me gusta que el uniforme esté siempre impecable. Pero de eso hablaremos después. Ahora ve a recepción y pide al señor Manolo la fregona y un cubo de agua, y procura no ir chorreando sangre por todo el pasillo, que también tendrás que limpiarlo. 

AFORISMOS, Fernando Pessoa

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FERNANDO PESSOA, Aforismos, Renacimiento, Sevilla, 2012, 121 páginas.

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En Inacabable paradoja (pp. 9-14), José Luis García Martín, encargado de la selección y traducción, informa de la novedad que supone este volumen con respecto a la recopilación preparada en 2005 por Rodolfo Alonso (Aforismos y afines) para Emecé. En las páginas 15 y 16 se señala la procedencia de los textos.
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La única actitud digna de un hombre superior es el persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula.
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Vivir es ser otro. Ni sentir es posible si hoy se siente como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo de ayer no es sentir, es acordarse hoy de lo que se sintió ayer, ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue vida perdida.
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Nunca amamos a nadie. Amamos solamente la idea que de alguien nos hacemos. Es a un concepto nuestro —en suma, a nosotros mismos— a quien amamos.
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Saber no tener ilusiones es absolutamente necesario para poder tener sueños.
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La literatura como todo el arte, es la confesión que la vida no basta.
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Todo lo que el hombre expone o expresa es una nota al margen de un texto borrado del todo. Más o menos, por el sentido de la nota, deducimos el que había de tener el texto; pero queda siempre una duda, y los significados posibles son muchos.
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La filosofía es la lucidez intelectual al borde de la locura.

EL RÍO QUE SE SECABA LOS JUEVES (Y OTROS CUENTOS IMPOSIBLES), Víctor González

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VÍCTOR GONZÁLEZ, El río que se secaba los jueves (y otros cuentos imposibles), Anaya, Madrid, 2006, 224 páginas.
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 En el Prólogo (pp. 15-16) Samuel Alonso Omeñaca apunta: "Víctor González construye su universo literario partiendo de la cuentística tradicional, del cancionero popular, e incluso de aquellas noticias absurdas que tantas veces recoge la prensa local". Pablo Amargo aporta las bellas ilustraciones.
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EL ZORRO BLANCO

   La muchacha china que se convirtió en un zorro blanco, como cualquiera puede imaginar sin gran esfuerzo, era indescriptiblemente hermosa.

PATÍBULO INTERIOR, Javier Tomeo

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 JAVIER TOMEO, Patíbulo interior, Destino, Barcelona, 2000, 168 páginas.

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Componen este libro una serie de "reflexiones gráficas": a cada una de las viñetas dibujadas por el propio autor, acompañan unos microtextos en los que cabe el microrrelato y el aforismo.
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   Utilicemos debidamente las palabras y pongamos mucho cuidado al utilizar determinados conceptos. Una cosa es perder nuestro otro yo (es decir, ese misterioso alter ego que viene a ser como un par de zapatos que guardamos en un armario secreto para las grandes ocasiones), y otra muy distinta perder la mitad de nuestro yo, que en la mayoría de los casos viene a ser un simple zapato con la suela a punto de agujerearse y el tacón desgastado.
   Digámoslo, pues, claramente: el medio individuo que comparece ante el psiquiatra no tiene una idea muy clara de lo que significa realmente el tan cacareado yo, que no es más que el sujeto indiscutible de todo lo volitivo e intelectivo.

VORÁGINE, Alexander Drake

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ALEXANDER DRAKE, Vorágine, Irreverentes, Madrid, 2012, 196 páginas.

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Esta obra ganadora del VII Premio Internacional Vivendia-Villiers de Relato contiene 85 narraciones, muchas de ellas microrrelatos.
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TRISTE Y SOLITARIO

   Era sábado por la noche. Pensó en llamar a algún amigo y salir de cacería, pero al final se quedó en casa viendo una película porno por la tele. Prefería invertir cinco minutos en hacerse una paja en lugar de una vida entera intentando conquistar y mantener contenta a una mujer. Cuando terminó de darse placer se sintió relajado pero a la vez inmensamente vacío; como si le faltara una parte importante del cuerpo. Algo equiparable a la pérdida de una pierna o un brazo. Enseguida se percató de que esa extraña sensación era producto de su soledad; de la carencia de una compañera con la que compartir su día a día; de la ausencia de alguien a su lado a quien escuchar por las noches y a quien contar también sus pequeñas historias; del calor de un cuerpo junto al suyo al meterse en la cama; de la compañía de un alma afín con la que compartir su camino. Pensó fríamente en ello y se dio cuenta de que si continuaba con su actitud habitual terminaría sus días siendo un anciano triste y solitario; un pobre viejo abandonado que pasaría sus horas imaginando cómo habría sido su vida si hubiese mantenido alguna de sus relaciones del pasado con aquellas mujeres que llegaron a quererle de verdad.

CIERTOS CUENTOS, Max Aub

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MAX AUB, Ciertos cuentos, Ayuntamiento de Segorbe / Generalitat Valenciana, Segorbe (Castellón), 1994, 262 páginas.

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Miguel A. González Sanchís, Laura Gadea Pérez y Ana I. Llorente Gracia se basan "para elaborar esta edición de Ciertos cuentos, en la única que existía hasta ahora: la que fue publicada en México, en 1955, por la Antigua Librería Robledo". Frente a otras obras más realistas de Aub, en estos cuentos, todos magníficamente ilustrados, sobresalen los "elementos mágicos, misteriosos, fantásticos, exóticos o míticos", como destaca María José Calpe Martín en su Estudio preliminar.

