CON EL CORAZÓN EN LA BOCA, Alfredo Armas Alfonzo

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ALFREDO ARMAS ALFONZO, Con el corazón en la boca, Pomaire, Barcelona, 1981, 224 páginas.

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   La madre es implacable en vendarle a uno la lectura de Vargas Vila y a uno no le queda sino desobedecer cuando no advierte el trajín hacendoso de la ama de casa, esto es cuando la madre se recuesta o se va al conuco a buscar cuarentadías de las que sembró en la quebradita a la pata del quisandal.
   Uno devora entonces las páginas. «... mas ¡ay! ni bajo la losa del sepulcro hallaría calma, porque, como al fratricida de la leyenda, si abriera los ojos en el fondo de la tumba, vería sobre él, fijo, centelleante, severo, el ojo formidable de la Historia.»
   Palelo se ha aprendido de memoria la página 58:
   «... y, en el fondo turbado de tus pensamientos, surgieron las escenas malsanas de las viejas orgías...
   y, tus manos vacías, se extendieron hacia mí...
   y, me atrajiste...
   y, me besaste,
   y, me venciste,
   perdoné tus agravios;
   sobre tus labios,
   sobre tus senos,
   bebí el veneno
   cálido y triste...
   que tú me diste...
   y, abyecto, y miserable y sin Honor;
   el Placer me venció, que no el Amor...
   y, en los brazos mefíticos del Vicio, celebramos el nuevo Esponsalicio...»
   Y Palelo se pone a recitar la página 58 hasta que la emoción lo hace toser.
   A los catorce años uno no entiende qué hacen Cicerón, Demóstenes, Isócrates, Dantón, Robespierre, Desmoulins, Tácito, Arquelino, Pantagruel, Pericles, Anacreonte, Platón, Dante, Atila el que exhaló el postrer suspiro sobre el vientre de una cortesana, Tiberio, Virgilio, Ovidio, Santo Domingo de Guzmán, Bonaparte, Medusa, Cristo, Byron, Luzbel, Caín y Montalvo en un recuerdo de Juan Ramón Uribe, Joaquín Crespo o José Martí, no será como supone Palelo que son nombres de perros.
   —De verdad —insiste Palelo, llenándonos la cara de saliva—. A Joaquín Crespo le espantó el caballo, Ana... tal vaina. Si no no lo joden como un pendejo.
   Hay que devolver las hojas una a una para redescubrir a Anacreonte.
   —No es un perro, Palelo.
   —Y si no es un perro ¿qué otra vaina puede ser? —se irrita Palelo.
   Treinta años tiene Palelo de muerto y esa distancia me niega la posibilidad de irle a explicar quién es Anacreonte que no fue un perro de alguna raza del Cauca.

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