ÉRASE VEINTIUNA VECES CAPERUCITA

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Érase veintiuna veces Caperucita Roja, Media Vaca, Valencia, 2006, 324 páginas.

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En julio del 2003 el sagaz editor de Media Vaca, Vicente Ferrer, solicitó a los ilustradores participantes en un taller en el Museo Itabashi de Tokio una reinterpretación del cuento de Charles Perrault, Le petit Chaperon rouge (1697). 

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¡OJO CON CAPERUCITA!

   Hoy es el día más frío del invierno.
   Y esta niña a la que le sienta tan bien su caperuza roja  es, evidentemente, Caperucita, una niña vivaracha y lista.
   Un día su madre le pidió que fuera a ver a su abuela enferma que vivía en un pueblo vecino.
   —Escucha con atención, Caperucita: esta cesta contiene unas tartas, un tarro de mantequilla, tres manzanas y un cuchillo. Ten mucho cuidado porque es peligroso andar por ahí con el cuchillo.
   —¡Hasta luego, mamá! No te preocupes, tendré cuidado.
   Caperucita salió muy contenta por el camino nevado, luciendo la caperuza roja que le había hecho su abuela.
   Sin embargo, en ele bosque, un hambriento lobo aguardaba con un apetito voraz a que pasara por allí alguna presa!        
   Cuando el lobo la vio, le. dijo a Caperucita mostrando sus agudos y relucientes colmillos:
   —¡GRRRRR! ¡GRRRRRRRR! ¡Prepárate porque te voy a comer!
   ¿Qué es lo que hizo Caperucita entonces? ¿Se puso a llorar? ¿Se puso a correr? Pues ni una cosa ni la otra. Replicó con toda tranquilidad:
   —Vale, pero antes quiero preguntarte algo: ¿Hace mucho frío dentro dentro de tu barriga?
   —¡Vaya pregunta más tonta! ¡Claro que no! ¡La barriga de un lobo es uno de los lugares más caldeados que existen!
   —¡Qué bien! Me estaba muriendo de frío. ¿Por qué no me dejas, comprobar si es verdad lo que dices? Luego te dejaré que me comas todo lo que quieras.
   —De acuerdo, te dejo qué eches un vistazo. Pero rapidito, ¿eh?
   Entonces el lobo abrió su enorme boca de oreja a oreja y Caperucita se metió dentro.

    


   —¡YEPA! ¡YEEY! ¡YEEEPA! ¡YEEEEY!
  Caperucita se sintió tan calentita y tan a gustito en el interior de la barriga vacía que se puso a brincar y saltar armando un jaleo tremendo.
   El lobo se quejó, aquello era demasiado.
   —¡Bueno, ya basta! Te he dicho que tengo hambre. ¡Sal de ahí inmediatamente!
   Caperucita le dijo:
   —Oye, lobito, ¿sabías que iba a visitar a mi abuela enferma? Pues mira, en esta cesta llevo tartas, un tarro de mantequilla, manzanas ¡y un cuchillo! Me dijo mi mamá que tuviera cuidado con él porque está muy PERO QUE MUY afilado.
   —¿Un cu-cuchillo has dicho?
   El lobo palideció.
   —¡No saques algo tan peligroso dentro de mi barriga! ¡Haré lo que me digas, pero guárdalo de una vez, por favor!
   —Oye, lobito, ¿qué te pasa? ¿No querías comerme? ¡No sabia que una niña pequeña pudiera darte tanto miedo! —dijo Caperucita.
   Y añadió con aire triunfante:
   —Aquí estoy de maravilla, lobito. Así que, ¿por qué no me llevas hasta la casa de mi abuela? Cuando lleguemos te haré el favor  de guardar el cuchillo.
   —¡QUÉ LISTA ES CAPERUCITA!
   El pobre lobo, obligado a recorrer todo el caminó nevado con Caperucita cómodamente instalada en su barriga vacía, volvió al bosque con más hambre todavía.
   Desde entonces, cada vez que ve a una niña, huye con el rabo entre las patas. Dicen que evita sobre todo a una niña con una  caperuza roja.
   Y COLORÍN COLORADO, aquí acaba el cuento de lo que le ocurrió a Caperucita Roja, una niña vivaracha y lista, el día más frío del más frío invierno.

Maki Iino

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