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EL ÁRBOL

   Juan Valdés pasaba por la calle Baja por desidia, sabiendo que tenía que andar diez metros más hasta el portal de su casa. A cuenta de la costumbre lo achacaba, pero era por el árbol. Aquel plátano de indias no tenía nada de particular, era un árbol cualquiera; Juan lo conocía desde siempre, y su corteza verde amarilla parda gris, camuflando el tronco, para que nadie se fijara en él. Los perros le tenían predilección porque no había otro en medio kilómetro a la redonda, que Juan Valdés vivía en un barrio de medio pelo donde la urbanización de fin de siglo había acabado con cualquier vestigio de vegetación a favor de lo rectilíneo. Época sin más gloria que el perifollo de hierro y piedra artificial, vitrales importados, cisnes, sauces llorones azules en ocasos rojiamarillentos.
   Del cómo y porqué se salvó aquel árbol del desmoche municipal nada dicen los archivos de la ciudad. Lo cierto que, desde que fue a la escuela de don Ubaldo y luego a la Universidad, Juan prefirió siempre pasar por la calle Baja. Que era por el árbol sólo lo descubrió a los diez y nueve años, cuando lo cortaron; tampoco se sabe exactamente por qué. Empezaron podándolo, dejándole puros muñones. A los quince días lo serraron de raíz. Posiblemente fue un negocio, un pequeño negocio de un subalterno de la oficina de Parques y Vías. Nadie dijo nada, lo absurdo no suele inquirir razones y ningún vecino abrió boca. Es más, algunos ni se dieron cuenta.
   La cosa que, desde aquellas fechas, Juan no volvió a pasar por la calle Baja y regresa a su casa por la del Gambito.
   (Tampoco sabía nadie por qué la llamaban así, que, en verdad, llevaba ahora —en espera de mejores tiempos— el apellido de un ilustre varón, de los que ganan el cielo con el dinero extorsionado a fuerza de los que llaman mucho trabajo. Por si interesa: se rotulaba exactamente Calle del Filántropo Gumersindo Gurrea Álvarez)
   Felicitas vivía en el 22. Juan tropezó con ella, se saludaron, se sonrieron, se hicieron novios, se casaron. Nacieron tres hijos (dos varones y una hembra). A ninguno se le ocurrió, en su vida feliz, recompensar al subalterno que cortó el árbol de la calle Baja. Con el dinero que le produjo aquel pequeño fraude ese hombre (Baldomero Ruiz Conde) se emborrachó, recogió —de vuelta al jacalón donde vivía— a una ramerilla, metiéronse en el cuarto de un hotelucho, ludieron y —nadie lo esperaba— engendraron un niño, algo más que combie1 y menos que faldero. Éste andando los tiempos fue torero de algún nombre, armó escándalos, su alias pasó al mar, tras él fue y emparentó, en Sevilla, con una familia colombiana dueña de muchas leguas de tierra y millones de árboles.
   Uno de los hijos de Juan y Felicitas acabó siendo dueño de una fábrica de muebles, así entró en relación con un cuñado del torero, que le vendió maderas finas para una fábrica que, en sociedad, montaron en Caracas.
   Ramón, otro de los vástagos, empezó como papelerillo, se hizo periodista, se distinguió por su estilo peleonero y acabó haciendo editoriales conservadores en el mejor diario de la capital. Su buen destino le llevó a director del mismo, hizo repetidos viajes al Canadá para comprar papel. Vio las fábricas y los ríos cubiertos de hermosos troncos. Tampoco a él, que era hombre ilustrado, se le ocurrió dar las gracias al talador. Ya para entonces el plátano de indias había retoñado.
   El que acabaran todos ellos entre cuatro tablas no le añade nada a esta historia.

El árbol, Gabriel Cantalapiedra


¿Qué será combie? Dicté estas líneas sobre un manuscrito hoy perdido. No me atrevo a rectificar esta errata de voz a mano. No suena mal eso de "algo más que combie y menos que faldero". Todos entenderán lo que quise decir; entonces ¿ qué rectificar la casualidad? 

MUJER PERRO, Carola Aikin

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CAROLA AIKIN, Mujer perro, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 168 páginas.

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MI MUSA

   Yo amo a la mujer de vestido negro y largo que arrastra la corriente, hay algo invencible en ella, en la manera en que se desabrocha los botines, desliza sus medias, zambulle en el lago sus pies desnudos, deliciosos como peces. Tiemblo cuando viene, al final de la noche, sobre su silla de brazos anchos. No puedo resistirme y emerjo desde el lodo profundo para besar las cadenitas de dedos blancos, uñas color perla, siempre tan nerviosos, tan insatisfechos. Sabe que nada puede detenerme cuando, conmigo a su lado, apenas rozando mi lomo, abre su maletín y saca la máquina infernal, y entonces todo gira, giran el agua y el silencio y caen a cientos los folios de papel escrito y emborronado, y yo, monstruo dócil, fascinado, devoro sirenas, montañas, ciudades, pájaros.

CUENTOS DESDE LA HABANA, Omar Felipe Mauri Sierra (editor)

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OMAR FELIPE MAURI SIERRA (ed.), Cuentos desde la habana, Aguaclara, Alicante, 1996, 192 páginas.

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La selección abarca textos de los "nuevos y novísimos cuentistas cubanas", en los que destaca un "lenguaje de destellos, fuerte interioridad de sus temas y personajes iluminados por las transformaciones sociales y los cambios que sorprenden en sí mismos".

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EL ÁNFORA DEL DIABLO

   –Quiero que me reveles el futuro –le dijo Blas al diablo.
   –Podrías asustarte.
   –No... Quiero conocer a dónde me llevan mis días.
   –Bien, escucha... Te regalaré el ánfora que aquí ves. Ha sido magistralmente modelada, ¿verdad? Pero es tan bella como tan frágil. Y debes conservarla así, pues sólo vivirás mientras el ánfora se conserve intacta.
   –Yo solamente te he pedido que me reveles el futuro –replicó Blas, perplejo.
   El diablo sonreía cuando le dijo:
   –Está dentro del ánfora.
Ernesto Santana

HAGAKURE, Yamamoto Tsunetomo

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YAMAMOTO TSUNETOMO, Hagakure, en La vía del samurái, La Esfera de los Libros, Madrid, 2007, 424 páginas.
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El editor Hitoshi Oshima sostiene que el objetivo del volumen es "romper con los estereotipos que se han ido creando en torno a la figura del samurái con el fin de transmitir la esencia misma del espíritu que le caracteriza". Hagakure, libro completado en el año 1716 que "refleja la mentalidad de una «generación perdida» y, ciertamente, de un mal de la época", se presenta aquí no en su vasta extensión, sino a través de los párrafos que "parecen de mayor relevancia". Mientras que los dos primeros capítulos contienen máximas con ropajes aforísticos, el resto de la obra se articula en torno a breves historias de carácter didáctico.

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Si el valiente es o no un cobarde, no es algo que se pueda deducir en tiempos normales. Esto es algo que se ve en los momentos cruciales.
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Hablar sobre los demás es un gran error. Incluso adular a alguien puede ser impropio. En todo caso, lo mejor es conocer los propios límites, esforzarse en el progreso propio y reservarse al hablar.
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Es deseable que el rasgo de la caligrafía sea prolijo y esmerado, pero si sólo tiene estas características parecerá una escritura rígida y sin gusto. Una escritura ha de tener, además, una silueta que se aleje de la norma. A todas las cosas se ha de aplicar este principio.
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Con tan sólo mirar un poco uno ve aparecer, sin más, toda la dignidad contenida en cada persona.
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Cuando uno sabe un poco de algo, hace como si supiera mucho. Esto es prueba de la inmadurez. Cuando uno sabe mucho, no lo muestra. Esto es algo profundo.

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   En una ocasión, un grupo de diez ciegos iba caminando por la montaña, pero, cuando tuvieron que pasar por un barranco, todos empezaron a caminar con suma atención, con las piernas tambaleantes y el corazón en la garganta, hasta que finalmente el primero de todos tropezó y cayó por el barranco. «¡Ay, pobre hombre!», gritaron los que quedaban y, de la impresión, ya no pudieron dar ni un paso más.
   Entonces, de pronto, el ciego que había caído por el barranco les dijo desde abajo: «No os preocupéis más, que no es nada. Ahora que me he caído estoy incluso más tranquilo. Cuando aún no me había caído tenía una gran preocupación por si me caía, pensando todo el tiempo en qué haría si me cayera, pero ahora que me he caído, ha sido un gran alivio. Si queréis tranquilizaros también, lo mejor será que caigáis también lo antes posible.»

CUENTOS ESPIRITUALES DE ORIENTE, Ramiro Calle

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RAMIRO CALLE, Cuentos espirituales de Oriente, Sirio, Málaga, 2005, 144 páginas.

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Ramiro Calle es el encargado de recopilar unas historias que, según afirma en sus palabras introductorias, siempre terminan invitando "al autodesarrollo y al cultivo de los mejores recursos espirituales de la persona".

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INCERTIDUMBRE

   El discípulo estaba lleno de inquietantes dudas. Le expuso una de ellas al mentor, preguntándole:
   —¿Querido maestro, ¿cómo podré saber cuándo estoy realmente en la senda hacia la suprema libertad interior?
   El maestro sonrió afectuoso y respondió:
   —No te atormentes. Cuando realmente estés en la senda hacia la suprema libertad interior, ya no te formularás ese tipo de preguntas. ¿Acaso el ave se pregunta si realmente está volando?

FLORES DEL AÑO MIL Y PICO DE AVE, Álvaro Cunqueiro

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ÁLVARO CUNQUEIRO, Flores del año mil y pico de ave, Seix Barral, 1990, 242 páginas.
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Editado originalmente por Taber en 1968, contiene además de los Siete cuentos de otoño, otros microrrelatos.
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EL BARQUERO
       
   Felipe de Amancia, cuando yo lo conocí, pasaba ya de los sesenta. Tenía con él, para ayudarle en el oficio, a un nieto que no llegaba a los doce años, y se llamaba Joselín. Amancia, la madre de Felipe, había sido barquera, y se tiene como seguro que no sabía quién fuese el padre de su Felipe, aunque hemos de pensar que fue un señor, por las maneras y fantasías que quitó Felipe en su viaje por este mundo. Felipe, calvo y huesudo, tenía negros ojos, burladores. Todo él era reidor y campechano, aunque le gustase aparentar sequedad, y, por veces, melancolía. Quizás algún seminarista de Mondoñedo que por allí pasó de los de ropón corto y banda colorada, recordando un verso de Horacio le dijo aquello de Caronte melancólico, y como Felipe era muy dado a creer en imaginaciones, tomó ésta para componer su figura. Aún me parece verlo sentado en el padrón con los pies descalzos descansando en la popa de la chalana, liando cigarro y mirando sin ver para el río. Yo era muy rapaz y me tenía por su amigo.
   —¡Tarde llegas! —me decía—. Aún no hace una hora pasé en la barca al obispo de París, tuve que hacer dos viajes; uno para Su Señoría y su camarero, y otro para una sombrilla que traían, amarilla con vueltas coloradas.
   Lo creía todo. Un día vino a pintarle la barca un pintor de Lugo.
   —Pinto la lancha —me dijo— porque pasó hoy por aquí la infanta Catalina con seis caballeros negros, y cada uno de los caballeros me dio un carolus del rey, que es moneda que sólo corre entre reyes y príncipes. He de ir a cambiarlos por tres onzas a Compostela. La infanta llevaba en la mano un malvis cantador, y en el medio del río pare la barca para que ella tirara una rosa a las aguas, que es costumbre de la Casa Real saludar los ríos que pasan. Agradeció que yo estuviese al tanto de tal cortesía.
   Felipe de Amancia sonreía y me daba palmaditas en la espalda. Yo me ponía a caballo de la proa de la barca y allí me estaba viendo correr el agua, alanceándola con la pértiga.
   Felipe de Amancia amaneció muerto un día de San Froilán en el patio de la posada. Todos sus ahorros los tenía en oro, en una bolsa de seda carmesí, en la que había mandado bordar una barca con su barquero, navegando unas aguas azules. Debajo de las aguas, un letrero decía: «Oro secreto». Allí estarían el tornés del Delfín, los carolus de los caballeros de doña Catalina, el luis del obispo de París, la libra del príncipe de Gales y las monedas bizantinas de don Leonís. Y también la más hermosa moneda que poseyó nunca Felipe de Amancia: su fantasía, un florín de ley. Lo gastaba cada día.

SÓLO DE LO PERDIDO, Carlos Castán

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CARLOS CASTÁN, Sólo de lo perdido, Destino, Barcelona, 2008, 256 páginas.

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Contiene este volumen unas cuantas piezas breves.
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TODO TAN SECRETO

    En todos los entierros hay un desconocido, alguien de aire grave en quien nadie se fija demasiado, que no es de la familia y permanece todo el tiempo con las manos atrás. Siempre me había preguntado por estos seres, de dónde salían, cuál sería su vida. En los viejos álbumes de fotos de la casa de Ágata los encontré a todos retratados, uno por uno, adheridos a aquellas páginas negras. Muchas veces iba a verla. Yo era joven, ella no. Y además estaba enferma, pero su pelo olía siempre a pétalos morados y la casa entera tenía el perfume de los libros salvados de un incendio. Todo ese verano fue mi oasis de sombra. Nos acostábamos en una alcoba oscura y luego ella preparaba café. Me gustaba ir allí, era todo tan secreto... Por las ventanas, a través de una maraña de ramas muertas, podía divisarse toda una posguerra detenida. Apenas hablaba, Ágata. Me enseñaba tesoros que escondía en los cajones de sus mil armarios: óleos diminutos, soldados de oro, azucareros chinos, pero sobre todo aquellas fotografias de desconocidos.
   Era todo tan secreto que cuando murió nadie pudo decirme nada, y una tarde en que fui a verla a principios del otoño me encontré en el patio de la casa con una mesita de faldas negras llena de condolencias y tarjetas de visita con una esquina doblada. Me esforcé en sentir dolor, pero la sorpresa y el deseo reventado como un globo pesaban de momento mucho más.
   Tras dudar un poco, decidí subir al velatorio. Quise ser el desconocido de turno en ese entierro, quizá porque estuve seguro de repente que, de ese modo, por un extraño mecanismo que nunca perseguí entender, mi imagen pasaría a formar parte de aquellos álbumes oscuros en la estantería de la sala, como una mariposa muerta. Y mi alma entonces, o algo parecido, se quedaría a descansar para siempre cerca de la alcoba, en aquella penumbra fresca con olor a agua de rosas.
   A veces notaba cómo alguno de los familiares de Agata me miraba de reojo, pero nadie se decidió a hacerme preguntas, de manera que toda la tarde pude permanecer allí, como un centinela que guarda los restos de un general acribillado, con aire grave, los ojos llorosos, las manos atrás.

ANTOLOGÍA DEL MICRORRELATO ESPAÑOL (1906-2011), Irene Andres-Suárez

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IRENE ANDRES-SUÁREZ, Antología del microrrelato español (1906-2011), Cátedra, Madrid, 2012, 528 páginas.

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Subtitulado inequívocamente El cuarto género narrativo, sucede a la antología (que abre Juan Ramón Jiménez y cierra Manuel Espada) una completa Bibliografía (pp. 95-107) y la Procedencia de los microrrelatos seleccionados (pp. 109-115). Antecede una completa Introducción que, como todos los trabajos de Irene Andres-Suárez, resulta referencial.

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INTRODUCCIÓN   [19]

TEORÍA   [21]

¿Qué es un microrrelato [21]
Rasgos constitutivos [22]
Doble origen del microrrelato y estatuto genérico [26]
Denominaciones y conceptos [28]

TRAYECTORIA DEL MICRORRELATO ESPAÑOL   [30]

Primeros pasos [30]
Del final de la Guerra Civil al final del siglo XX [38]
   Los postistas [39]
   Los clásicos [45]
   Las dos últimas décadas del siglo XX [57]
El siglo XXI [66]
   Nueva hornada de escritores [69]
   Nuevo microrrelato fantástico. El legado de Borges [71]
   El realismo intimista o expresionista [83]
   Humor e intertextualidad [85]
   El impacto de las nuevas tecnologías [88]

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OSITO

    Era marino y se parecía a Conan el Bárbaro. Yo estaba en paro. Con el finiquito me fui a Amsterdam con mi amiga Marcia. No éramos de esas amigas que hablan sin parar de sus cosas. Nos gustaba beber juntas y ligar por separado.
   No recuerdo su nombre. Lo cierto es que no llegué a entenderlo aunque se lo pregunté varias veces. Creo que era alemán. Hablaba un inglés macarrónico y entendí que estaba separado, que vivía en Sidney y que le gustaría vivir en Costa Rica.
   Marcia y yo habíamos tomado la penúltima en el bar de nuestro hotelucho junto al puerto. Él estaba en la otra punta de la barra, y solo se dirigió a mí cuando ya nos retirábamos tambaleantes a nuestra asquerosa habitación. La suya no era mejor, pero me sentía a gusto con aquel bárbaro. Pensé que en sus enormes maletas cabrían mis cuatro cosas, incluso yo misma. Vi un osito de peluche muy viejo encima de una de ellas. Por la mañana me dijo que debía irme, y ya junto a la puerta supe que eran vanas mis ilusiones de que al menos me regalara el osito.

Cristina Grande

LA SUAVE PIEL DE LA ANACONDA, Raúl Ariza

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RAÚL ARIZA, La suave piel de la anaconda, Talentura, Madrid, 2012, 164 páginas.

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"Si Elefantiasis fue un libro de anunciación y contundente llegada, La suave piel de la anaconda lo es de refuerzo vibrante e identidad". Con este sólida afirmación comienza Ángel Olgoso un prólogo en el que destaca, entre las numerosas virtudes de estos relatos, el estilo propio y la sencillez dentro de la eficacia que en poco tiempo ha logrado Ariza. Carmen Puchol ilustra algunos de estos cuentos que, al modo silencioso y acechante de la anaconda, muerden el interior del lector mientras se deslizan por los distintos paisajes de la soledad humana.

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LA HABITACIÓN AZUL

   La habitación nació pensada de este color. Alguien, en su inmensa sabiduría, debió de imaginarla así en un tiempo imposible, anterior o por llegar, y desde un lugar que a buen seguro no existe.
   Todo en ella respira azul. De azul suave, casi transparente, son los visillos que filtran una luz vespertina que sin duda anuncia lluvia. Son azules la colcha que reposa en el suelo, y las sábanas sudorosas que se enredan entre los sueños fatigados de la mujer.
   De predominante azul son casi todos los cachivaches y recuerdos que ha ido acumulando desde que de niña vio por primera vez reflejados sus ojos en el espejo grande del armario de su madre, también sola. El marco de una foto en la que se la ve con trenzas y vistiendo de colores marineros. El jarrón de cristal teselado que reposa en el alféizar de la ventana y que se trajo de Ibiza en su único viaje en pareja. La lámpara de pie que compró para aquel rincón de aquella casa que nunca llegó a habitar. Y el tapizado del sillón de orejas que restauró cuando decidió irse a vivir con aquel tipo, al que más tarde descubrió compartiendo esas mismas intenciones pero con una mujer de ojos ligeramente lapislazulados.
   Ella es rubia, de mejillas sonrosadas y tan dulce como tímida. Y le encantaría tener los ojos azules infinitos, y del color de la tierra húmeda.
   Acaba de masturbarse en esta tarde de domingo tediosa y calma. Todavía le tiemblan los muslos empapados. Tendida en ese colchón demasiado ancho, mira absorta cómo unas cuantas nubes estivales van invadiendo de un amenazante azul oscuro su ventana. A su lado, un libro de relatos de tacto áspero y tono cáustico cuya lectura no le hace ningún bien, uno de sus varios consoladores, y un vacío por llenar.
   Se ve un relámpago y luego se escucha un espantoso trueno.

BREVES DE OTOÑO

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Breves de otoño. Relatos, El Nadir, Valencia, 2005, 148 páginas.

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Este libro, anuncia la Introducción, "es el resultado de una experiencia literaria que ha consistido en la celebración de dos talleres de narrativa organizados por la editorial El Nadir", con el patrocinio de la Universidad Politécnica de Valencia.

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AL ANOCHECER

   Llevo hooras y hooras mirando este puzzle. Sí, hooras y hooras mirándolo. ¡Es que no me gusta! ¡Pss! Ya ves, está perfectamente montado. Cada pieza en el lugar que le corresponde, bien unida a la pieza de la izquierda, de la derecha, de arriba, y de abajo. No hay ni una esquinita doblada, ¿sabes? ¡Y tiene dos mil piezas! Bueno, pero, ¡y qué! Es que es un cuadrado perfectísimo de dos mil cositas de forma casi humana, y de todos los colores. Sí, es verdad, tienen forma casi humana, y están unidas... ¡Bah, ya deliro!
   Quiero verlo un poco más de cerca... Pero no, no cambia nada, sigue igual. Me está viniendo algo a la mente... No sé si hacerlo. El puzzle está sobre una mesa negra. La curiosidad me mata, ¡mira que si descubro algo debajo! No aguanto más, lo voy a hacer: quitaré una pieza y la esconderé en mi mano. ¡Allá voy!
   ¡Aaaah! Lo sabía. ¡Qué crimen! Sabía que me sentiría mal. ¡Espero que no me haya visto nadie! ¡Ah! Es un puzzle con un agujero negro: he manchado la perfección. Si lo toco tal vez se me hunda el dedo en el agujero... No, nada insólito, es la mesa. Visto de lejos... ¿Me habrá visto alguien? ¿Y si me acusan de alterar el orden? ¡Qué orden: el público, el perfecto, el privado, el íntimo, el cuadrado, el de las piezas unidas...! También tendría yo una mancha en mi expediente, si me acusan. Mejor será que vuelva a colocar la pieza. Aquí la tengo, en mi mano. ¡Ya está!
   Bueno, no sé qué es peor: si ver el vaso medio lleno, o medio vacío.

 Lara Cogollos

CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS, Friedrich Nietzsche

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FRIEDRICH NIETZSCHE, Crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid, 2010 (1973), 184 páginas.

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En el bloque Sentencias y flechas, Nietzsche dispara, en forma de aforismo, algunos de los temas recurrentes en su filosofía.

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«Toda verdad es simple.» —¿No es esto una mentira duplicada?
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Muchas cosas, quede dicho de una vez por todas, quiero no saberlas. -La sabiduría marca límites también al conocimiento.
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A fuerza de andar buscando los comienzos se convierte uno en un cangrejo. El historiador mira hacia atrás; al final cree también hacia atrás.
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Yo desconfío de todos los sistemáticos y me aparto de su camino. La voluntad de sistema es una falta de honestidad.
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Habla el desengañado, —Yo buscaba hombres grandes, nunca encontré más que monos de su ideal.

CUENTOS DE MÚSICA

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Cuentos de música, Clan Editorial, Madrid, 2004, 220 páginas.

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Bécquer, Clarín o Azorín son algunos de los nombres presentes en esta selección de Pedro Ignacio López García, en la que se pretende demostrar cómo en los escritores de finales del siglo XIX y principios del XX "la música ha tenido un lugar importante en su corazón y, en consecuencia, también en su literatura". Las ilustraciones corresponden a Marina Arespacochaga.

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LA MUSICÓLOGA

   Doña Blanca Puntillo de Vals era una señora particularísima. La música no era para ella, como lo es para los otros, "el ruido que menos incomoda". Era, por el contrario, el ruido más insoportable. Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven, considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el rey David hasta Guerrero.
   Cuando tenía que buscar cuarto, lo que primero hacía era preguntar a las porteras:
   —¿Hay algún piano en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?
   Y si le daban contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, recordándole las de Bach, le inspiraban horror.
   No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentara mal la cena por culpa del sexteto.
   Una vez se vio comprometida para asistir a un funeral, y por poco no se derrumba sobre un capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los introdujo en ambos oídos a muerte o a vida.
   Doña Blanca ha tenido pretendientes inmejorables. Pero los ha rechazado a todos, por no verse en la musical precisión de dar el . Y no parecía sino que la Providencia iba escogiéndolos para el caso entre los más musicales que andaban por el mundo.
   A uno le despreció, porque se apellidaba Calderón. A otro, porque era de la escala de la reserva. A éste, porque era un señor de muchas campanillas. Al de más allá, porque era aficionado a las dulzainas.
   Y de haber querido casarse, lo hubiera hecho inmediatamente. ¡Nada de compases de espera! Por descontado que ella y el favorecido no hubieran podido estar acordes jamás.
   Prohibió a sus amigos periodistas que bajo ningún pretexto le tributasen alabanzas. ¡Bonita era ella para consentir que la diesen un bombo!
   Despidió a varias criadas, ¿saben ustedes por qué? No por las trastadas que le hicieran, sino porque luego ante su presencia solían mostrarse con-fusas, y, sobre todo, porque al servir la mesa la presentaban los platillos.
   Tuvo el valor de no rezar jamás por su difunta madre... ¿por qué dirán ustedes?... Porque se llamaba Tecla. Y se separó de sus hermanas, porque una tocaba el violón con frecuencia y otra era sorda y necesitaba que le hablasen con trompetilla.
   Aunque las cosas del mundo le interesaban poco, se guardaba muy bien de decir que le importaban tres pitos.
   Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!
   Cierto día en que necesitaba comprar una mantilla, le recomendé el establecimiento de mi amigo Cabezón. ¡Nunca lo hubiera hecho! Al saber que el comerciante se llamaba Eustaquio, se acordó de la trompa y cayó desmayada, precisamente en la calle arrieta, teniendo unos guardias que llevarla con trabajo a su domicilio. (Por supuesto que si se entera de que la llevaban con-trabajo, vuelve a desmayarse.)
   No se trató nunca con los parientes que tenía en Madrid, sólo porque unos habitaban en la travesía del Conservatorio y otros en el pasaje de Murga.
   Vivió antimusicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto que le dio su cocinera presentándola un timbal de macarrones; quedó muy delicaducha y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal residía en un órgano, murió de pesadumbre.
   Conocido todo esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no es la tal doña Blanca Puntillo de Vals, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que firmara con sus musicales nombres.
   Después de su fallecimiento he sabido únicamente dos cosas: que el horror a la música tenía por causa lo mucho que su padre la había solfeado; y que, una vez muerta, los herederos se desquitaron haciéndola unos funerales de tres bemoles.

Juan Pérez Zúñiga

LA REALIDAD QUEBRADIZA, José María Merino

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JOSÉ MARÍA MERINO, La realidad quebradiza, Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 262 páginas.
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 Esta Antología de cuentos al cuidado de Juan Jacinto Muñoz Rengel, recoge Minicuentos (pp. 217-240). Una sección de Viaje al centro de la mente de José María Merino (pp. 9-23) se titula significativamente: Nanocirugía: viaje al mundo de lo micro. Cierra el tomo Una conversación con José María Merino (pp. 241-262).
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CRISIS DE PERCEPCIÓN
        
   Durante muchos años mi percepción de esas cosas ha sido la que tiene el común de mis compatriotas, y no sé cuál pudo ser la causa de que comenzase a manifestarse la anomalía, pero con ocasión de la entrega de aquel premio descubrí que el rey estaba desnudo, sin que nadie se inmutase, y continué viéndolo desnudo en todas las ceremonias que retransmitía la televisión. Aficionado como soy a la ópera y a los espectáculos teatrales, en aquellas mismas fechas empecé a percibir que a menudo el escenario permanecía vacío y que los actores, cuando salían a escena, no cantaban ni recitaban, lo que no impedía el entusiasmo de los espectadores ante la supuesta representación. Lo mismo me ocurrió con las películas y las novelas. En aquellas, mientras la gente encontraba escenas hilarantes, conmovedoras o llenas de intriga, yo sólo veía una continua imagen borrosa; en estas, los elogios de la crítica o la fama que algún premio les había deparado no conseguían que yo encontrase otra cosa que páginas en blanco o impresas con las mismas palabras, machaconamente repetidas. Consciente de la gravedad del caso, oculté durante mucho tiempo lo que me pasaba, hasta que llegué a sentirme tan desganado de mi comunidad que busqué la ayuda de los médicos. Me dijeron que mi dolencia era muy rara, una pérdida grave del sentido de la convención, me internaron, me dieron muchas medicinas, pero no me sentía mejorar. Al fin he resuelto intentar curarme por mi propia voluntad y, tras mentir convincentemente a los facultativos, he vuelto a mi casa y me esftterzo por ver al rey vestido, por encontrar en los escenarios y en las pantallas los estupendos espectáculos que dicen que suceden, y en esas novelas las admirables y bien contadas historias que celebran tantos lectores. Creo que si continúo intentándolo, conseguiré curarme del todo.

ASÍ EMPEZÓ TODO, Jürg Schubiger & Franz Hohler

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JÜRG SHCUBIGER & FRANZ HOHLER, Así empezó todo, Anaya, Madrid, 2007, 128 páginas.

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Subtitulado 34 historias sobre el origen del mundo, cuenta con las ilustraciones de Jutta Bauer.
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LA CREACIÓN
  
   Al principio, solo existía Dios. Un día recibió una caja de madera llena de guisantes. ¿Quién se la podría haber mandado? Desde luego, él no conocía a nadie más. Aquel asunto le daba mala espina, así que dejó la caja —es decir, la dejó flotando— en el lugar donde la había encontrado.
   Siete días después, las vainas de los guisantes reventaron. La explosión fue tan violenta que los guisantes salieron disparados hacia la Nada. Los guisantes que habían estado en la misma vaina casi siempre permanecían juntos y giraban alrededor de sus otros compañeros. Empezaron a crecer y a brillar, y así, de la Nada, surgió el universo.
   Dios estaba perplejo. Más tarde, en uno de esos guisantes, se desarrollaron todas las formas imaginables de vida, incluida la de los seres humanos. Como aquellos hombres sabían quién era Dios, le atribuyeron la creación del universo y le adoraron como a su creador.
   Aunque Dios nunca intentó convencerles de su error, todavía hoy se pregunta quién demonios pudo enviarle una caja con guisantes.

CONFABULARIO PERSONAL, Juan José Arreola

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JUAN JOSÉ ARREOLA, Confabulario personal, Bruguera, Barcelona, 1980, 320 páginas.

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Como se muestra explicado en la Nota del editor, el volumen responde a una "rigurosa selección" del propio Arreola en 1972, a través de la que el lector podrá disfrutar de sus mejores y más representativos relatos.

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GRAVITACIÓN

   Los abismos atraen. Yo vivo a la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos. Vagos deseos se remueven en el fondo, confusos y ondilantes en su lecho de reptiles.
   ¿De qué se nutre mi contemplación voraz? Veo el abismo y tú yaces en lo profundo de ti misma. Ninguna revelación. Nada que se parezca al brusco despertar de la conciencia. Nada sino el ojo que me devuelve implacable mi descubierta mirada.
   Narciso repulsivo, me contemplo el alma en el fondo de un pozo. A veces el vértigo desvía los ojos de ti. Pero siempre vuelvo a escrutar en la sima. Otros, felices, miran un momento tu alma y se van.
   Yo sigo a la orilla, ensimismado. Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos, disueltos en la satisfacción. Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca.

CUENTOS PERVERSOS, Javier Tomeo

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JAVIER TOMEO, Cuentos perversos, Anagrama, Barcelona, 2002, 146 páginas.

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LA MUÑECA HINCHABLE

   Cuando le abandonó su muneca hinchable, mi amigo pensó que su soledad ya no tenía remedio y se sintió el hombre más infeliz del mundo.
   —Fue hermoso mientras duró —me confiesa esta mañana, con los ojos llorosos—. Ni una sola recriminación, ni una sola palabra más alta que otra. Lo nuestro fue, sobre todo, un dulce monólogo.
   —Dime —le pregunto—, ¿quién fue, en ese monólogo, el único que hablaba?
   —Ella —reconozco.
   —Pues no me extraña que al final se fuese con otro —le digo—. El silencio acaba aburriendo a cualquiera.
   Continuamos paseando por el parque de Z. y al cabo de un rato nos sentamos en un banco recién pintado de verde limón. De un tiempo a esta parte no resulta fácil encontrar un banco en esas condiciones.
   —Lo que más me fastidia —sigue confesándome— es que cuando me vaya al otro barrio, no dejaré en este mundo una esposa que me llore. No habrá nadie que se tome la molestia de incinerarme para conservar mis cenizas en un jarrón de porcelana checoslovaco.
   Y después de decirme esas tonterías no añade nada más. Le conozco bastante bien, puede que no vuelva a despegar los labios en todo el día. A partir de este instante tendré que adivinar sus pensamientos por su forma de resoplar por la nariz.

ESCALERAS EN EL LIMBO, Agustín Cerezales

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 AGUSTÍN CEREZALES, Escaleras en el limbo, Lumen, Barcelona, 1991, 212 páginas. 

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Entre una mayoría de narraciones cortas, el lector encontrará algunos microrrelatos.

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DUELO
        
   Se caló la visera y embrazó la adarga. Al otro lado de los ralos campos amarillos aguardaba un silencio azul. Y en lo alto de la torre del castillo ondeaba el pañuelo de la Dama.
   Unos pocos labriegos sorprendidos se habían quedado a esperar el lance, curiosos. Por fin apareció el plumaje florido del retador, luego la cabeza del jinete y la del negro caballo piafante, y por último el centauro al completo, que se detuvo en la linde de los trigales.
   Sopló una leve brisa, intermitente, y luego el aire se desplomó de nuevo, anunciando un día más de calor sin misericordia.
   Los dos caballeros se estudiaron en la distancia, y sin saludarse, como movidos por un resorte único y secreto, emprendieron el galope el uno contra el otro, dibujando la ilusión imposible de un espejo.
   Al llegar al punto del choque, con ojival ensalmo, ambos levantaron las tiesas varas: el lance había sido nulo.
   Siguieron los dos unos pasos más allá. Frenaron sus caballos para volver grupas y reiniciar el protocolo. Pero súbitamente, como guiados otra vez por una misma lectura, trocaron la voluntad: a la siniestra de cada uno, un cuervo había alzado el vuelo.
   Ninguno de los dos volvió la vista atrás. Ambos abandonaban el campo a galope apenas contenido, mordiendo la vergüenza estropajosa que los atenazaba. Los penachos de colores se perdieron por las opuestas lindes, tensa la recta del horizonte.
   En el Castillo de la Viuda Deseada, la Dama se hizo de piedra. Y en una silente, transparente menstruación del alma, empezó a destilar un aljofarado manantial de lágrimas: allí quedó ondeando el pañuelo su despecho, brisa varada a orillas del infortunio. Pero aquel lance sin testigos tan sólo un mísero puñado de labriegos no había de pasar nunca a la Historia. Tan sólo a la leyenda.

COCINA CANÍBAL, Roland Topor

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ROLAND TOPOR, Cocina caníbal, Tropo Editores, Zaragoza, 2008, 125 páginas.

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Originalmente editado por Les Editions du Seuil en 1986, este "embrión del nuevo arte del buen comer" está ilustrado por el propio Topor. En el Prólogo, Fernando Arrabal apunta: gracias a Topor "el movimiento pánico fue una fiesta constante".

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PURÉ DE CABEZA DE JEFE
       
   Se le hace una pequeña visita al jefe a finales de año, justo antes de las fiestas de Navidad, y se le mata como a un cerdo, es decir, que se toma la precaución de dejarle desangrarse durante un tiempo para que su carne quede bien blanca. Una vez que la cabeza se ha cortado de tajo, se la deja chorrear. Después, se mete en agua hirviendo durante media hora aproximadamente. Al cabo de este tiempo se retira, se saca del agua hirviendo y se introduce en agua fría para refrescarla. Es sorprendente cómo la cabeza del jefe ha cambiado ya en ese momento. Su pelo se ha vuelto blanco y su mirada, aunque sigue siendo maliciosa, tiene cierto aire soñador. No es más que el principio, continuemos el ejercicio. Se atranca la mandíbula hasta el ojo, se deshuesa la cabeza, teniendo cuidado de unir las carnes para que no pierdan su forma. Una vez terminada la operación, se frota la cabeza con champú, y se envuelve en un paño atado con un cordel.
   Para cocerla, se diluyen tres cucharas de harina en agua, se añade un ramo de flores, un trozo de mantequilla, sal, pimienta. Se introduce la cabeza en el preparado, se hierve quitando la espuma de vez en cuando; después se retira y se deja caer en una cubeta de una altura de 1,5 m aproximadamente llena de puré  para que no pase frío en las orejas. Es un plato monumental que hay que reservar para las grandes reuniones familiares.

COSAS QUE A VECES PASAN, Kestutis Kasparavicius

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KESTUTIS KASPARAVICIUS, Cosas que a veces pasan, Thule Ediciones, Barcelona, 2009, 80 páginas.
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LA CITA

   Dos globos se conocieron. Uno era azul y el otro rosa. Para ser más exactos, un chico conoció a una chica, y cada uno llevaba un globo.
   Se habían conocido por teléfono y concertaron una cita. Para reconocerse habían acordado que cada uno llevaría un globo. El chico, uno azul, la chica, uno rosa. Se citaron en un parque, en un banco de madera. Al principio, se mostraban tímidos y en lugar de mirarse a los ojos, se miraban las puntas de los pies. Para los dos era la primera cita.
   Los globos eran más atrevidos. Se saludaron y se frotaron las narices. Entablaron una animada conversación. Los globos se gustaron. El azul era un chico y el rosa una chica, como sus dueños. El globo azul intentó besar en la mejilla al rosa. Pero el beso fue tan ardiente que estallaron.
   Los chicos se asustaron, pero luego les dio la risa. Y entablaron una animada conversación sentados en el banco.
   Al anochecer aún seguían en el banco, abrazados. Y aunque parezca extraño, no estallaron.

ECOS DEL DECIR, Mariángeles Abelli Bonardi

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MARIÁNGELES ABELLI BONARDI, Ecos del decir, Ruedamares, Argentina, 2010. 84 páginas.

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Dividido en tres secciones (Poemas, Haikus y Prosa poética) contiene 39 haikus. 
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Hablan los leños,
formulo la pregunta.
Arden tus ojos.

CUENTOS COMO PULGAS, Beatriz Osés

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BEATRIZ OSÉS, Cuentos como pulgas, Ibersaf, Madrid, 2008 (2007), 96 páginas.

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Con ilustraciones de Carmen Díaz, el libro lo completa un Taller de Lectura y escritura (pp. 66-96) con propuestas para primeros lectores. 
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EL BICHO BOLA

   Después de dar muchas vueltas, el bicho bola salió del bombo de la lotería, rodó hasta las manos del niño de San Ildefonso y le susurró al oído: "soy el seis".


LA DANZA DE LAS HORAS, Gemma Pellicer

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GEMMA PELLICER, La danza de las horas, Eclipsados, Zaragoza, 2012, 112 páginas.

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EL OJO DE CRISTAL

   Aquel ojo de cristal tenía la transparencia y el brillo de una mirada límpida y sin dobleces, diáfana de puro fulgor. Tanto era así que él la seguía amando, única y exclusivamente, en virtud de aquel ojo falso de perlas nacarado, y no del otro sano y verdadero que le quedaba, auténtico, sí, pero absolutamente vulgar.

A LA LUZ DE LA LUNA, Alberto Benza González

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ALBERTO BENZA GONZÁLEZ, A la luz de la luna, Micrópolis, Lima, 2011, 124 páginas.

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BOMBARDAS

   Recuerdo la Navidad con tremendas bombardas. Mi padre, abrazándome, decía: «No tengas miedo, se avecina la llegada de Papá Noel», y mi miedo se transformaba en paz. Después empezaba a oír más fuertes los fuegos artificiales. Mi padre agregaba: «Son los renos Donner (Trueno) y Blitzen (Relámpago) que están pasando por la chimenea». Esa noche recibí un tractor de regalo. Pero me hubiera gustado que fuera uno real, para así limpiar los escombros que dejó la guerra aquella Navidad.

HORIZONTE DE SUCESOS, Carmen Peire

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CARMEN PEIRE, Horizonte de sucesos, Cuadernos del Vigía, Granada, 2011, 112 páginas.

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EL INCOMPRENDIDO

   Cuando fue pez, se asustaba de los fondos abisales. Cuando fue ardilla, añoraba las olas y no quiso adivinar la altura de los árboles. Como ave le disgustó el viento en las alas y su nostalgia fue la del topo. Nadie lo echó en falta cuando fue un fósil recubierto de ámbar.

EL CAMINANTE, Hermann Hesse

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HERMANN HESSE, El caminante, Plaza & Janés, Barcelona, 1987, 112 páginas.

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Escrita en 1920, un año después de su reconocida novela Demian, esta miscelánea, que canta a la naturaleza desde una actitud contemplativa, se construye a través de la alternancia de poemas con textos breves marcados por la reflexión.

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CASA ROJA

   Casa roja, desde cuyo pequeño jardín y viñedo me llega el perfume de todo el sur de los Alpes ¡Muchas veces he pasado por delante de ti, y la primera vez mi afición de caminante se acordó estremecida, de su polo opuesto, y ahora juego nuevamente con la vieja y tan conocida melodía: tener una patria, una casita en un jardín verde, quietud alrededor y, algo mas abajo, la aldea. En el cuarto que va a Oriente, mi cama, mi propia cama, en el cuarto orientada hacia el sur, mi mesa, y también allí colgaría mi pequeña y antigua Madonna, en anteriores épocas de viaje.
   Como transcurre el día entre Oriente y Occidente, así transcurre mi vida entre el impulso de viajar y el deseo de la patria. Tal vez un día habré llegado tan lejos que los viajes y la lejanía formarán parte de mi alma, y sus imágenes estarán en mi interior, por lo que ya no tendré necesidad de realizarlas. O tal vez llegaré al punto en que la patria estará dentro de mí, y entonces ya no habrá flechazos con jardines y casitas rojas. ¡Llevar a la patria dentro de sí! 
   ¡Que diferente seria entonces la vida! Tendría un centro, y del centro partirían todas las fuerzas. Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
   Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.
   ¡Casa roja entre el verdor! Ya he tenido patria una vez, he construido una casa, he medido las paredes y el tejado, he trazado sendas en el jardín y he colgado mis propios cuadros en las paredes. Todas las personas se sienten impulsadas a ello. Feliz yo que he podido realizarlo! Muchos de mis deseos se han cumplido en mi vida. Quería ser poeta y he sido poeta. Quería tener una casa y me construí una. Quería tener mujer e hijos y los he tenido. Quería influir sobre las personas y lo he hecho. Y cada cumplimiento se convirtió en una saciedad. La saciedad era algo que yo no podía soportar. La poesía me resultó sospechosa. La casa se me antojó estrecha. Ninguna meta alcanzada era una meta, cada camino era un rodeo, cada descanso engendró nuevas nostalgias.
   Recorreré todavía muchos atajos, muchas realizaciones me decepcionarán. Todo acabará mostrándome su sentido. Allí donde terminan los contrastes, se encuentra el nirvana. Pero todavía queda por quemar muchas amadas estrellas de la nostalgia.

CUENTOS COMPLETOS, Pedro Gómez Valderrama

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PEDRO GÓMEZ VALDERRAMA, Cuentos completos, Alfaguara, Madrid, 1996, 404 páginas.

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MARÍA A LAS CUATRO DE LA TARDE

   Acaba de pasar por esa calle un ciclista que llevaba en la mano derecha una guitarra, lo cual demuestra que es un hombre pacífico. Iba rodando lentamente; al principio partía en dos la calzada, pero después se inclinó sobre la izquierda, porque apareció un automóvil oscuro, tal vez negro, a cierta velocidad, lo cual en este barrio y a las cuatro de la tarde es sorprendente. Me convencí más todavía de que se trataba de un ser pacífico, porque, además de llevar la guitarra en la mano, lo cual le hacía tener especial cuidado para conservar el equilibrio, al llegar a la esquina evitó felizmente el grupo de muchachos agresivos que después de las seis de la tarde crean extenso terror, rompen vidrios, pinchan neumáticos y persiguen a las criadas que van a hacer la compra vespertina. No le vi hacer ninguna de estas cosas; se limitaba a llevar la guitarra suspendida en alto para que no golpease contra la rueda trasera.
   Eran apenas las cuatro de la tarde, pero de una tarde oscura que amenazaba lluvia, y yo estaba desoladamente solo porque María no había venido, a pesar de haberme prometido hacerlo a esa hora, y yo contaba los minutos y me impacientaba sin saber qué hacer, mirando la cama abierta, y me inclinaba sobre la calle para ver pasar a la gente y ver venir a María, con su contoneo particular y su manera arrogante de alzar la barbilla, que deja sorprendidos incluso a los muchachos del barrio. Pero no llegaba María, y en cambio el ciclista de la guitarra pasó, con la mano rígida, y el instrumento alcanzaba a balancearse un poco; y yo me puse a pensar en lo que le pasaría si un hueco de la calle lo hacía caer, la guitarra aplastada, hundida, y el sonido de las cuerdas en el momento de romperse la caja; pero luego pensé que una silueta a lo lejos era la de María, y resultó ser la muchacha de la esquina, esa a la cual sorprendieron una noche haciendo el amor en un automóvil con un tipo barbudo y la policía casi se los lleva y, sin embargo, dicen que ellos acabaron mientras los policías miraban sin saber qué hacer y golpeaban los vidrios del auto.
   Yo me sentía desazonado en la ventana, porque el día tenía algo incómodo, porque era apenas viernes, no era sábado, y el sábado es redondo, es puro; todos los otros tienen aristas especialmente a esta hora, y era peor porque esperaba con desánimo, casi convencido de que no iba a llegar. Alcancé a ponerme a mirar en la pared el cuadrito que alguien dejó puesto hace mucho tiempo sobre el papel de flores, una reproducción tosca de algún cuadro famoso en que un militar con bigotín y perilla sonríe suficiente al paso de una mujer de faldas largas y trasero redondo y pomposo como un sábado.
   Y alcancé a pensar más, mucho más en el ciclista, y sobre todo en su aire pacífico demostrado por la guitarra, que ahora es desusado porque ¿qué hubiera hecho, por ejemplo, si lo hubieran atacado los muchachos? ¿O si el perro de las solteronas hubiera intentado morderlo? Pero sospecho que nada de eso pasó porque su mismo aire pacífico contagiaba a la demás gente.
   En cambio alcancé a ver después al cura que subía, vestido de sotana como ya casi no va ninguno. Y tuve la impresión de que el cura, a pesar de no llevar ningún arma, emanaba un aire provocador. Y temí por un momento que los muchachos lo atacaran, pero se limitaron a sonreír y hablar en voz baja. En cambio, el perro de las solteronas se lanzó al ataque, y una de ellas tuvo que salir, sofocada, a detenerlo, y pedir excusas al cura. Después vi a lo lejos una figura de vestido rojo, y pensé que era María. Pero al acercarme me dio vergüenza de haberla imaginado, porque era la fea de la casa rosada.
   Y María no llegaba, y me puse a pensar cómo sería yo llevándola en bicicleta, alzada como lleva el hombre la guitarra, cómo el viento le levantaría la falda a María y se le verían las piernas, y a lo mejor la falda podía enredarse en los radios de la rueda, y caeríamos los dos, y al caer María, María a las cuatro de la tarde, sonaría como la guitarra rota; pensando en todo esto llegó María sin que yo la viera, y entró a la habitación y con un beso apresurado empezó a desnudarse, hazlo rápido porque tengo que volver a las seis, ¿por qué te demoraste?, desvístete, ven pronto. Está atravesada en la cama, y las piernas abiertas se balancean como la guitarra y cuando me acuesto sobre ella me siento otra vez como el ciclista que lleva la guitarra y cuando María se viste a toda prisa, María a las cinco y media de la tarde, me asomo a verla salir y me asombro al ver que vuelve a pasear el ciclista con la guitarra, mejor dicho, con María atravesada balanceándose como la guitarra, exactamente como debo llevarla todavía por mucho tiempo.